Miguel A. Herrera Zgaib
"Los rápidos cambios de opinión y de humor de las masas, en tiempos de revolución, provienen, en consecuencia, no de la agilidad y la movilidad de la psique humana, sino de su profundo conservadurismo." León Trotsky. Prefacio, La revolución de febrero, p. 34.
En un viaje a mi casa en Girardot, volví a repasar la biblioteca que comparto con mi hermano por años, quien ha llevado este peso con resignación y atento cuidado de ella. Atacada por todas las inclemencias que el tiempo, los ácaros y la tierra caliente desparraman con generosidad sobre el papel impreso.
Así que me topé con el libro de León Trotsky, Histoire de la révolution russe. 1. Février. Una publicación realizada por la editorial Seuil en 1950. La portada está ilustrada con una foto de Roger Viollet, y la traducción es de Maurice Parijanine. El libro contiene, igualmente, una introducción de Jean Jacques Marie, y un prólogo de Alfred Rosmer. Pero, claro, esta vez yo quiero centrarme en el Prefacio de la autoría de Trotsky, escrito cuando estuvo exiliado en Prinkipo, Turquía, y fechado el 14 de noviembre de 1930.
Para los biógrafos de este bolchevique legendario, aquel exilio en Prinkipo fue la coyuntura más productiva en términos de escritura para Lev Davidovich, quien en simultánea trataba de animar y mantener la menguada, casi moribunda oposición de izquierda, luego de haber perdido la confrontación con su archival José Stalin al interior de Rusia, y quien terminaría ordenando su asesinato encomendado a Julián Mercader, quien lo siguió hasta su "fortaleza" en Coyoacán, Ciudad de México.
Un comienzo
El autor empieza recordando los dos primeros meses de 1917, y cómo ocho meses más tarde, los Romanov, su monarquía había sido destronada, en cambio, los bolcheviques gobernaba a Rusia, una nación mal habitada por ciento cincuenta millones de almas.
El historiador que tenemos delante, destaca enseguida que "la historia de una revolución, como toda historia, debe, primero que todo, relatar lo que pasó y decir cómo. Pero esto no es suficiente...Los eventos no deben considerarse como un encadenamiento de aventuras, ni insertos, los unos después de los otros, sobre el hilo de una moral preconcebida. Ellos deben conformarse con su propia ley racional. Es en el descubrimiento de esa ley íntima en la que el autor descubre su tarea."
Después, una vez referida la condición de determinación objetiva de un conjunto de hechos en apariencia caótica, Trotsky señala que "El rasgo más incontestable de la Revolución, es la intervención directa de las masas en los eventos históricos. De ordinario, el Estado, monárquico o democrático, domina la nación; la historia está hecha por los especialistas en la materia: monarcas, ministros, burócratas, parlamentarios, periodistas. Pero, en los giros decisivos, cuando un viejo régimen se vuelve intolerable para las masas, ellas saltan las barreras que las separan de la arena política, rechazan sus representantes tradicionales, y, al intervenir así, crean un punto de partida para un nuevo régimen."
Dicho lo cual, Trotsky deja en claro, la presencia activa de los sujetos revolucionarios, los subalternos de que nos habla Gramsci, quienes dejan de serlo bajo la nueva realidad que ellos mismos crean. Y este historiador de la revolución, en la que él mismo participó dice que "La historia de la revolución es para nosotros, primero que todo, el relato de una irrupción violenta de las masas en el dominio donde se reglan sus propios destinos."
(Continuará)
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