20 de abril de 2014


UNA CONVERSACIÓN  IMAGINADA: PYNCHON  Y GARCÍA MARQUÉZ.

Miguel Angel Herrera  Zgaib

                                                                                En medio del caos ambiente, en el tiempo “mágico” de la semana mayor, se produjo la muerte intempestiva, por esperada, del más genial  narrador colombiano del siglo XX, Gabriel García Márquez. A quien en confianza todos llamamos, los que no lo conocemos, principalmente, Gabo.

Pero, eso sí, antes de marcharse hizo el viaje ritual a la semilla, viajó en forma triunfal, con su mujer a Aracataca/Macondo, el lugar donde todo comenzó para él, y en un cierto sentido también para la Colombia que conocemos hoy. Atravesada en el corazón por una paz mal curada, por la soledad de una guerra que acaba de cumplir cien años, y de la que casi nadie tiene memoria.

Pero  Gabo, desde entonces, era el año 2007, desapareció como autor, se descentró de este mundo al cumplir los 80 años. Los primeros en enterarse de ello fueron sus familiares, y, en primera persona, su mujer, Mercedes Raquel Barcha Pardo. Se unió a ella desde que era un adolescente, en un conjuro entre ambos, desde sus tempranos años mozos; luego que la conoció en Magangué, a punto de irse a estudiar a Zipaquirá.

Los dos pegaron de manera indeleble e imborrable el desarraigo siendo cómplices y alegres de puertas para adentrO. Así  vivieron riéndose del poder, de todo y de todos, con ironía y sarcasmo, como si ya conocieran  las claves del cuento de ser colombianos.

A ella, a Mercedes, juró fidelidad a la manera costeña, enamorando a cuantas pudo por el camino, empezando míticamente por las que llamó mis putas tristes, con quienes convivió en inquebrantable fidelidad hasta que se marchó de este mundo, en cuerpo y alma. En secreto, Gabo juró resolver el misterio propuesto por otro paria, argentino para más señas, Jorge Luis Borges, quien cualquier día, en uno  de sus cuentos memorables, al lado de una vestal escandinava, Ulrika, pronunció la siguiente sentencia: ser colombiano es un acto de fe, o algo así.

Del poder se burló hasta perder la memoria, según lo recordaba, una de sus amigos más contradictorios y enigmáticos, en un especial de televisión, Plinio Apuleyo Mendoza, en la noche del sábado de semana santa.

Un poder simbolizado en la anécdota de una llamada que le hiciera Juan Manuel Santos para su onomástico 80. Preguntado por Plinio, éste se enteró de boca del escritor que Gabriel no sabía con quien hablaba. Ya había perdido su “memoria corta”; y poco, casi nada, le importaban los nuevos "mejores amigos", quienes suelen ser los heraldos negros del poder y la soledad incoloras.


(Apartes de un ensayo "en progreso" que se publicará en la Revista Escarabeo  15. Espérela!)

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