16 de abril de 2017

ASTROLABIO SUBALTERNO. SIN HACER LAS PACES

Durante esta semana de recogimiento y jolgorio, Iván Márquez recordó los incumplimientos del calendario por parte del gobierno, en materia de dotación de las denominadas "zonas de concentración", que no pocos asocian, por escépticos, con "campos de concentración", de angustiosa recordación.

Esta vez le damos la palabra a un querido colega, historiador y novelista, rebelde de muchas causas, con una nota, fruto de un entusiasmo producido por un escrito reciente publicado por un colega editorialista de SoloDemocracia:

TREGUAS Y BOBERÍAS

Gracias por responder tan pronto. Muy interesante tu observación. Ciertamente coincidimos en la necesidad de otros horizontes políticos, sin enredarnos en las alternativas limitadas que se nos presentan a manera de justicia. Sin embargo, tal cosa nunca ha sido posible en Colombia.

Si uno se pone a atar cabos, se da cuenta que nuestro país es único en materia de venganza. La lista de líderes que han entrado en el juego de la paz y han terminado asesinados es muy larga.

Va desde la captura, ahorcamiento y descuartizamiento del líder cimarrón Benkos Biohó en 1621, después de haberse acogido a un acuerdo de paz; pasando por todos los jefes Comuneros descuartizados y sus miembros expuestos en los pueblos en 1782, luego de acogerse a otro tratado de paz; pasando por Guadalupe Salcedo asesinado por la policía en Bogotá en 1957; hasta los asesinatos de los líderes del M19 después de firmar otra paz; y todo el liderazgo de la Unión Patriótica asesinados luego de firmar otra paz ya en tiempos modernos.

Por ahí habría que incluir el asesinado del Sucre, de Uribe Uribe, de Jorge Eliécer Gaitán, de Luis Carlos Galán, la lista es enorme. La historia demuestra una y otra vez que la oligarquía en Colombia es la más traicionera y sanguinaria de todas en América Latina.

Ningún país de nuestra América tiene semejante récord de eliminación sangrienta de cualquier intento de cambio en las estructuras de poder.

En ese sentido nos parecemos al conflicto de judíos y palestinos, que viene desde la antigüedad. Yo he hablado personalmente con miembros de la familia Santos; y he podido notar el inmenso desprecio que sienten hacia la gente de estratos inferiores al de ellos. No lo pueden evitar. Les damos asco.

Me parece que la única forma de abordar el asunto es desde la psiquiatría. Algo patológico empuja a esa clase dominante hacia el desprecio por la gente, hacia la violencia absoluta.

Y la clase media arribista los apoya ciento por ciento, creyendo así poder diferenciarse de esa masa de mestizos, indios, negros y blancos desposeídos que todavía conforma nuestro pobre pueblo siempre desplazado de un lado para otro.

Por todo eso yo siempre he pensado que es una necedad creerle mucho a tratados de paz y legislaciones de paz y boberías semejantes. A lo sumo, lo único posible en Colombia son las treguas.

La organización política de la oposición debería darse siempre bajo la premisa del acecho y la traición del poder establecido, que no cede un milímetro. Tiene mucho más sentido, como lo notaron los líderes masones de la Independencia, la organización secreta que todo lo infiltra, el bajo perfil, la paciencia, los golpes de inteligencia.

Todo el cuento de la paz y la democracia en un país como Colombia nos convierte en verdaderos payasos y leones amaestrados de ese circo que la oligarquía colombiana maneja perfectamente bien desde los tiempos de la Colonia.

Abrazo,

Pedro Tremont

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