17 de abril de 2014

OTRA VEZ SANTOS mintió. GABO SE FUE.

miguel ángel herrera zgaib
Grupo presidencialismo y participación. Unal, Bogotá.

                                                      Apenas ayer, un presidente en campaña mentía sobre la situación de García Márquez. Afirmaba, a manera de prueba, que se había comunicado directamente con su familia en México. Un día antes, el diario El Universal, que jamás oculta sus visos de amarillismo, anunciaba la condición de inminente muerte de Gabo, y no se equivocó.

Hoy cuando la muerte fue comunicada por todos los medios que aguardaban a las puertas de la casa del Nobel en el Pedregal de San Angel, nadie en su familia ha confirmado de qué murió; pero, lo que se indica es que el cáncer que había padecido, un cáncer linfático siguió avanzado, e hizo metástasis. La asistencia médica que se le ofreció la última vez fue, en verdad, para aliviarle los días y horas que le quedaban.

Ahora, no pocos, incluidos los presidenciables le cuelgan al ilustre fallecido el compromiso de honrarlo avanzando con paso firme en la paz de Colombia. La gran mayoría de las voces se prodigan en elogios, desde el presidente Obama, hasta su gran amigo de antaño, el autor de Historia de un deicidio, con quien terminó una amistad liándose a puños, por causa  dicen, de lo que fueron infidencias de aventuras amorosas.

Una conversación premonitoria

                                                              A un Nobel se le perdona casi todo. Más cuando tiene las dimensiones de un portento de la escritura en lengua castellana, que inmortalizó el innane, cruento devenir de la guerra en la Colombia del siglo XIX.

Ayer, precisamente, en una tertulia entre amigos, hablamos del Gabo, y de Fernando Vallejo, de quien El Espectador publica una nota ácida donde se refiere al escritor y al intelectual sin miramientos, como es costumbre en este heredero del "divino" Vargas Vila.

En nuestra reunión, Rubén Jaramillo destacaba su inocultable admiración por GGM, al tiempo que señalaba a Vallejo como un conservador, nostálgico de la Antioquia de sus mayores, a pesar que lanzara rayos y centellas en su producción autobiográfica la más de las veces.

Comentábamos también cómo en Cien Años todo trascurre en la intemporalidad. Sus figuras, el sinnúmero de sus personajes están suspendidos en el tiempo, se agotan en la soledad más inmarcesible, en medio de las guerras y los asesinatos. 

No hay duda que esa novela es el resumen de la modernidad postergada de Colombia, para seguir la categorización sintética que ha ofrecido Jaramillo Vélez en uno de sus textos.

Un doloroso caudal de obituarios

                                                                   Todos estábamos, sin embargo, en suspenso esperando lo peor, pero con una pizca de optimismo que el jueves "santo" difuminó del todo. Con Gabo se añadía una cuarta personalidad en el mundo de la cultura latinoamericana en una semana mortífera. 

Antes, y muy cerca de su deceso quedaron Cheo Feliciano, mortalmente estutanado contra un poste yendo a considerable velocidad en un jaguar, a la madrugada. Antes, el día anterior había fallecido Eliseo Verón, notable intelectual y semiólogo, que se codeó con las más prominentes figuras del discurso, aquejado de una enfermedad letal. Y por último, el primero que encabezó esta luctuosa lista, Ernesto Laclau. 

Los dos últimos fallecieron a la edad de 78 años, fueron compañeros juveniles de lucha política, y se ignoraron mutuamente, y emularon con sus famas paralelas, como en una nunca acabada historia de las que escribió su paisano Julio Cortázar, quien barajó hasta la muerte a "cronopios y famas". 

Cheo les tomó un año apenas de ventaja en este mundo. Pero, sin duda, el más longevo fue el Gabo, con 87 años soberbiamente vividos, los que incluyeron aciertos y desaciertos políticos, y muchos amores, desde los tiempos en que era normalista en Zipaquirá. Ahora, música, escritura, discurso  y leyenda nos quedan de sus trayectorias.

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