21 de septiembre de 2017

LA OTRA UNIVERSIDAD
HISTORIA SUBALTERNA DE LA UNIVERSIDAD DE LA NACIÓN COLOMBIANA, 1826-1880.
PRIMERA Y
SEGUNDA PARTE.

LA SAGA DE LA DEFECCIÓN Y EL TRANSFORMISMO DE MANUEL ANCÍZAR BASTERRA.

miguel angel herrera zgaib
profesor asociado, ciencia política, unal
director grupo investigación presidencialismo y participación


Ninguna democracia que se precie de serlo puede reclamar como componentes sustanciales de su praxis, tanto la exclusión social como la proscripción de la disidencia.

Es evidente, por lo afirmado, que ninguna de las democracias realmente existentes cumple con tales prescripciones. Por lo que la construcción de una praxis democrática es un objetivo por alcanzar.

Walter Benjamin, y no solamente él, cuestionaron la interpretación, comprensión y explicación de la historia de la humanidad. Él sentenció con contundencia que la historia la escriben los vencedores. Desde antes, la otra historia se preserva, a pesar de todo, y se recupera.

Aquí me valgo en parte, de la sentencia de Benjamin y de las reflexiones de un pensador y activista revolucionario, el italiano Antonio Gramsci, nacido de las clases subalternas, sometidas y arruinadas en la Cerdeña del Risorgimento.

Él propuso, estando encarcelado por más de 10 años, contando su arresto, a órdenes del fascismo, escribir una obra für ewig, orientada a la Historia de las clases subalternas. Para lo cual elaboró unos Criterios de método, en su breve escrito de 1934, que tuvo elaboraciones anteriores como parte de uno de los llamados Cuadernos especiales.

¿150 años antes de qué?

A raíz de los 150 años de la refundación de la Universidad Nacional, quiero retomar la investigación que empezamos con mi hermano, Marco Aurelio Herrera Zgaib, sociólogo, que titulamos Educación Pública Superior, hegemonía cultural y crisis de representación política en Colombia, 1842-1984.


Es un libro publicado como el número 20 de la Colección Gerardo Molina, de Unijus, Facultad de Derecho y Ciencia Política, aparecido, en octubre de 2009. Pero, esta vez, la motivación para pensar y continuar en la indagación e ilustración de la historia viva, otra, de la Nacho, es triple. Para revisar, en compañía de otros colegas, quienes escribieron en la edición especial, los 150 años de la Nacional, de la que fui estudiante y egresado de una especialización, y, después, docente por concurso público desde el año 1999.

Pero, claro, en estas notas críticas, y en procura de otra verdad, más comprensiva, situada en el horizonte del pensamiento de ruptura, me valgo de otras claves heurísticas, en interlocución explícita con diferentes discursos y voces. Este es un enfoque, situado desde la otra realidad que acompaña la historia doble, de arriba y desde abajo, desde la misma fundación de la primera universidad pública de la República de Colombia, definida su existencia como nación independiente de todo poder.

El primer aspecto corresponde a la genealogía de la institución máxima de nuestra educación superior, fruto del poder soberano del nuevo estado, con el nombre de Universidad Central, hizo parte del primer proyecto integral, autónomo de organización y arreglo de la instrucción pública, tal y como está plasmado en la Ley de 18 de marzo de 1826.

Fue esta la fundación educativa y científico que presidió Francisco de Paula Santander, vicepresidente de la nueva República, encargado del poder Ejecutivo, porque el presidente Simón Bolívar estaba en la tarea de conseguir la independencia definitiva de Colombia del imperio español, empeñado en la campaña del Perú y el Alto Perú, la actual Bolivia.

La piedra angular del sistema de instrucción y educación pública de Colombia

Para probarlo, reproduzco, primero, las consideraciones plasmadas por el senado y la cámara reunidos en Congreso, para darle existencia a la instrucción pública laica, sin proscribir la educación privada religiosa; para darle basamento real a una efectiva reforma intelectual y moral, de signo liberal ilustrado. Es un proyecto inacabado, inconcluso, cuya realización a plenitud ha sido interrumpido, discontinuo, transcurridos casi dos siglos; buena parte de cuyos objetivos y propósitos fundamentales son una meta a cumplir en el año 2026:
“Considerando: 1o. Que el país en donde la instrucción está más esparcida, y más generalizada la educación de la numerosa clase destinada a cultivar las artes, la agricultura y el comercio, es el que más florece por la industria, al mismo tiempo que la ilustración general en las ciencias y las artes útiles es una fuente perenne y un manantial inagotable de riqueza y de poder para la nación que las cultiva.

2o. Que sin un buen sistema de educación pública y enseñanza nacional no puede difundirse la moral pública y todos los conocimientos útiles que hacen prosperar a los pueblos; decretan:
Capítulo I. De la enseñanza en general

Art 1o. En toda Colombia debe darse una instrucción y enseñanza pública proporcionada a la necesidad que tienen los diferentes ciudadanos de adquirir mayores o menores, conocimientos útiles conforme a su talento, inclinación y destino.

Art 2o. La instrucción general se distribuirá en escuelas de enseñanza primaria y elemental en las parroquias y cabeceras de cantón, y en colegios nacionales; y en las enseñanzas de ciencias generales y especiales: en universidades departamentales y centrales.

Art 3o. Por decreto especial se acordará el plan sobre establecimiento de escuelas y universidades, comprensivo del arreglo uniforme de enseñanza que debe seguirse de ellos.

Art 5o. La enseñanza pública será gratuita, común y uniforme en toda Colombia; arreglándose al presente decreto en todos los establecimientos de estudios y educación pública, que estén bajo la inspección del gobierno. “

Es importante recordar, además, para que se entienda el contenido de la citada ley, que dicha ley es parte orgánica del proyecto político de la Gran Colombia, constituida por lo pronto, por tres Departamentos, mientras que Simón Bolívar libra la campaña del Perú, enfrentando en Junín y Ayacucho al poder militar y administrativo del Virreinato.

Vendrá también la convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá del mismo año, para posicionar a la nueva república en el mundo de las naciones libres. El libertador presidente padecerá el bloqueo de dicha iniciativa, emprendido con éxito por el gobierno rival de los Estados Unidos, y su presidente James Monroe, que amerita otro escrito. Sobre lo cual existe un citado opúsculo del historiador liberal, Indalecio Liévano Aguirre, Bolivarismo y Monroismo.

Cito en seguida, por su pertinencia histórico-probatoria el Capítulo VII. De las universidades centrales, porque es relevante para avanzar en el presente ensayo acerca de la genealogía de la universidad de la nación colombiana, trayectoria que es leída desde la perspectiva subalterna, de la praxis de los muchos.

“Art. 42. En las capitales de los departamentos de Cundinamarca, Venezuela y Ecuador se establecerán universidades centrales que abracen con más extensión la enseñanza de las ciencias y artes.”

Un segundo aspecto a considerar está motivado por
la celebración de una década de fructíferas actividades académicas y políticas, en desarrollo de la otra universidad, mediante el proyecto Seminario Internacional Gramsci, 2008-2017, como una forma concreta de resistir e insistir en la pertinencia de una reforma intelectual y moral que haga posible en Colombia, un efectivo quehacer democrático acompañado por una necesaria madurez intelectual y moral de su sociedad.
El tercero, y, quizá más importante aspecto a considerar, es el tránsito incompleto de la guerra social a la paz subalterna en Colombia. Esta es una premisa fundamental para el logro de una segunda independencia, en el espíritu de lo alcanzado y proclamado en nuestro continente por el triunfo y resistencia heroica, ejemplar de la revolución Cubana.

Ella ha renovado el doble legado de Simón Bolívar y José Martí, quienes han puesto de presente, en la letra, en la vida en común, a lo largo del siglo XIX, y desde La Carta de Jamaica, la singularidad de Nuestra América, como una realidad plural, diversa, heterogénea de pueblos; como un encuentro de todos los continentes, un crisol de razas, lenguas y etnias, teniendo a Haití como punto de partida de la revolución parida desde abajo, con el triunfo y la derrota de los Jacobinos negros, en paralelo con las revoluciones francesa y americana, que le hicieron sombra, hasta disolverla en medio de luchas intestina .
Bolívar y Santander, en concierto, con la urgencia de darle impulso decisivo a una reforma intelectual y moral, que sentaba las bases de una modernidad burguesa, de la sociedad civil, como ocurrió en Escocia, Francia, y los Estados Unidos. Ellos pusieron la primera piedra con la Ley de 18 de marzo de 1826.

Sin embargo este proyecto fue interrumpido por las guerras del medio siglo, y en 1850, el proyecto de la Universidad Central fue clausurado. Pero, en el entretanto, y a partir de 1827, el primer sistema educativo moderno instaurado en Colombia, lo refiere el historiador Fabio Zambrano, contaba con 434 escuelas, 21 colegios y la Universidad Central.

Zambrano precisa en su artículo, Hito de la Modernidad, que “la educación tenía de manera prioritaria, el carácter de ser un instrumento político para ampliar la ciudadanía. La alfabetización era un requisito indispensable para el ejercicio de la nacionalidad y para la formación de los individuos, cambios que iban a ayudar a desvertebrar la sociedad tradicional colonial.” (Zambrano Pantoja, UN Periódico, 213, septiembre 2017, p. 5)

Para entonces la educación pública y laica era la predominante, pero se proclamó la libertad de oficios y profesiones, y la Universidad se cerró. Pero antes hubo el impulso de una gran empresa intelectual y científica, de redescubrimiento del territorio de Colombia, producida ya la separación de Venezuela y Ecuador, que no sobrevivieron a la crisis de los años 30. Me refiero a la Comisión Corográfica, que marchó por los fueros de la Expedición Botánica, previa a las luchas de Independencia.

En aquella titánica empresa descolló la figura de Agustín Codazzi, y la de Manuel Ancízar, que dejó trazos magistrales de lo que fue aquella expedición de descubrimiento del territorio, en su Peregrinación de Alpha, con la pretensión de darle existencia a un primigenio mercado nacional, que hiciera posible el florecimiento de la moderna industria, aprovechando las rutas comerciales precoloniales y coloniales, conectando todos los pisos térmicos de la geografía nacional.

El hiato en la historia del proyecto de la educación pública superior se extendió desde el cierre de 1850 hasta, que resuelto un ciclo cruento de guerra civil intestina, donde hubo, igualmente, la experiencia única de gobierno plebeyo, por unos pocos meses, con el levantamiento de militares y Sociedades Democráticas, con la dirección militar de José María Melo, y política de Lorenzo María Lleras, entre otros, que le dieron colofón a la disputa entre proteccionistas y favorecedores del libre cambio.

En esta empresa reaccionaria se juntaron comerciantes, burocracia militar y de toga, y grandes propietarios, para favorecer el libre cambio centrado en una economía mono exportadora, y cíclica, en la que se turnaron y desaparecieron varios productos del agro, favorecidos por una creciente demanda en los mercados internacionales. Lo que aplazó por una buena cantidad de años, la conformación de un efectivo y consolidado mercado interno.

La defección y transformismo de Manuel Ancízar

Al final de aquellas disputas intestinas, en las que los subalternos, campesinos, peones, y una incipiente pequeña burguesía urbana, y bajo clero, fue masa de maniobra de grandes caudillos se le dio paso a un nuevo orden, con la Constitución de Rionegro de 1863, bajo la coyunda del general caucano Tomás Cipriano de Mosquera.

Se le dio así carta de ciudadanía a la primera experiencia federalista, plasmada en la fórmula de los Estados Unidos de Colombia. Este nuevo orden es la antesala para la que denomino la primera refundación de la Universidad Pública de la nación, que sufrió, igualmente un cambio de nombre.

Al año siguiente de proclamada y sancionada la Constitución de Rionegro, en 1864, el radical José María Samper Brush, presentó el proyecto de fundación de la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, pero solamente fue posible, después de casi tres años, su creación, mediante otra ley histórica en esta trayectoria, la Ley 66 del 22 de septiembre de 1867. Ahora, como lo recuerda en su nota, el profesor Zambrano Pantoja, al servicio de un sistema federal.

Fue el interregno bajo la tutela e impulso del Olimpo radical. La intelectualidad gólgota intentó de nuevo, en forma infructuosa, y cum manu militarii, primero, lograr una efectiva separación entre iglesia y estado, expulsando a la más influyente comunidad religiosa, los Jesuitas. Expulsión ejecutada por el presidente caucano Tomás Cipriano Mosquera, acompañada de la expedición y aplicación de la ley de manos muertas, que expropió y subastó inmuebles y riquezas eclesiásticas.

De aquí se obtuvieron las edificaciones para el funcionamiento de la recién creada Universidad Nacional, a cuya cabeza estuvo Manuel Ancízar, periodista, cofundador de la masonería, partícipe en la Comisión Corográfica, junto con Jorge Isaacs, y otros intelectuales, animadores luego del romanticismo neogranadino influido por los franceses Víctor Hugo y Lamartine. El primero de los cuales se hizo célebre por citar a Rousseau, en su comentario a la recién promulgada Constitución de Rionegro, como hecha para ángeles.

El Olimpo radical cruzó armas ideológicas con los conservadores dirigidos por un antiguo radical, Mariano Ospina Rodríguez, con Sergio Arboleda y Miguel Antonio Caro, defensores de la herencia y prosapia españolas, frente a las “perniciosas” influencias de Bentham, Lancaster y Testutt de Tracy. Sin embargo Ancízar, y la masonería estaban a la cabeza de la recién creada Universidad Nacional, y con él también Florentino González, Arosemena, y otros, en la disputa hegemónica por la dirección de la incipiente sociedad civil colombiana.

Tal y como había ocurrido con la primera Ley 18 de 1826, que creó la Universidad Central, en la nueva Ley 66 del 22 de septiembre de 1867, sancionada por el General Santos Acosta. Allí se fijaron también los textos de uso exclusivo y enseñanza obligatoria, precaviendo la influencia del clero y los conservadores en la educación superior.

Y aquí ocurrió una primera gran experiencia de transfuguismo ideológico, en la persona del gran masón, Manuel Ancízar, engalanado con tantas cualidades. Después de la enconada polémica, éste renuncia al rectorado de la Nacional en 1870, pretextando que se estaba violando la libertad de cátedra. De ese modo, Ancízar anticipaba la defección posterior de otra “rutilante” figura del olimpo Gólgota, Rafael Núñez, quien haría causa común para construir una alianza “regeneradora”.

Los dos radicales son ejemplares en la experiencia del transformismo intelectual, y recordando los escritos de Antonio Gramsci, a propósito del Risorgimento, representa muy bien, la fórmula política que se puso en práctica, para afianzar el capitalismo periférico.

Por supuesto, se trataba de un capitalismo sin reformas radicales. Por el contrario, a través de una seguidilla de contra-reformas tanto en Colombia, como en Italia y Alemania. Por miedo manifiesto a las revoluciones desde abajo, animadas por las condiciones de miseria, explotación y exclusión de las masas heredadas de la colonia, acasilladas en las fincas de los grandes hacendados que habían hecho las guerra de independencia en Colombia.

Agonía y resurrección de la Universidad Liberal

El proyecto de la Universidad liberal, con lo anotado, sin embargo, se extendió con vida artificial hasta la rectoría de Carlos Martín Gaitán, 1878-1880, último rector apoyado por el radicalismo. Estábamos a la vista de un nuevo ciclo de guerras cruentas, con la peonada, y la juventud citadina, disputando, alinderados en los dos bandos, la constitución o contrarreforma del orden federal de la así llamada primera república liberal.

Antes, a Ancízar Basterra, lo siguieron como rectores de la Universidad Nacional, al servicio de la República federativa, compuesta por nueve estados, Francisco Javier Zaldúa, Jacobo Sánchez Chaves, Januario Salgar Moreno, Santiago Pérez Manosalva, y Manuel Plata Azuero, descendiente de los comuneros rebeldes de fines del siglo XVIII, y cuyo antepasado junto con Berbeo aparecen como traidores a la causa de los comunes, en el célebre y triste episodio de las capitulaciones de Zipaquirá, firmadas a la entrada del célebre Puente del Común.

Paradójicamente, Nacional se llamó la Universidad que no estaba fraccionada, con existencia separada en cada departamento, sino centralizada y ubicada en la capital de la república. Mientras que, la primera, la Universidad Central tuvo una triple existencia, federativa. Había una sede en cada uno de los departamentos del proyecto de la Gran Colombia, una en Venezuela, otra en Ecuador, y la de Colombia.

Como hecho histórico, hasta hoy en día, pese a que aquel proyecto bolivariano y santanderista se hundió, sobrevivieron con aquel nombre, los proyectos de Universidad creados en 1826. Tales son los nombres de la Universidad Central cuya sede es Quito, y la homónima en Caracas.

Seguramente, este viernes, cuando el expresidente Rafael Correa se refiere a la Universidad Latinoamericana alguna mención hará aquel proyecto inconcluso; y también a cuál ha sido el carácter y la intención manifiesta de la nueva reforma de la educación pública, y la superior, en el Ecuador, una de cuyas piezas fundamentales es la Universidad Central, afectada por aquellas acciones de la autodenominada revolución ciudadana.

Después de los siete rectores nombrados durante la República Liberal, orientada por el radicalismo, se produce un segundo hiato, parecido al vivido entre 1850 y 1864. Este extendió entre los años 1881- 1934, cuando la Universidad quedó sujeta a la autoridad de los sucesivos ministros de educación, y a la tutela intelectual de la regeneración llamada moderada y conservadora, bajo la cual se formó, a contramano, parte de la generación de Los nuevos, y, en particular, un reformador de hondo calado popular, Jorge Eliécer Gaitán.

Es decir, bajo el cuidado de los ministros del régimen de la Regeneración se afianzó la reacción política e intelectual que resultó al comando del bloque histórico reaccionario. Este sobrevino luego de la derrota en los campos de batalla del proyecto liberal radical, del que fueron sus máximos orientadores, los generales Benjamín Herrera y Rafael Uribe Uribe. El segundo, asesinado en las gradas del Capitolio por dos sicarios, salidos del pueblo ignaro, manipulado por las rencillas de las camarillas partidistas de entonces.

El otro, el general Benjamin Herrera, al frente de la Convención liberal de Ibagué impulsó la creación de la Universidad Liberal para contrarrestar la influencia conservadora, reaccionaria y ultramontana, como antes lo había intentado el Externado de Derecho, con el general Pinzón Warlosten, liberal curtido en las guerras de fin de siglo.

Una y otra fueron respuestas al abandono de un proyecto incluyente de educación pública superior, afectado por las disputas banderiza entre elites, y a la que las masas, por supuesto no tenían acceso, sino hasta bien entrado el siglo XX, cuando se ensaye una tercera refundación.

Este será el tiempo de la denominada revolución en marcha, de la segunda república liberal, que tendrá la animación, de dos hijos de la generación del centenario, Germán Arciniegas, líder intelectual en Colombia de la reforma de Córdoba, a través de la revista Universidad, y el presidente Alfonso López Pumarejo.

A quien se le ha rendido homenaje, refundando el edificio de las residencias universitarias Uriel Gutiérrez, rebautizadas en las luchas estudiantiles de los años 60, con el sonoro apelativo de “Gorgona”. Un edificio cuya parte trasera colapsa en el abandono, siendo pasto de la maleza, y flores que crecen silvestres alrededor de los empozamientos de aguas lluvia, que de vez en cuando albergaron uno que otro "renacuajo paseador."



(continua)

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