EN INTERLOCUCIÓN ABIERTA CON RAFAEL CORREA
LA PARADOJA DE FIN DE SIGLO, EL CAMBIO DE NOMBRE DE LA UNIVERSIDAD DE LA NACIÓN
MIGUEL ANGEL HERRERA ZGAIB
PROFESOR ASOCIADO, CIENCIA POLÍTICA, UNAL
DIRECTOR GRUPO PRESIDENCIALISMO Y PARTICIPACIÓN, Y
PROYECTO SEMINARIO INTERNACIONAL GRAMSCI
Paradójicamente, Nacional se llamó la Universidad que no estaba fraccionada, con existencia separada en cada departamento, sino centralizada y ubicada en la capital de la república.
Mientras que, la primera, la Universidad Central tuvo una triple existencia, federativa. Había una sede en cada uno de los departamentos del proyecto de la Gran Colombia, una en Venezuela, otra en Ecuador, y la de Colombia.
Como hecho histórico, hasta hoy en día, pese a que aquel proyecto bolivariano y santanderista se hundió, sobrevivieron con aquel nombre, los proyectos de Universidad creados en 1826. Tales son los nombres de la Universidad Central cuya sede es Quito, y la homónima en Caracas.
Seguramente, este viernes, cuando el expresidente Rafael Correa se refiere a la Universidad Latinoamericana alguna mención hará aquel proyecto inconcluso; y también a cuál ha sido el carácter y la intención manifiesta de la nueva reforma de la educación pública, y la superior, en el Ecuador, una de cuyas piezas fundamentales es la Universidad Central, afectada por aquellas acciones de la autodenominada revolución ciudadana.
Después de los siete rectores nombrados durante la República Liberal, orientada por el radicalismo, se produce un segundo hiato, parecido al vivido entre 1850 y 1864. Este extendió entre los años 1881- 1934, cuando la Universidad quedó sujeta a la autoridad de los sucesivos ministros de educación, y a la tutela intelectual de la regeneración llamada moderada y conservadora, bajo la cual se formó, a contramano, parte de la generación de Los nuevos, y, en particular, un reformador de hondo calado popular, Jorge Eliécer Gaitán.
Es decir, bajo el cuidado de los ministros del régimen de la Regeneración se afianzó la reacción política e intelectual que resultó al comando del bloque histórico reaccionario, cuya conducción sigue gravitando sobre el rumbo torcido de nuestra república.
Esta forma de dominación legítima, que no hegemónica, sobrevino luego de la derrota en los campos de batalla de las guerras inter-elites del proyecto liberal radical. Proyecto del que fueron sus postrimeros orientadores, los generales Benjamín Herrera y Rafael Uribe Uribe, masones los dos, de la cofradía fundada por el ex rector de la Nacional, Manuel Ancízar.
El segundo, el héroe de Palonegro, fue después asesinado a hachazos en las gradas del Capitolio por dos sicarios, salidos del pueblo ignaro, manipulado por los infundios y rencillas de las camarillas partidistas de entonces. Era Uribe Uribe un reformador peculiar, quien insistía en que el liberalismo debía acudir a las canteras del socialismo.
LOS ANTECEDENTES DEL GRITO DE CÓRDOBA Y LA REFORMA LIBERAL DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR
Tal "credo" no solo impactó en positivo la vena intelectual y el inconformismo de un "nuevo", opuesto al rumbo de la generación del centenario. Este radical intelectual pequeño burgués era Jorge Eliécer Gaitán, hijo de una maestra y un modesto librero, habitantes del barrio Las Cruces.
Gaitán se graduó en la escuela de derecho de la Nacional de comienzos de siglo. Para lograrlo escribió una tesis non sancta, controversial, para la universidad de la Regeneración, "Las ideas socialistas en Colombia". Ello fue posible con la mentoría intelectual del padre Bermúdez, un jesuíta responsable de las clases de filosofía.
El otro, el general Benjamin Herrera, al frente de la Convención liberal de Ibagué impulsó la creación de la Universidad Libre para contrarrestar la influencia conservadora, reaccionaria y ultramontana, como antes lo había intentado el Externado de Derecho, con el general Pinzón Warlosten, liberal curtido en las guerras de fin de siglo.
Una y otra fueron instituciones liberales, ensayadas como respuestas tardías al abandono de un proyecto incluyente de educación pública superior. Una educación pública afectada por las disputas banderizas entre elites, a la que las masas de campesinos, peones e indios, por supuesto, no tenían acceso.
Había un claro divorcio entre intelectuales y masas. Estas eran objeto de catequesis por los curas pregoneros, y los misioneros enquistados en los territorios nacionales. Mientras que los intelectuales buscaban posicionarse, y escalar en la jerarquía del país político.
Estas incipientes capas letradas, definidas como generaciones por Abel Naranjo Villegas, ignoraron la más de la vez al país nacional que crecía en ignorancia, hambre y exclusión como mayoría subalterna. A la vez que empezaban las protestas,la organización espontánea de las resistencias en varios enclaves neocoloniales, por fuera de las universidades.
Habrá que esperar hasta bien entrado el siglo XX, cuando se ensaye una tercera refundación de la universidad pública de la nación colombiana, en el tiempo de la denominada revolución en marcha, para que diversos sectores de la clase media entren en mayor número a la educación superior.
De este fenómeno dará cuenta después, al inicio de la década del 70, el estudioso uruguayo Germán Rama, autor del libro El sistema universitario en Colombia (1970). Un año después estallaría el gran paro nacional universitario y, en menor medida, de la enseñanza secundaria, prueba de fuego de la denominada reforma Patiño, que tanto se ha ponderado por estos días de celebraciones.
El nuevo proyecto de reforma tuvo la animación, sin embargo, de dos hijos de la generación del centenario, Germán Arciniegas, líder intelectual en Colombia de la reforma de Córdoba, a través de la revista Universidad, y el presidente Alfonso López Pumarejo.
Los centenaristas organizados como republicanos, hicieron algunas reformas al interior del aparato de la dominación conservadora, a comienzos del siglo XX. Acompañaron el corto gobierno de Carlos E. Restrepo, y dos de ellos, Laureano Gómez y Alfonso López imaginaron, cada uno, un nuevo curso para la dominación bipartidista.
Es a López Pumarejo, y no a Germán Arciniegas a quien se le ha rendido homenaje, refundando el edificio de las residencias universitarias Uriel Gutiérrez, dándole sitio al Centro de Convenciones que lleva su nombre.
Tales residencias fueron rebautizadas en las luchas estudiantiles de los años 60, con el sonoro apelativo de “Gorgona”. De unos años para acá, en su respaldar albergan fauna y flora en medio de escombros, por el colapso de parte de aquella edificación.
El traspatio del Uriel, hasta la fecha, es "pedestal" del abandono en que está sumida la Universidad Pública, en buena parte, por su rebeldía sostenida contra el establecimiento bipartidista, reencauchado por la tercera versión del Frente Nacional, luego de sufrir los subalternos la gran violencia en campos y ciudades.
(La saga continua)
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