Este fue el programa que
desarrolló el seminario Antonio Gramsci en su décima edición
" el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos" A. Gramsci
31 de octubre de 2015
VI Jornada: Poderes locales y ciudadanías subalternas
La sexta jornada del
seminario Gramsci se trasladara al municipio de Suacha, contara con la participación
de Luis Eduardo Lemus, Gabriel romero, y Massimo Modonessi, con las ponencias “Subalternos
en la construcción de barrios obreros en Suacha”, “Gestión y daño ambiental de
la minería en el municipio de Suacha”, y “Pasado y presente de los Subalternos
(Videoconferencia)”.
El lugar de la presentación
será la casa Juvenil XuCasa (Carrera 8 No. 7 – 19 centro de Suacha –
Cundinamarca), a partir de las nueve de la mañana. Para mayor información contactar
el evento en Facebook https://www.facebook.com/events/982145751850477/
X Seminario Internacional Antonio Gramsci (Sesión Suacha)
30 de octubre de 2015
29 de octubre de 2015
Nota de Prensa: Cuarta Jornada “Socialismos en los Andes”
Hoy iniciamos la cuarta Jornada del
Seminario Internacional Antonio Gramsci, a las 8:00 am en el auditorio Camilo
Torres de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. El tema,
"Socialismos en los Andes".
Hoy con la participación, en las horas de la mañana, de Fernando Dorado, Luciano Cocheiro, de los estudiantes de Introducción a las Ciencias Políticas, Cristobal Acosta, miembro del grupo “presidencialismo y Participación” y el colectivo de Poesía "Pablo Neruda". El tema de las discusiones en la mañana será "Socialismo, Capitalismo y filosofía de la Praxis".
En la tarde vamos con el tema "Ruptura y Praxis: Socialismos y capital" con las ponencias de Pedro Karczmarzyck, de la Unal de la Plata (Argentina) y Miguel Eduardo Cárdenas, quienes hablaran sobre Marx y Althuser, y la Filosofía de la Praxis respectivamente.
La jornada cerrara con el panel
"Socialismo, hegemonia e intelectuales" y con el Lanzamiento del
Libro "Antonio Gramsci y el pensamiento de Ruptura, coordinado por el
profesor Juan Carlos García entre las 5-6 pm.
Para mayor información o inscripciones, consultar el sitio web del seminario: www.seminariogramsci.com, así como www.seminario.internacional.gramsci.blogspot.com preinscribirse en presid.y.partic@gmail.com, o en contacto@presidencialismoyparticipacion.com, indicando nombre completo, institución o profesión y el email respectivo.
27 de octubre de 2015
Nota de prensa: Tercera Jornada “Democracias y Autonomía del Común”
El
miércoles 27 de Octubre, se estará realizando la tercera jornada del Seminario
Internacional Antonio Gramsci. En las horas de la mañana, en las instalaciones
de la Universidad Nacional de Colombia, auditorio Camilo Torres de la Facultad
de Derecho y en el salón 210 del mismo edificio. En la tarde, a partir de las 5
pm, en las instalaciones de la Escuela Superior de Administración Pública. La
jornada, la más extensa del seminario, está dividida en tres partes.
La
primera parte se realizará en el auditorio Camilo Torres en las horas de la
mañana. Está dedicada al tema Democracia local, elecciones e intelectuales. Participará
el miembro del congreso de los Pueblo, Felipe Torres. También estarán los
ponentes Sara Arias y Luis Eduardo Lemus del grupo Presidencialismo y Participación
de la Universidad Nacional.
A
partir de las 2 de la tarde, en el salón 210 del edificio de la Facultad de
Derecho, Ciencias Políticas y Sociales. Las conversaciones giraran entorno al
tema Democracia común, medios y autonomía. Contará con la presencia del periodista, ex director de canal capital y concejal electo de Bogotá, por el movimiento progresistas,
Holman Morris. Además estará Peter Bratsis, autor del libro “Everyday Life and
the State” Ponente internacional y profesor de la Universidad de New York. El
panel, a cargo de los estudiantes de Teorías de la Cultura Política, y de los
miembros del grupo Presidencialismo y Participación, girara en torno al tema de
los Subalternos y del Presidencialismo de excepción.
En
la última parte de la jornada, a partir de las 5:00 pm, el seminario se
trasladará al auditorio Camilo Torres de la Escuela Superior de Administración
Pública ESAP. Allí el tema de discusión será Neoliberalismo, Ecosocialismo y
Postsocialismo. Allí, se trataran los temas de Jovenes, Naturaleza y Poderes, y
Postsocialismo en América Latina. Se presentarán las ponencias relacionadas con
las investigaciones Juveniles respecto a problemas contemporáneos, a cargo de
los Estudiantes del Semillero juventud, y de la Universidad de Monserrate.
Finalizará la Jornada con las ponencias de los Profesores Jaime Moreno Quijano,
Martha Yolanda Rodríguez, Giovanni Mora, Francisco Puello y Miguel Ángel
Herrera.
Para mayor información o inscripciones, consultar el sitio web del seminario: www.seminariogramsci.com, así como www.seminario.internacional.gramsci.blogspot.com preinscribirse en presid.y.partic@gmail.com, o en contacto@presidencialismoyparticipacion.com, indicando nombre completo, institución o profesión y el email respectivo.
26 de octubre de 2015
Nota de prensa: Seminario internacional Antonio Gramsci ““Luchas hegemónicas, paz subalterna, pensamiento de ruptura en la región andino amazónica” Segunda jornada: Paz y constituyente sub-alterna
La segunda jornada del
Seminario Internacional Antonio Gramsci se realizará el próximo martes 27 de
octubre, en las instalaciones de la Universidad Nacional de Colombia, Auditorio
Camilo Torres-Edificio de Derecho. Está jornada ha sido denominada “Paz, y
constituyente subalterna”
En las horas de la mañana, se
dará al inicio seminario con la ponencia presentada por Marta Lilia Solano,
sobre Paz, acuerdo, Justicia y posconflicto. Le seguirán Felipe Torres del
congreso de los pueblos, y el Profesor Ramiro Fernández y el Abogado Manuel
Panero, quienes abordaran el tema de las Elecciones presidenciales y el
peronismo en Argentina.
En la tarde se hablará de
paz, constituyente subalterna y elecciones. El ponente Juan Carlos García del
grupo presidencialismo y participación hablará sobre la lucha contra hegemónica
de las FARC-EP; Miguel Ángel Herrera tendrá la oportunidad de Hablar sobre la
guerra de posiciones, Y Santiago Barrios presentara una lectura desde el
psicoanálisis acerca del trauma y el malestar en la sociedad colombiana. Para
finalizar la jornada, José Antequera, hijo del asesinado líder da la Unión Patriótica,
presentará ponencia sobre Paz, MOVICE (Movimiento de victimas de Estado) y
elecciones.
De 9:00 a 9:30 am se
realizara el lanzamiento de la revista SURMANIA, a cargo de Álvaro Lozano y
Ángela María González. De 11:00 am a
1:00 pm se proyectará el documental de Pino Solanas, la dignidad de los Nadies.
Para mayor información o inscripciones, consultar el sitio
web del seminario: www.seminariogramsci.com, así como
www.seminario.internacional.gramsci.blogspot.com preinscribirse en
presid.y.partic@gmail.com, o en contacto@presidencialismoyparticipacion.com,
indicando nombre completo, institución o profesión y el email respectivo.
25 de octubre de 2015
DOCUMENTOS PARA EL X SEMINARIO INTERNACIONAL A. GRAMSCI
Proyecto Paz Subalterna
LOS GANADORES EN LAS ELECCIONES DEL 25
Y LA DISPUTA POR LA SOCIEDAD CIVIL
Miguel Angel Herrera Zgaib
Con los resultados casi completos en los grandes escenarios, quedó claro el triunfo de los partidos y coaliciones que se han jugado por la paz, y el gran derrotado, el Centro Democrático, que perdió la alcaldía que pensaba tenía asegurada. Juan Carlos Vélez fue el derrotado, por una diferencia pequeña, por su adversario Federico Gutiérrez, quien a la postre, siendo independiente, obtuvo el espaldarazo del gobernador Sergio Fajardo.
En términos de aspiraciones presidenciales, el gran triunfador es el vicepresidente Germán Vargas Lleras, a quien los poderes otorgados por el presidente, su gemelo, le han dado excelentes resultados. El clan Vargas Lleras/ Galán puntea en esas aspiraciones. En segundo lugar, queda el partido liberal, donde se perfilan en el horizonte, Humberto de la Calle, quien ya fue vice, y el segundo en la votación de Bogotá, Rafael Pardo.
El Partido de la U queda sin un candidato propio, expósito, y sujeto, en un cierto sentido al comodín de Juan Manuel Santos, Humberto, quien podrá el candidato bisagra, con una vicepresidencia de Rafael Pardo.
La centro izquierda también fue derrotada; y los Independientes y la Alianza Verde tendrán que pensar en fórmulas de convergencia posible, si quieren establecer una candidatura presidencial con opciones de ser gobierno, pero sus aspiraciones han salido golpeadas.
Los dos posibles conductores de esa recomposición son Guillermo Alberto Jaramillo, hoy electo alcalde de Ibagué, y el gobernador de Nariño, Camilo Romero. Y la tercería en esta posible alianza tendrá como vocería a Clara López, que obtuvo la tercera votación, pero lejos de los otros dos agrupamientos.
La centro izquierda perdió a Bogotá, resultado de una cadena de errores de gobierno y de administración para el conjunto de la ciudadanía. Porque no basta tener presente la opción por los pobres, y darle participación a los jóvenes; se requiere organización eficaz de los servicios que afectan a todos, y en eso, la alcaldía de Gustavo Petro fue rrática; y la de Samuel Moreno, el mayor de los escándalos, con el carrusel de la contratación.
En esa rapiña, de la que casi todos participaron robándose la riqueza social, la centro izquierda con la separación de Progresistas, no fue capaz de llamar las cosas por su nombre. Pero, Samuel, la cabeza anapista, aparecía comprometiendo al PDA, de quien la propia Clara López no fue capaz de desmarcarse nunca. Y recibió la parte de la sanción del voto independiente, que se la repartieron entre Rafael Pardo y Enrique Peñalosa.
Mañana es otro día, y la disputa por la sociedad civil, por su dirección, ha colocado a la izquierda en una situación de retroceso. La alianza con el centro no ha resultado benéfica, entre otras cosas, porque las cuentas nunca estuvieron claras, y terminó colocándose a la cola del centro, y sus aliados liberales y conservadores.
No fue capaz de construir bases sólidas en los grupos y clases subalternas, a pesar de la asistencialismo que practicó con relativo éxito, pero menospreció los procesos de auto-organización de los subalternos, que fortalecieran su disposición para la autonomía.
Mucho menos fue capaz esta izquierda de impulsar una reforma intelectual y moral que golpeara el clientelismo de todos los pelambres. Son tareas que quedan pendientes, y que es necesario asumir desde ya, porque la burguesía quiere imponer y conducir su paz, con el mínimo de reformas sociales y económicas.
El artículo 13, que habla de la igualdad real y efectiva está en veremos. Pero, al menos, se ha derrotado a la reacción, contraria in toto, a la negociación de la paz, sin rendición; pero, deja a un pichón de halcón a las puertas de la presidencia, Germán Vargas Lleras. Así están las cosas, por ahora.
22 de octubre de 2015
Jornada inaugural: “Pos-neoliberalismo y luchas hegemónicas”
La primera jornada
del seminario Antonio Gramsci, dedicada al tema “Pos-neoliberalismo y luchas
hegemónicas”, tendrá lugar el lunes 26 de octubre en el Auditorio Camilo Torres
de la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad
Nacional de Colombia. La jornada ha sido dividida en dos partes, en la mañana
“Disputas Hegemónicas y Elecciones” y en la tarde “Posneoliberalismo y disputas
hegemónicas”.
POS-NEOLIBERALISMO Y LUCHAS HEGEMONICAS Antonio Gramsci (1891-1937) |
La jornada, que
inicia con las palabras del profesor Miguel Ángel Herrera, contará con las
ponencias a cargo de los profesores Justo Soto, de la Universidad Bolivariana
de San Cristóbal, a través de videoconferencia, Profesor Mario Alberto
Forero, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Jorge Tadeo
Lozano, el profesor Francisco Hidalgo, de la Universidad Central del Quindío, y
del Profesor Massimo Modonesi, de la Universidad Nacional de México -UNAM. Los
miembros del grupo Presidencialismo y Participación participaran con dos
charlas “Izquierda y elecciones en Colombia”, y “Ciudadanías Sub-Alternas” a cargo de Heiner
Gaitán, Reina Jiménez y Cristian Bernal,
respectivamente.
En la mañana, las
discusiones y presentaciones sobre “Disputas hegemónicas y elecciones” abrirá en las horas de la mañana, con el
panel “historia de los subalternos en Colombia” a cargo del grupo de
estudiantes de Introducción a la Ciencia Política, y cerrara con la proyección
del documental: Gramsci, el misterio de Nápoles y New York del director, de los
Italianos Giorgio Baratta y Darío Fo.
En la tarde el panel
“Cultura, Subalternos y elecciones” estará a cargo de los estudiantes del grupo
de Teorías de la cultura Política.
Para mayor información o inscripciones, consultar el
sitio web del seminario: www.seminariogramsci.com, así como
www.seminario.internacional.gramsci.blogspot.com preinscribirse en
presid.y.partic@gmail.com, o en contacto@presidencialismoyparticipacion.com,
indicando nombre completo, institución o profesión y el email respectivo.
21 de octubre de 2015
Nota de prensa: X Seminario Internacional Antonio Gramsci “Luchas hegemónicas, paz subalterna, pensamiento de ruptura en la región andino amazónica”
Los días 26 – 31 de Octubre se
estará realizando, en las instalaciones de La Universidad Nacional de Colombia,
Bogotá – Colombia, el X seminario internacional Antonio Gramsci, en esta
ocasión denominado “LUCHAS HEGEMONICAS, PAZ SUBALTERNA, PENSAMIENTO DE RUPTURA
EN LA REGIÓN ANDINO AMAZONICA”. El seminario contará también con la
participación de las ciudades de QUITO (Ecuador), y SAN CRISTOBAL (Venezuela)
mediante la realización de eventos paralelos y la interlocución, por medio de
videoconferencias, con la sede anfitriona. El seminario iniciara el día lunes
26 de octubre con la jornada que ha sido llamada “Posneoliberalismo y disputas
hegemónicas” y terminara el día sábado 31 con la jornada “Poderes locales y
ciudadanía subalterna”
El seminario, realizado
continuamente desde el año 2008, ha sido organizado y preparado por el grupo
“Presidencialismo y participación” de la Facultad de Derecho, Ciencias
Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, en compañía de
otros grupos, y bajo la dirección del Profesor Miguel Ángel Herrera Zgaib –
profesor asociado de la Universidad Nacional-. El seminario contará con la
participación de académicos, activistas políticos, estudiantes de Ciencias
Políticas de la Universidad Nacional de Colombia, junto a estudiantes de otras
carreras y Universidades, quienes interactuaran a través de ponencias, paneles,
y proyecciones documentales.
Paralelamente, como parte de
las actividades que tendrán lugar con motivo del seminario, se realizará el festival
deportivo y cultural “DEFENSA DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR PÚBLICA Y GRATUITA:
CONGRESO Y CONSTITUYENTE” y los lanzamientos “Antonio Gramsci y el pensamiento
de ruptura” (Libro) coordinado por el profesor Juan Carlos García Lozano, y del
octavo número de la Revista SURMANIA.
Para mayor información consultar la página web del seminario: www.seminariogramsci.com. Allí se podrá consultar
información acerca de la presentación de ponencias, consulta de documentos,
perfiles de los participantes, e historia del seminario
20 de octubre de 2015
HISTORIA DE LOS SUBALTERNOS
GRAMSCI EN VIDA
SIETE
EL JOVEN EXPLORADOR
Es en una vida entre rural y urbana en la que Antonio crece, y empieza a pasar de niño a jovenzuelo. Los testimonios de vecinos y conocidos lo testimonian. A ellos han acudido los biógrafos de aquellos años, y Fiori es el más conocido por el libro publicado al castellano, que tiene incluso una edición italo-cubana, en la que unieron esfuerzos Sassari y Verona publicada en el año 2002.
De esta saco el comentario de Felle Toriggia:
"Un año, debió ser en 1900-1901, fuimos a bañarnos juntos a Bosa Marina. Entonces viajábamos en carros de bueyes. Durante el tiempo que pasamos juntos, primero en el carro y después en la playa, no puedo decir que Nino Gramsci fuese un muchacho cerrado y hosco. La compañía le alegraba y en algunos momentos reía a carcajadas. (20)
Este recuerdo tiene Chicchinu Mameli, compañero en la escuela elemental:
Tenía el cuerpo que usted ya sabe y la deformidad le impedía participar en algunos de nuestros juegos. Los muchachos, ahora y siempre, luchan se desafían...Nino, lo más que podía hacer era contemplarlos. Por eso salía raramente con nosotros. En general, se quedaba en casa leyendo, dibujando, construyendo figuras de madera, jugando en el patio. O bien se iba a pasear por el campo. Lo veía a menudo con Mario (uno de sus hermanos).
En ese tiempo, Gramsci recuerda como tuvo identificaciones con la historieta de Robinson Crusoe, que leyó en casa de la señora Mazzacurati, y que ella le regaló después, cuando se fue del pueblo. Aquí está el vivo recuerdo de aquella lectura, del propio Nino:
No salía de casa sin llevar en el bolsillo granos de trigo y cerillas envueltas en trozos de tela encerada, por si iba a parar a una isla desierta y me veía abandonado a mis propias fuerzas. (21)
Gramsci deambulaba con el hermano o amigos entre el Valle del Tirso y la casa de la tía María Domenica Corrias, en Abbasanta, y este un aparte de su relato:
Una tarde de otoño, cuando ya había oscurecido pero la luna resplandecía, fui con otro chico amigo mío a un campo lleno de árboles frutales, de manzanos especialmente. Nos refugiamos del viento tras un matorral. Al cabo de un rato aparecieron los erizos: eran cinco, dos grandes y tres pequeños. Se dirigieron en fila india hacia los manzanos, rondaron un poco por la hierba y se pusieron a trabajar; ayudándose con los morros y las patas, hacían rodar las manzanas que el viento había hecho caer de los árboles y las reunían en un claro, muy juntas...Cuando volvían a su madriguera, salimos de nuestro escondite, los metimos en un saco y nos los llevamos a casa. Yo me quedé con el padre y dos erizos pequeños y los tuve durante muchos meses en el patio, en libertad. (21)
Existe también el recuento de una visita al campo, donde vivía la tía María Domenica, y este es el recuerdo que registra también el libro de Fiori:
Con mis hermanos, fuimos un día al campo de una tía nuestra,donde había dos enormes encinas y dos árboles frutales; teníamos que recoger bellotas para dar de comer a un cerdo...Apenas entramos en el campo vimos que debajo de un árbol se había sentado tranquilamente una zorra grande, con su bella cola levantada como una bandera. No se asustó en absoluto; nos enseñó los dientes pero parecía reír y no amenazarnos. A nosotros nos encolerizaba mucho que la zorra no nos tuviese miedo; mas la verdad era que no lo tenía en absoluto. Le tiramos piedras, pero apenas se movía y seguía mirándonos como si se burlase de nosotros...De pronto se oyó un disparo de verdad, realizado por alguien de ahí cerca. La zorra pegó un salto y huyó rápidamente. (21)
En estos retazos de su memoria, escritos en sus cartas generalmente, Nino reconstruye episodios de su vida infantil y juvenil, y no pocas veces los emplea para comunicarse con Julia, la madre de sus dos hijos, alejados de él, viviendo en Moscú, y a veces se dirige en primera persona a ellos, tratando de motivar con sus palabras y su ejemplo la propia formación de estos, quienes viven lejos del padre y en un ambiente citadino, con la gran ventaja de tener una madre violinista, y culta, que les procuraba lo que estaba a su alcance para disipar en parte la ausencia de Nino.
GRAMSCI EN VIDA
SIETE
EL JOVEN EXPLORADOR
Es en una vida entre rural y urbana en la que Antonio crece, y empieza a pasar de niño a jovenzuelo. Los testimonios de vecinos y conocidos lo testimonian. A ellos han acudido los biógrafos de aquellos años, y Fiori es el más conocido por el libro publicado al castellano, que tiene incluso una edición italo-cubana, en la que unieron esfuerzos Sassari y Verona publicada en el año 2002.
De esta saco el comentario de Felle Toriggia:
"Un año, debió ser en 1900-1901, fuimos a bañarnos juntos a Bosa Marina. Entonces viajábamos en carros de bueyes. Durante el tiempo que pasamos juntos, primero en el carro y después en la playa, no puedo decir que Nino Gramsci fuese un muchacho cerrado y hosco. La compañía le alegraba y en algunos momentos reía a carcajadas. (20)
Este recuerdo tiene Chicchinu Mameli, compañero en la escuela elemental:
Tenía el cuerpo que usted ya sabe y la deformidad le impedía participar en algunos de nuestros juegos. Los muchachos, ahora y siempre, luchan se desafían...Nino, lo más que podía hacer era contemplarlos. Por eso salía raramente con nosotros. En general, se quedaba en casa leyendo, dibujando, construyendo figuras de madera, jugando en el patio. O bien se iba a pasear por el campo. Lo veía a menudo con Mario (uno de sus hermanos).
En ese tiempo, Gramsci recuerda como tuvo identificaciones con la historieta de Robinson Crusoe, que leyó en casa de la señora Mazzacurati, y que ella le regaló después, cuando se fue del pueblo. Aquí está el vivo recuerdo de aquella lectura, del propio Nino:
No salía de casa sin llevar en el bolsillo granos de trigo y cerillas envueltas en trozos de tela encerada, por si iba a parar a una isla desierta y me veía abandonado a mis propias fuerzas. (21)
Gramsci deambulaba con el hermano o amigos entre el Valle del Tirso y la casa de la tía María Domenica Corrias, en Abbasanta, y este un aparte de su relato:
Una tarde de otoño, cuando ya había oscurecido pero la luna resplandecía, fui con otro chico amigo mío a un campo lleno de árboles frutales, de manzanos especialmente. Nos refugiamos del viento tras un matorral. Al cabo de un rato aparecieron los erizos: eran cinco, dos grandes y tres pequeños. Se dirigieron en fila india hacia los manzanos, rondaron un poco por la hierba y se pusieron a trabajar; ayudándose con los morros y las patas, hacían rodar las manzanas que el viento había hecho caer de los árboles y las reunían en un claro, muy juntas...Cuando volvían a su madriguera, salimos de nuestro escondite, los metimos en un saco y nos los llevamos a casa. Yo me quedé con el padre y dos erizos pequeños y los tuve durante muchos meses en el patio, en libertad. (21)
Existe también el recuento de una visita al campo, donde vivía la tía María Domenica, y este es el recuerdo que registra también el libro de Fiori:
Con mis hermanos, fuimos un día al campo de una tía nuestra,donde había dos enormes encinas y dos árboles frutales; teníamos que recoger bellotas para dar de comer a un cerdo...Apenas entramos en el campo vimos que debajo de un árbol se había sentado tranquilamente una zorra grande, con su bella cola levantada como una bandera. No se asustó en absoluto; nos enseñó los dientes pero parecía reír y no amenazarnos. A nosotros nos encolerizaba mucho que la zorra no nos tuviese miedo; mas la verdad era que no lo tenía en absoluto. Le tiramos piedras, pero apenas se movía y seguía mirándonos como si se burlase de nosotros...De pronto se oyó un disparo de verdad, realizado por alguien de ahí cerca. La zorra pegó un salto y huyó rápidamente. (21)
En estos retazos de su memoria, escritos en sus cartas generalmente, Nino reconstruye episodios de su vida infantil y juvenil, y no pocas veces los emplea para comunicarse con Julia, la madre de sus dos hijos, alejados de él, viviendo en Moscú, y a veces se dirige en primera persona a ellos, tratando de motivar con sus palabras y su ejemplo la propia formación de estos, quienes viven lejos del padre y en un ambiente citadino, con la gran ventaja de tener una madre violinista, y culta, que les procuraba lo que estaba a su alcance para disipar en parte la ausencia de Nino.
12 de octubre de 2015
Documentos para el X Seminario Internacional
HISTORIA DE LOS SUBALTERNOS
GRAMSCI EN VIDA
SEIS
La enfermedad de Gramsci.
HISTORIA DE LOS SUBALTERNOS
GRAMSCI EN VIDA
SEIS
La enfermedad de Gramsci.
Guissepe Fiori, el biógrafo de Gramsci que citamos en anteriores episodios de su biografía, muy poco dice acerca de la enfermedad que lo aquejó, prácticamente, a partir de los cuatro años, cuando se advirtió la presencia, primero, de una protuberancia en la parte superior de su espalda.
Él refiere que hubo diversos tratamientos a que Nino fue sometido, sin éxito alguno, incluido el colgarlo de un arnés de manera regular. Pero, de acuerdo con los estudios médicos, lo que padeció Gramsci hasta su muerte fue la llamada enfermedad de Pott, nombrada así por el cirujano inglés que la diagnosticó, Percivall Pott (1711-1788).
El nombre de esta enfermedad es tuberculosis osteoarticular. Es como se deriva de su nombre, una tuberculosis extrapulmonar, que afecta para este caso la columna vertebral. Ella resulta de la expansión de un foco tuberculoso, donde anida una bacteria del género mycobacterium.
El lugar primario en que se desarrolla es el pulmón, y luego, si no es correctamente atendida la tuberculosis, o mal curada, puede afectar las vértebras, y cuando es más de una, ella impide la nutrición hacia el disco intervertebral que se alimenta por difusión. Entonces el resultado que produce es el colapso de la columna y un daño medular.
La región que se afecta más frecuentemente es la toráxico lumbar. Se expresa primero con la aparición de masas en la columna que comprometen la región raquimedular. En el caso de Antonio, tal parece, que no solo afectaba su espalda, sino también la parte superior de su tórax.
En resumen, Gramsci padeció esta tuberculosis, que es calificada también como espondilitis tuberculosa. Y entre los curiosos e ineficaces tratamientos médicos empleados durante el siglo XIX figura como curiosidad el uso de la luz de arco de carbón, de lo cual se conservan algunos daguerrotipos, que muestran a chicos y jóvenes tratados de ese modo.
La tuberculosis es una enfermedad que se propaga en poblaciones pobres, y en condiciones de escasa sanidad. Es una de las enfermedad que ataca a lugares con poco o ninguna atención pública, como lo era la Cerdeña en la que pasaron los primeros años de la infancia de Gramsci.
Para más datos acerca de su enfermedad conviene escribir a la Casa Museo Gramsci en Ghilarza, una población en la que habitó Gramsci, después de su nacimiento en Ales, y su residencia en Sorgono. Existe un email que puede utilizarse: casagramsci@gmail.com, y el correspondiente portal en internet.
Invitadísimos a ser parte del X SEMINARIO INTERNACIONAL A. GRAMSCI. Los interesados en ser ponentes tienen plazo hasta hoy para enviar sus resúmenes de ponencia: contacto@seminariogramsci.com, contacto@presidencialismoyparticipacion.com
9 de octubre de 2015
DOCUMENTOS PARA EL DEBATE EN EL X SEMINARIO INTERNACIONAL ANTONIO GRAMSCI, 26-31 DE OCTUBRE DE 2015.
BOGOTÁ, QUITO, SAN CRISTÓBAL
Will Colombia’s democracy survive the violence?
Luis Fernando Medina
Luis Fernando Medina is Assistant Professor of Politics at the University of Virginia and author of A Unified Theory of Collective Action and Social Change.
According to popular Colombian lore, a bridge was inaugurated in Eastern Colombia to much fanfare in the mid-twentieth century. Colombia’s Eastern Plains are a vast flatland with roaring rivers, and so the bridge was engulfed by the river a few rainy months later.
By the time the dry months returned, the river had settled on a different course, leaving the bridge alone, rising awkwardly above a dry patch of land.
I have heard the story several times from different sources, but I don’t know if it’s true. It deserves to be, since it captures something about the paradoxes of Colombia.
This is a country that in 1991 drafted one of the most modern and enlightened constitutions, consecrating a vast array of citizens’ rights, and during the following decade saw around 3 million of its citizens, more than one in fifteen, internally displaced.
Colombia boasts one of the longest democratic traditions in the Western Hemisphere, 120 years of contested elections and peaceful transfers of power; but, in a slow year, more than a thousand Colombians, including union leaders, journalists, and human rights activists, fall victim to political violence.
Sometimes the number is two or three times that. An exemplar of prudence and professionalism in its economic management, Colombia hosts one of the largest illegal economies in the world, as the international leader in cocaine production.
Life in Colombia’s cities goes on as it would in any other country—and probably with more partying—while right-wing death squads roam the countryside. By some estimates, they have killed more than 40,000 people since the late 1980s, including women, children, and the elderly.
There is no agreement on when Colombia’s plight began or even what to call it. Most say it started 40-50 years ago; however, in 2008 Venezuela’s Hugo Chávez spoke of its “sixty-year war,” while an influential World Bank paper from 2000 places its origins between 1980 and 1984.
Colombia’s orgy of killings during the 1940s and ’50s went down in history as the period of La Violencia (The Violence), a generic name suggesting just how difficult it was to comprehend. Similarly, Colombians often refer to their current situation as the “armed conflict,” thus avoiding a more conventional label such as “civil war.” The sitting administration of Álvaro Uribe refused to use the word “conflict” for a while, offering instead “attack against democracy.”
The Colombian and American governments claim that the violence in Colombia—whether twenty or 60 years old, whether armed conflict or civil war—seems to be turning a corner. Such bouts of optimism are an invitation to careful analysis. With a land mass comparable to that of Alaska (and South Africa) and a population of 45 million (comparable to that of the West Coast of the United States), Colombia is a significant presence, and events there reverberate from the Caribbean to the Amazon basin to its sizable diaspora.
Related Articles
Charles Tilly, Violence, Terror, and Politics as Usual
Helena Cobban, The Legacies of Collective Violence
Claudio Lomnitz and Rafael Sánchez, United By Hate
Future textbooks in Colombia will likely refer to the end of the current conflict as the foundation of a new republic. But after decades of bloodshed, what kind of republic will it be? Will it enshrine the violence or will it bequeath to new generations the peace, tolerance, and solidarity that evaded previous ones? Both outcomes are possible and only time will tell.
The war begins
If we date the onset of the war in Colombia by the founding of the main insurgent organization, it is 44 years old. When the Revolutionary Armed Forces of Colombia (known by their Spanish acronym FARC) was founded in 1964, it represented something fundamentally new.
To be sure, it emerged from La Violencia, but unlike earlier militias, it was not attached to either of Colombia’s two historic political parties (Liberal or Conservative) and instead had ideological affinities (some say dual-membership) with the Communist Party.
Originally the FARC was a band of displaced peasants seeking a modicum of self-governance in the land they occupied at the end of La Violencia. But it soon styled itself as the avant garde of a communist revolution and grew to become the main insurgent organization in the country. The FARC was too small to have much impact in its early years, which is why some date the war to the early 1980s, when its activities began in earnest.
Still, the group’s main leader, Manuel Marulanda Vélez, who recently died of natural causes in his old age, was already fighting an armed conflict around the same time that Fidel Castro launched his revolution.
Longevity is not the only reason the FARC stands out among Third World guerrilla organizations. In contrast with others that sprouted throughout Latin America in the ’60s—many of them products of the radicalized, urban, and educated youth—the FARC was and remains to this day fundamentally a peasant group in a country that is more than 70 percent urban. Though it has made some inroads in the cities, its core support is rural.
In the 1980s, amid peace talks that would eventually fail, the FARC created a political party, the Patriotic Union (UP). What ensued was one of Colombia’s greatest political disasters. A few years after its auspicious beginning, the UP was eliminated with diabolical efficiency.
Up to 3,000 supporters—roughly 1 percent of the party’s total votership, or the equivalent of 600,000 U.S. Democrats—died.
One by one they were killed, up the rungs of the organization from militants to small-town activists, local elected officials, congressmen, and, ultimately, the two chairmen and presidential candidates. The thoroughness, precision, and impunity of the slaughter was made possible by an unholy alliance of drug lords, rural economic elites, and rogue elements of the armed forces.
Thus began one of the bloodiest, longest, and dirtiest counterinsurgency campaigns in Latin America—which is saying a lot. Over the next fifteen years, the gangs that formed would grow to become Colombia’s current paramilitary groups, responsible for the political assassinations, massacres, and displacements of civilians that have earned Colombia its infamy among human rights groups.
To readers familiar with Latin America, talk of a counterinsurgency campaign usually evokes the image of a tightly centralized operation, coordinated from the highest echelons of power. That is not how it works in Colombia. If anything, it was precisely the incapacity of the Colombian state to curb the guerrillas’ activities in several cattle-growing regions that led local landlords to create their own militias.
Of course, such “bottom-up” initiatives depend for their success on good friends, sometimes very good friends, in high places, sometimes very high places. Such friendships were, in fact, plentiful. But the evidence available so far does not allow us to conclude that this “dirty war” was orchestrated by the central government. There is no Colombian Ríos Montt or Pinochet.
Although the duration of Colombia’s war defies explanation, one cynical factor cannot be ignored: until it hit the wealthy and the middle class, it didn’t matter.
With the annihilation of the UP, a crop of articulate activists more attuned than the historical FARC membership to the practice of politics, the FARC was cut down to its rural roots. The survivors never came in from the cold, never abandoned their militaristic outlook and, ultimately, learned again the lesson of the guerrillas pardoned and then killed after La Violencia: never trust the government’s peace overtures.
Even under normal circumstances, such a hardened group of armed peasants would have been a significant thorn in the side of a government chronically unable to assert its authority. But circumstances were far from normal. In a perverse confluence of premodern and postmodern challenges to the nation-state, these peasants linked up with that most globalized of supply chains: the drug trade.
The coca crops migrated northward from Bolivia and Peru into Colombia’s outermost rural periphery in the Southeast, the region with the weakest state presence. Operating in this area, the FARC was able to create an embryonic state. It meted out justice on matters ranging from land disputes to marital law and acquired a sizable tax base, the envy of other guerrilla groups and of many governments. By the mid-1990s, the FARC possessed a formidable fighting force, able to inflict heavy casualties on elite units of government soldiers.
It is impossible to overestimate the impact of the drug trade on Colombia’s warfare. A country fights the civil wars it can afford. The inflow of drug money, apart from allowing the FARC to sustain a deadly arms race with the right-wing death squads funded by the same sources, profoundly transformed the conflict.
With its political structures in ruin and its military fronts gaining strength, the FARC began to act in several areas of the country as an occupation army. Before it took on the government, it was shelling civilian targets, recruiting minors, planting land mines, and kidnapping citizens for ransom in a pattern of abuses that was as morally repugnant as it was politically tone-deaf.
But while the corrupting effect of drug money runs deep inside the FARC, the widespread view of the group as an overgrown criminal racket (recently the government coined the “FARC cartel”) is very likely exaggerated. The FARC spends abundant resources in keeping a fighting force larger than would be necessary to run a drug operation. Reportedly, it also maintains, at significant cost and risk, several underground political activities.
Game of mirrors
Colombia’s paramilitary started as little more than a particularly deadly kind of security detail for landowners. Over time, however, they, like the FARC, have grown in size, complexity, and wealth, and become increasingly involved in the production and processing of cocaine.
As the FARC’s political arm has atrophied, the paramilitary groups have developed new societal and political ties, probably the most lasting consequence of this game of mirrors.
Caught in the crossfire, Colombian peasants have displayed the same everyday ingenuity and political volatility as their counterparts in many other rural conflicts in the world, shifting allegiances depending on which army can provide security. Thus, even such bastions of working-class radicalism as the oil refineries in Barrancabermeja or the banana export concerns in Urabá—presumably home to ideological allies of the FARC—became paramilitary strongholds through a time-honored tactic: first, ruthlessly kill as many political contacts of the enemy as possible, then terrorize the population and impose law and order. In due course, loyalty follows, especially if the other faction is nowhere to be seen. It works.
Although both armies recruit heavily from the Colombian peasantry, the paramilitary have been more successful in tapping into the slum youth that had already found in urban organized crime a ticket to respect among peers, a modicum of wealth for their families (often their single mothers), and early death. They have been more successful in accessing political and economic power, too.
Born out of the landowning elites in contentious regions, the paramilitary groups have continued to nourish these connections. In what has become known as the “parapolitics” scandal, since 2006 more than 60 congressmen have been investigated for links to these illegal armies, and about half of those investigated have been indicted.
Far from simply cultivating contacts, the militias have also become more assertive in pursuing their own political aspirations. In recent elections, several local machine politicians have been defeated by dark horses sympathetic to the aims of militias and their elite patrons, a phenomenon that suggests the paramilitary’s considerable power.
The political successes of the militias mark something of a reversal. During La Violencia the patrician classes found it difficult to oversee their estates and, while absent, lost much of their political hold in the countryside.
The result was the emergence of a new class of politicos, more plebeian in their origins and more tied to the parties and the state bureaucracy. The present war will likely bring back a political class with closer ties to private economic concerns, similar to the one displaced decades ago.
The global economy intrudes
Although the duration of Colombia’s war defies explanation, one cynical factor cannot be discounted: for years it did not matter. Until the ’90s the insurgency festered in the countryside, largely sparing the Andean region, where most Colombians live and where most of the GDP is produced.
But Colombia’s economic geography is changing. Over the past two decades, coffee has been displaced as the leading export, first by oil, then by coal. Today, remittances from migrant workers are the largest source of foreign capital. A new set of natural resources has enormous potential: palm oil for biofuels, timber, and, presumably in a post-conflict future, the natural beauty of the landscape itself, attractive to eco-tourists.
Whereas coffee historically has been grown in the dramatic slopes of the Western Mountain Range, cultivated in middle-sized plots, and hand-picked in a labor-intensive operation, the new exports are produced in the vast Eastern Plains and the Atlantic and Pacific coastal areas and involve large industrialized, capital-intensive land holdings.
The new frontier of agro-exports coincides strikingly with the flashpoints of the war. Through eviction and intimidation, the paramilitary groups have accumulated huge swaths of land in the newly exploited regions, and in the process created one of the world’s worst crises of internally displaced people.
No Colombian president has been as uncompromising with the FARC—or engaging with the right-wing paramilitary—as Álvaro Uribe.
Now the war matters for the most consequential political constituencies and economic agents (of course, it always mattered to those ravaged by it).
For the urban middle classes, that powerhouse of electoral mobilization, the war has come to their doorstep not only in the form of displaced beggars but, more shockingly, kidnappings for ransom at the hands of the FARC. The psychological effect of the kidnappings—frequently on key roads—cannot be exaggerated.
For Colombia’s urban middle classes, the weekend outing means a cherished respite from congested cities in distant but familiar small villages—often, in a country of recent urbanization, places of childhood memories and elderly relatives.
For the urban middle classes, that powerhouse of electoral mobilization, the war has come to their doorstep not only in the form of displaced beggars but, more shockingly, kidnappings for ransom at the hands of the FARC. The psychological effect of the kidnappings—frequently on key roads—cannot be exaggerated.
For Colombia’s urban middle classes, the weekend outing means a cherished respite from congested cities in distant but familiar small villages—often, in a country of recent urbanization, places of childhood memories and elderly relatives.
Other forces propelled the war to the forefront of Colombia’s politics. While its export base moved internally, Colombia, no stranger to the neoliberal reforms that swept South America in the ’90s, eagerly plugged into the world’s capital flows. It has since run up considerable trade deficits, to the obvious pleasure of Colombians, who have embraced the luxury cars, glitzy boutiques, daring restaurants, and exotic vacations that followed the wave of foreign investment.
Just as the global drug trade placed the coca frontier men of Putumayo in the same transactional chain as the overworked young executives of New York, the global economy has thrust Colombia’s peasant guerrillas onto center stage. If it is to keep receiving foreign investment, Colombia needs to overcome its “country risk.” It needs to end the war. Thus, over the past ten years, citizens have voted repeatedly to do just that, in 1998 through negotiations, in 2002 and 2006 by force.
Endgame
On February 20, 2002 the FARC hijacked a regional plane and kidnapped Senator Jorge Eduardo Géchen Turbay. Even more than the FARC’s brutality and military prowess, what shocked Colombians was the timing. On the heels of other provocations, the hijacking brought an end to the longest and most thorough peace process ever offered the FARC by any government.
From the point of view of the Colombian public, there was nothing the FARC could have disliked about the peace process, which had been initiated by President Andrés Pastrana in 1998. As a temporary gesture to facilitate talks, though not as a “final status” concession, the government had granted the FARC a demilitarized zone the size of Switzerland, a fact never neglected by the process’s critics.
The kidnapping occurred in the thick of the electoral season, and in a matter of weeks, voters flocked to the one candidate who had denounced the peace process: Álvaro Uribe. Before the kidnapping, Uribe had languished in the polls, but on election day he crushed his nearest rival and won an absolute majority of votes, precluding the need for a secondary election.
Just as spectacular as Uribe’s rise in the national vote was his performance in the major cities: in Bogotá and Medellín he obtained twice as many votes as any previous successful presidential candidate.
The speed, vehemence, and bitterness with which the electorate, especially city-dwellers, turned toward the most hawkish candidate suggest that large segments of the citizenry had accepted the peace process only through gritted teeth. They had come to view the FARC as an alien army to be defanged, by force if possible, negotiations if necessary, rather than a wayward group of countrymen with whom reconciliation was desirable.
President Uribe enjoys approval ratings unprecedented in a country notorious for its political cynicism. It would be a mistake to discount the friendly role of the media—the country’s main national daily, El Tiempo, was owned by the family of Vice President Francisco Santos Calderón until 2007 and remains a staunch ally of the administration—but more important is Uribe’s novel security policy.
He has pursued an all-out military effort against the FARC, with only perfunctory gestures at dialogue; and, in a radical departure from previous practices, a sui generis peace process with the paramilitary groups. No predecessor has been as uncompromising with the FARC or as willing to engage with the paramilitary.
Indeed, it is in the offensive against the FARC that the government has had its biggest success. Certainly the anti-drug effort has made little progress. Uribe’s first Minister of the Interior, Fernando Londoño, predicted that the coca crops would be eradicated in eighteen months. The hardy plants are still there, and their crop is still widely available at relatively low prices in U.S. cities.
But the Uribe government’s aggressive tactics against the FARC themselves have forced some fighters to surrender and led to the rescue of numerous hostages. One of the most serious blows was the death of Raúl Reyes, the FARC’s second-in-command, who met his end in a Colombian army operation across the Ecuadorian border, which triggered a significant international crisis.
The FARC has proven resilient, but recently has suffered the worst blows in its history. By conservative estimates, its membership is half the size of five years ago.
Before Uribe, the government had always officially rejected negotiations with the militias. (Unofficially, several members of the armed forces have been complicit in their substantial growth.) The Uribe administration changed course by offering them a settlement in the context of the “Law of Justice and Peace.”
Under the terms of the agreement, the paramilitary groups can obtain some judicial benefits if they confess their crimes and offer compensation to their victims. As a result several paramilitary leaders are serving prison sentences and some foot soldiers have laid down their weapons. In a surprising move, Uribe also extradited the most prominent leaders of the paramilitary to the United States, where they face charges of drug smuggling.
The paramilitary’s most visible leadership has thus been dismantled, but Uribe may have mortgaged the possibilities of the accord on their punishment: under these new circumstances, will remaining paramilitary leaders cooperate? Moreover, extricating the army from the paramilitary has proven a Sisyphean task, and the victims’-compensation process moves at glacier speed. There is little chance that evicted peasants will be returned to their lands.
Some critics of the administration suggest that Uribe is in cahoots with the paramilitary, and whatever the government’s intentions, clearly the paramilitary obtained a deal better than anything currently on offer to the FARC. The paramilitary entered talks in a position of strength. They suffered no pre-negotiation offensive intended to soften them up. With the FARC, the government always continued fighting until the day before talks and made clear that, should the talks fail, new attacks would come.
The paramilitary’s vast political and economic connections offer them high-level protection. Thanks to decades of carefully preserved connections, the militias have the capacity to blackmail “respectable” figures in Colombia’s public life. To revert their land-grabs, in both the critical new export sectors and in the more traditional cattle-growing areas, would require legal and institutional commitments that the government appears unwilling to make.
Moderate progress has been made outside of government, however. Working under the tight deadlines of the Law of Justice and Peace, some jurists and human rights activists have brought charges against the paramilitary leaders. This legal pressure has resulted in several confessions, and, especially of late, media portrayals have exposed Colombians to the brutality of the paramilitary campaigns.
As for the FARC, it has proven remarkably resilient, but recently has suffered the worst blows in its long history. Conservative estimates put membership at 8,000, possibly half the size of five years ago. In many countries insurgent groups much smaller than this have been able to mount major challenges to their establishments. Yet for several years, the FARC has all but acknowledged that military victory is not feasible. Whenever it leaders articulate their goals, an exercise that does not come easy to guerrillas unaccustomed to politics, they talk of a “transitional government of national unity.” In other words, they’ve given up on the pie, and are prepared to settle for a slice.
In its most optimistic flights of imagination, the FARC would consider it a huge victory (as no doubt it would be) if, in exchange for laying down their weapons, its members were allowed a permanent foothold in Colombian politics. They would rejoice at a deal similar to the one the Maoist guerrillas in Nepal only grudgingly accepted.
Even a FARC defeat would not necessarily bring closure to the Colombian conflict. Its forces may, in the way of guerrillas of the ’50s, degenerate into social banditry and linger for years. The Colombian conflict may never know the type of closure that came to Spaniards from Franco’s entry into Madrid or to South Africans from the historic handshakes in Kempton Park.
Orangutan in coattails
Among the many victims of the war may be Colombian democracy, that oddity once described by Darío Echandía, a prominent leader of the Liberal Republic of the ’30s and ’40s, as “an orangutan in coattail.” Coattails are no longer de rigeur for public ceremonies, but Colombians have shown time and again that they like their heads of state in civilian clothes.
When not busy with elections, campaigns, and congressional debates, the orangutan has been growling. In an off year, the number of political assassinations and disappearances in Colombia would humble any military dictator from the Southern Cone.
Much of this bloodshed is perpetrated by the FARC, a peculiar type of spokesman for the downtrodden that has killed several peasant and indigenous leaders. But political dissidents, murdered at the hands of the paramilitary or even the state’s agents, make up the bulk of victims.
In the not-too-distant future, Colombians probably will enjoy a much-needed decline in violence. Incidences of kidnapping and assassination are already falling. Lower levels will likely create a new normal. But how shall we describe the resulting democracy? How likely is it, as some liberal thinkers would have it, that Colombian democracy can provide a neutral realm where free and equal citizens can decide together where to take their society?
No society can start from scratch. In Colombia the war has already reshaped land ownership and displaced thousands of families. The next generation of rural labor markets will feed off the dislocation of peasant, indigenous, and black communities. Labor unions, decimated by years of attacks on union activists, will have a lot of rebuilding to do. The emerging political order will be profoundly unequal.
Today, Colombia is mobilized with ever-increasing vigilance and cost against an enemy that by all objective measures has been contained.
But structural injustice will not be the war’s only anti-democratic legacy. As his own term approaches its end on August 7 (an attempt to run for a third term was shot down by the Constitutional Court), and the presidential campaign heats up, Uribe keeps warning of FARC plots to seize power via the electoral process and implicating members of some opposition parties. He has also proposed that university students in Medellín be paid to spy on each other.
If what Uribe says of the FARC is true, then the FARC is more powerful today than ever before. That’s not very unlikely. But it would be a serious indictment of the Uribe government’s policy if, after eight years of military efforts, it has not achieved the one task it was elected to accomplish.
Such disingenuous statements—despite the comfortable lead of the pro-government candidate, former Defense Minister Juan Manuel Santos—and attempts to militarize society suggest something else at work: the entrenching of a permanent counter-revolution, a political climate in which the country is mobilized with ever-increasing vigilance, and at ever-increasing cost, against an enemy that by all objective measures has already been contained.
Threat inflation is standard operating procedure, which allows the government to treat the legal opposition as a fifth column for a terrorist plot.
Santos’s likely opponent, former Bogotá mayor Antanas Mockus, is distancing himself from the most unsavory practices of the current government (such as illegal wiretappings of political opponents), but offers no wholesale rejection of the policies in place. Little suggests that he will look for a comprehensive peace accord or significant improvements in economic equality. With either Santos or Mockus, the anti-democratic elements in Colombian politics will remain influential.
To be sure, Colombia may be able to stand down and pursue a more equal and democratic future. Peace is possible and may not even be particularly difficult. Colombia’s combatants share the same ethnic, religious, and linguistic background. There is no call for secession, and there will be no forced collectivization of private property.
Several decades from now, Colombia’s conflict may appear to have been the growing pains of a society whose modernization process of inclusion and prosperity hadn’t kept pace on an agrarian frontier where only the drug trade and the occasional ill-fated resort to armed struggle offered hope. In that case, Colombia would not be the first country to overcome this condition.
The poorest 20 percent of Colombians live on 3 percent of the country’s GDP, as the defense budget inches toward 6 percent of GDP. Political choices, rather than harsh economic realities, stand in the way of better days.
A new U.S. policy
One of President George W. Bush’s last acts in office was awarding Uribe the Presidential Medal of Freedom, a testament to the ties that bound them through their tenures. Even by the standards of Colombia—probably the most U.S.-friendly country in the region for decades—the closeness between the presidents was unusual.
The political elites of Bogota and Washington have converged in an approach to drugs that fuses interdiction with counterinsurgency, with an occasional tug-of-war between both. But this is not the only possible strategy. After all, the paramilitary are as active in the drug trade as the insurgency, and arguably the flow of people into the coca frontier could be reverted if the land grabs in cattle-growing areas could be rolled back. Yet this alternative is beyond the bounds of political discourse.
Even with Uribe soon to be out of office, it is hard to imagine any U.S. administration taking another approach. Doing so would require an unprecedented willingness and ability to diversify contacts with Colombian society. One could say President Obama needs to get out more, but that would not change anything if his chauffeur and his translators are the same and if they drive him through the same neighborhoods.
Nor will the current electoral cycle in Colombia deliver a whole new cast of characters. The next president promises to be no great “change agent,” and recent legislative elections have returned a Congress remarkably similar to the previous one.
Last summer the Obama administration finalized an agreement to allow the U.S. military access to seven bases in Colombia, with a mandate that covers everything from drug interdiction to counterterrorism in whatever vaporous definition suits the circumstances. This was to be expected.
From the U.S. point of view, Colombia is not a crisis flashpoint; with a crowded foreign-policy agenda, why try something new with a firm ally? Colombia is undergoing profound structural changes that make its economic model more volatile, its social inequalities more salient, its political system less democratic, all as a result of brutal counterinsurgency—but this does not make it an urgent national interest for U.S. policymakers.
Colombia’s displaced population will not be beached at the U.S. coast, not any time soon. Drugs will continue to find their way into the United States, as they have for decades. The human rights situation in Colombia will experience its ups and downs dictated by the typical fluctuations of the war, prompting the U.S. government to go from congratulations to admonitions and back, but without any serious challenge to the government.
If Obama were a community organizer, he would encourage the government to restore peasants to their land, instead of fumigating the countryside in service of a futile coca-eradication policy. He would call for a massive grassroots effort to restore peasants’ economic, social, and political rights and a plan for community-centered crop eradication and substitution.
If he were a professor of constitutional law, he would be concerned by the way Colombia’s warlords became entrenched in the political system after destroying dissent in many regions and hollowing out the country’s democratic promise. He would issue stern warnings about the need for an independent judiciary to get to the bottom of the matter, and to breathe new life into the country’s institutions.
If he were a state senator leery of military adventures, he would be alarmed that Colombia’s government has closed off paths to political settlement with the insurgency and exaggerated its danger. He would note that the U.S. response—an ever-growing footprint in Colombia—risks embroiling his country in conflicts with Colombia’s neighbors, such as Venezuela.
If he were a bridge-building candidate, he would be appalled at how the lack of political will perpetuates a war that grows more pointless as time goes by. He would use his position to call all parties to a stance that opens the door for a nonviolent settlement.
But he is President of the United States, and this severely limits his options.
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VII SEMINARIO INTERNACIONAL ANTONIO GRAMSCI
DEMOCRACIA, GUERRA Y NUEVA REPÚBLICA, 1512-2012.
GRUPO DE INVESTIGACIÓN PRESIDENCIALISMO Y PARTICIPACIÓN.
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
Carlos Bohrt; Sandro Mezzadra, Justo Soto, Francisco Hidalgo, Miguel Angel Herrera