VI
CUMBRE MUNDIAL DE COMUNICACIÓN POLÍTICA
6
DE DICIEMBRE DE 2014, MEXICO DF.
PONENCIA
COMUNICACIÓN POLÍTICA SUBALTERNA Y
GOBERNANZA GLOCAL
AUTOR: MIGUEL
ÁNGEL HERRERA ZGAIB
“Si se separa la teoría de la historia y de la política, la
filosofía tiene que ser forzosamente metafísica, cuando la gran conquista de la
historia del pensamiento moderno, representada por la filosofía de la praxis,
es precisamente la historificación concreta de la filosofía y su identificación
con la historia.” Antonio Gramsci, en: La política y el estado moderno, p. 32.
Presentación
De modo general, en esta como en las anteriores entregas de la VI Cumbre
Mundial, dedicada a la comunicación política,
la inclinación principal del temario está cimentada y trazada por la
práctica y los ejercicios de investigadores, consultores y asesores dedicados a
las formas, instituciones y organizaciones que están determinadas por el
paradigma de la representación política en el marco variopinto de las
comunidades republicanas del mundo.
Estas comunidades no son ni han sido todavía democracias, a
la manera como lo entendió y explicó Cornelius Castoriadis, en su ensayo ¿Qué es democracia?, que él relacionó
directamente con el asunto de la autonomía de las colectividades humanas, en el
acto de autogobernarse, en presente.
Mientras tanto el paradigma tradicional de la democracia
rebajada a los mínimos, circunscrita al gobierno de las elites está sujeto a
una crisis orgánica de larga duración.
Es la democracia de los pocos, de los escogidos, de los
gobernantes, tal como lo sostuvieron en momentos diferentes, Vilfredo Pareto,
Gaetano Mosca, y que Robert Michels sintetizara en la “ley de hierro de la
oligarquía”, colocando en el mismo saco a la social-democracia europea.
Este paradigma experimenta una larga agonía, cuyos trazos
sintomáticos dibujó bien para comienzos de los años 70, la Comisión Trilateral
que integraban los intelectuales del establecimiento capitalista tardío,
liderados por Samuel P. Huntington, Michel Crozier y Jogi Watanuki, coautores
del libro The Crisis of Democracy: Reporto
n the Governability of Democracies to
the Trilateral Commission.
Ellos denunciaron alarmados la existencia de una crisis que caracterizaron como
(in)gobernabilidad democrática, declarándole de manera abierta la guerra a la
participación política, a la democracia de los de abajo.
Ellos exigían a la “democracia” representativa severas
restricciones, entre otras, para precaver, argüían, el colapso fiscal del
estado ampliado, cuya receta política era la que había recuperado antes al
capitalismo en derrumbe del periodo entre guerras.
El saber de la cultura
política y la participación
Apenas si había
pasado para entonces, cuando se diagnosticó la crisis de gobernabilidad, una
década del célebre estudio The Civic
Culture (1963) dirigido por dos comparatistas estadounidense, Sidney Verba
y Gabriel Almond, donde se examinaba encuestado a más de 1.200 personas, el
rumbo de la democracia representativa en cinco países, en el contexto en que se
decantaban los resultados de la posguerra y el nuevo orden mundial bipolar.
Aquella muestra
estudió los comportamientos políticos, sus valores y procesos de
socialización, de ciudadanos de Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Italia
y México, medidos por el rasero de la participación de entonces, donde, por
supuesto, quedaban invisibles las minorías, y sin duda las mayores de todas:
las mujeres y los trabajadores de estos países.
Aquí conviene recordar también la distinción que trazó bien
James Madison, en su escrito X,
publicado en El Federalista, cuando él participaba de la invención colectiva de
la República americana, y de la interpelación a un sujeto singular, de suyo
racista, We, The People. Tal y como
aparece nombrado en la Declaración de Independencia escrita por
Thomas Jefferson.
Es una declaración que es y ha sido objeto de variados
estudios; en particular quiero recordar ahora apenas dos, el realizado por
Bruce Ackerman, un constitucionalista liberal radical; y el escrito de Michael
Hardt, un filósofo radical de la política contemporánea, que acompaña con su
ensayo la edición de la Declaración hecha por la editorial Verso en fecha reciente.
Michael Hardt alcanzó la celebridad escribiendo y publicando
conjuntamente con Antonio Negri, la
trilogía Imperio, en la cual dieron
cuenta de la constitución política del presente, y rastrearon la emergencia de
un sujeto político potencial, democrático, la multitud, y descubrieron la
importancia del rescate y reconstrucción de lo común, disolviendo en él la
separación privado/público impuesta por el moderno orden estatal burgués.
Así se encarna en el recurrente acto de elegir y ser elegido
la denominada democracia representativa,
para distinguirla de la democracia a secas, que es otra cosa, y cuyo
antecedente último, su invención misma, se remonta a la antigüedad griega. Tal
y como lo documenta, inclusive, el politólogo liberal Giovanni Sartori en su
libro Política, lógica y método de las ciencias sociales.
El cambio de paradigma
El profesor Giovanni Sartori, galardonado con el permio príncipe de Asturias
a las ciencias sociales en este milenio, es ajeno a cualquier inclinación
izquierdizante. Él traza una diferencia
entre la democracia “moderna” y la antigua, pero, eso sí, hace mutis por el foro con respecto a lo que
acerca de la democracia escribió Baruch Spinoza en el siglo XVII.
El filósofo holandés extendió la exclusiva democracia de los
antiguos atenienses a todos los ciudadanos, individuos libres e iguales de las
repúblicas holandesas, con dudas manifiestas de Spinoza acerca de la
conveniencia de incluir a las mujeres en los actos de gobierno; así quedó registrado en lo que alcanzó a
escribir para su libro inconcluso El
Tratado Político durante la primera mitad del siglo XVII.
Dicha diferencia, la que marca la participación colectiva con
poder decisorio, es una que permite
distinguir al liberalismo de la democracia, como lo expresa también Antonio Negri, en Spinoza Subversivo, y antes en otro magnífico libro escrito en la
cárcel, Spinoza la anomalía salvaje.
Ensayos sobre el poder y la potencia.
Tal diferencia la
reconoce también para el siglo XX otro prestigioso estudioso, el politólogo
estadounidense Robert Dahl, autor de Who
Governs? (¿Quién gobierna?), así como de la Poliarquía, y un escrito titulado La igualdad política que son apropiados para esta reflexión.
Él tampoco confunde la representación política con la
democracia como lo que es: aquella práctica política que se realiza entre
iguales, quienes deliberan y deciden los asuntos colectivos; siendo sus
extremos fundamentales a decidir y acordar la paz y la guerra, puesto que son
estas acciones políticas las mantienen o transforman sustancialmente las
relaciones humanas local y globalmente.
Ahora bien, desde la perspectiva de la Filosofía de la praxis, que es el nombre que le asigna Antonio
Gramsci al saber transformador, al pensamiento de ruptura inaugurado por Carlos
Marx, agudo observador y analista de la democracia en el siglo XIX, queda claro
que ésta exige autonomía como punto de
partida y resultado, para que el trabajo liberado aboque la producción de las
propias normas, sin entregar en cabeza de otros, por brillantes y sesudos que
sean, tales decisiones.
Conseguir tal cometido, según Gramsci, en las condiciones
históricas de Occidente, exige valiéndose de una metáfora militar, librar de
manera incansable una guerra de posiciones democrática en el seno de la
sociedad civil que con la sociedad política constituyen las superestructuras
complejas de una nueva forma estatal que se consolida en la posguerra europea,
y a la que Antonio Gramsci denomina estado integral, o estado ampliado.
Establecido lo anterior, es necesario señalar que el nuevo
paradigma democrático, explorado por Gramsci en la experiencia de los primeros
pasos socialistas, conlleva la autonomía política como núcleo, y ella está
unida, de modo indisoluble, al poder constituyente, la potencia que instituye
que es atributo tanto del orden local y ahora, más claramente, del global
animados por la emergencia de la multitud ciudadana.
No hay para el nuevo pensamiento democrático y la praxis que
reclama, el embeleco de un poder
constituyente derivado que coloca en cabeza de la rama legislativa del
poder público la función constituyente, conculcandósela a las multitudes. Lo anterior se complementa con la
institucionalización de esa potencia, esto es, la limitación del constituyente
originario que no puede poner más en práctica la capacidad de auto-regularse,
de revolucionar lo existente sin tener que acudir a guerras o auto-destrucción
forzosamente.
De lo común a la
comunicación política
“Lo que me parecía urgente, a comienzos de los años ochenta,
era someter el léxico político moderno a la misma destrucción-deconstrucción
que Heidegger había reservado a los conceptos fundamentales de la tradición
filosófica. La convicción implícita…era la de que todos los términos de la
política han asumido o están desde el principio marcados por una inevitable
inflexión metafísica…” Roberto Esposito, en: Comunidad, inmunidad y biopolítica
(2009), p. 10.
“Si queremos superar la espiral de exclusiones que se alza
frente a nosotros, a largo plazo la el desafío será la construcción de
alternativas socio-culturales, políticas y comunicacionales no contaminadas por
la lógica de un
<> que exacerba el hecho de descartar un goce por
otro más rutilante…Tendremos así la oportunidad de ver, aunque sea en medio de
inevitables tensiones y contradicciones, el verdadero sentido de la diversidad,
es decir, la gran cantidad de mundos que el mundo contiene.” Denis de Moraes
(2007), “La tiranía de lo fugaz: mercantilización cultural y saturación
mediática”, en: La sociedad mediatizada, p. 37.
En relación a lo común y la comunicación, es elocuente lo escrito por
quien fuera profesor de la Universidad de Padua, Antonio Negri, un activo
intelectual militante durante las luchas revolucionarias en Italia y Europa de
los años 60 y 70, durante su encierro preventivo. Me refiero aquí, al libro El poder constituyente. Alternativas de la
modernidad, donde se hace un agudo, rico examen de la relación entre
política y derecho.
Allí, él hace la crítica con detalle del constitucionalismo
liberal, moderno y contemporáneo, sin derivar de ello ninguna pretensión
anarquizante, y menos un rechazo de plano a las instituciones, pero sí a su
fetichización bajo las formas de la soberanía, el estado, la nación o el pueblo, que son nociones y prácticas
históricas, que las acompaña ninguna
disposición de eternidad. Antonio Negri cita en su defensa la obra de Spinoza,
y, entre otras cosas, define a la democracia como procedimiento, como gobierno
absoluto.
En seguida juntemos
los dos epígrafes, el de Gramsci y el de Esposito, dos italianos, entre cuyos
escritos median algo más de ochenta años. Lo quiero hacer para señalar que de
lo que aquí quiero tratar es de la pertinencia de ejercitarnos en la
exploración, el descubrimiento de un pensamiento de ruptura en materia
política.
Este pensamiento tiene como plataforma de lanzamiento una
noción radical de democracia, entendida como autogobierno absoluto de los
muchos, de las multitudes en el complejo ámbito glocal, porque incorpora en la definición la expresión usada por el sociólogo y periodista, Ulrich Beck, el tan citado autor de La sociedad del riesgo, y quien nos
habla también de una modernidad reflexiva que hace pareja con el Spät
kapitalismus estudiado entre otros por Ernst Mandel, Jürgen Habermas, y Fredric
Jameson, en sus dimensiones económica, política y cultural, respectivamente.
Sociedad de riesgo y
modo de la comunicación
Dicho lo anterior, quiero dejar sentado que lo que Beck llama sociedad
de riesgo, no es más que la realidad socio-política que resulta de la
inocultable presencia de la democracia exigida como atributo por los muchos.
Tal revolución en las costumbres políticas se traduce en una carga de
incertidumbre relativa, en particular, para los defensores a ultranza de la sociedad
de mercado capitalista.
En dar respuesta a lo
nuevo, Beck es acompañado también por otro prestigioso sociólogo británico,
Anthony Giddens, el autor de la “Tercera Vía”, un camino que en Colombia se ensaya en forma
extemporánea, puesto que es la propuesta que injertada con la paz, define el
horizonte filosófico social de la prosperidad democrática defendida por Juan
Manuel Santos, el presidente reelecto.
Pienso que, de una cierta manera, es la misma política que
implementa, sin hacerle mucha publicidad a sus orígenes hechizos, el presidente
Enrique Peña Nieto; y que tiene el padrinazgo intelectual del excanciller
mexicano, Jorge E. Castañeda, un destacado coequipero de viaje con el actual
presidente de los colombianos hace un cuarto de siglo casi.
Ahora bien, La Tercera
Vía es una forma de gobernabilidad autoritaria. Ella produce donde se
implementa el estallido de la violencia incubada en las instituciones del
estado como en la sociedad civil, forjadas bajo el modelo restrictivo de la
representación; y genera, por el contrario, no solo la resistencia de los
gobernados sino la demanda multitudinaria de parte de estos de una efectiva
democracia.
Tal exigencia hoy inaplazable, supone de hecho, darle a la
retórica de los derechos humanos un sostén real, esto es, existencia a la
igualdad social para la población local y global. El desmonte urgente de los
privilegios que existen desde los tiempos coloniales, y que la revolución
mexicano ensayó abolir en su periodo radical, pero que después del gobierno del
general Lázaro Cárdenas, no experimentó nada diferente a retroceder.
Darle contenido efectivo a la gobernanza glocal actual exige una redistribución de la riqueza social en
aras de conseguir la productividad no alienada del trabajo que está sometido
históricamente a la forma fuerza de
trabajo que lo disciplina y controla, al servicio del capital individual o
social, tal y como lo conocemos en nuestros países.
La disposición democrática plena hace posible, de una parte,
que se establezca por fin, las premisas de una comunidad política subalterna,
esto es, de multitudes. Pero, claro, ella tiene sus particularidades en cada país. En
Colombia transita por un doble camino, complementario a fuerza, el de la
insurgencia subalterna, armada, y el de la resistencia y desobediencia
demandada por las minorías, los movimientos sociales y políticos desarmados.
El caso de México: de
Chiapas a Ayotzinapa
A su turno, en este aparte de la ponencia, permítanme un breve ejercicio
ilustrativo de política comparada, para analizar el actual caso de México,
porque nos descubre una doble implosión social. Primero, la que ocurrió en
Chiapas (1994), con las demandas de autonomía, de autogobierno de los pueblos
lacandones; y luego, ahora, la que se desencadena ante el sacrificio de los 43 normalistas de
Ayotzinapa, donde la defensa de los derechos humanos y las libertades
fundamentales, se toma las calles, ciudades y poblados de todo México.
Este 6 de diciembre, en la vecindad de la sede de la VI
Cumbre Mundial, por el paseo de la Reforma, con dirección al Monumento a la
Revolución, desfilan miles de campesinos reclamando consignas y
reivindicaciones que tienen la edad de la revolución de 1910.
Tal es la respuesta indignada que ha puesto en remojo las
barbas de los partidos tanto en el gobierno como en la oposición. Y ad portas
de una nueva movilización nacional se tradujo ya en una inusitada movilización
de recursos para cambiar la realidad miserable por años del estado de Guerrero.
Hoy, precisamente, en las calles de esta ciudad, de génesis
Mexica, afuera de este recinto, contingentes de campesinos venidos de toda la
república posrevolucionaria nos ofrecen una lección de comunicación política de
multitudes. Ellos quieren recordar la entrada de los ejércitos de los
insurgentes subalternos liderados por Pancho Villa y Emiliano Zapata, en su
triunfante marcha proveniente del sur y del norte.
Tomándose literalmente la ciudad, las multitudes en rebeldía
abrieron otra modalidad de comunicación política, cuya disruptiva presencia
quedó grabada en el archivo fotográfico de Cassasola, donde queda plasmada la
doble presencia de la representación y la participación política, que aquella
gesta revolucionaria no fue capaz de desatar eficazmente.
Es simbólica del nuevo
tiempo de la comunicación política, aplazada por tantos años, la escena en que
Doroteo Arango se acomoda en la antes vacía silla presidencial, después de la
salida de los ejércitos constitucionalistas y su presidente. Y cómo a su lado
sonriente, en gesto irónico, descreído está Zapata, cuyo ejemplo revive en las
luchas de los de abajo, de nuevo, en 1994, en respuesta al despojo agrario,
sufrido por indígenas y campesinos.
La novedad de la
comunicación política subalterna
“Pienso que este aspecto filosófico del pensamiento de
Gramsci, que hace de la praxis humana su categoría central, resiste en cuanto a
su validez la acción corrosiva del tiempo, cualesquiera que hayan sido las
vicisitudes de la praxis en la historia real.” Adolfo Sánchez Vásquez (1997), “Para
leer a Gramsci en el siglo XXI,” p. 102.
La comunicación política subalterna que aquí reivindico se inaugura con
las primeras revoluciones de 1905 y 1910. Ella es el resultado de la presencia
de lo común y los comunes, y con su salida de la pasividad la consolidación de
un pensamiento de ruptura que había hecho sus primeras incursiones, a lo largo
del siglo XIX, que fue el gran laboratorio inicial de la Filosofía de la
praxis.
Este nuevo saber de la condición humana fue cultivado de modo
principal por Carlos Marx, movido por las acciones revolucionarias que dan
cierre a la primera mitad del siglo XIX, dándole término al ciclo de las
revoluciones burguesas, y apertura a una nueva época, la de la emancipación y
liberación del trabajo asalariado.
No son, por supuesto, los subalternos, los mismos individuos
que animaron las comunas italianas y españolas de los siglos XIII al XVI,
cuando fueron aplastados los comuneros de Castilla en Villalar, por los
ejércitos de Carlos V, que convirtieron a la vida urbana medioeval floreciente
en una imagen espectral, en una suerte de paisaje de tierra arrasada. Es este un
paisaje parecido al que recreó T.S. Elliot en su poema de comienzos del siglo
XX, y la novela de Robert Musil, El
hombre sin atributos.
Pero no basta con citar, a Colombia y México en esta
destorcida democrática. Están también los Estados Unidos, golpeados por la
violencia racial, y la discriminación a las minorías hispanas. Dos acontecimientos han marcado este
despertar de las multitudes, después de los abusos cometido con ocasión del
fraude electoral de 2000, perpetrado en el Estado de la Florida, que dio como
ganador a George W. Bush, triunfo que fue aceptado, en complicidad,por su
rival, el demócrata Al Gore.
Lo paradójico de esta primavera democrática es que ocurre con
las muertes de dos ciudadanos negros, uno en Ferguson (Missouri), en el
profundo sur, donde la respuesta fue violenta y la represión de la Guardia
nacional mayor; y el otro, en el rosario de las 13 colonias, en la mismísima
ciudad de New York, en el Borough de Staten Island, donde murió por asfixia
inducida un vendedor ilegal de cigarrillos, es de lo que sindicaba el piquete de
policías que se convirtió en sus verdugos.
La respuesta inicial, indignada, se tomó la autopista
occidental y la bloqueó por un buen número de horas, y hubo también protestas
en Harlem, y en Staten Island. La gente reclama la acción del gobierno, y el
respeto a la vida y a los demás derechos, al tiempo en que la medida ejecutiva tomada por
el presidente Obama para impedir momentáneamente la expulsión de más de 4
millones de indocumentados, residentes en su país, la mitad son mexicanos, ha
sido combatida.
De inmediato las mayorías legislativas en poder del partido
republicano, que incluso amenaza con procesar al propio presidente por intento
de desconocer la constitución y las leyes de los Estados Unidos, descubren a
una nación dividida, donde la democracia no parece darle cabida a la presencia
activa de los muchos tampoco.
Estos miles, que pueden convertirse en millones, como en la
primavera norteamericana de los derechos civiles hace más de medio siglo,
tienen que tomarse la calle, y ensayar
como multitud, también, otro tipo de comunicación política, la que aquí
denomino Comunicación Política Subalterna. Es esta comunicación la única que
hace posible una forma de gobernanza democrática glocal, porque está probado
que no es un esfuerzo que pueda adelantarse con éxito en un solo país, sino que
requiere el concurso de los muchos, a través de las redes sociales, como ya se
ensayó con eficacia en el levantamiento zapatista de 1994.
El año 2015, tiempo de gobernanza democrática
El año 2015 se muestra como el escenario en el que estas
reivindicaciones que multiplican e innovan en materia de gobernabilidad,
impulsando una relación gobernantes/gobernados diferente, una gobernanza
democrática, puesto que asume el papel activo de los antes gobernados, quienes
también son actores de primera línea en las políticas de lo común, que deja a
un lado, la fórmula divisoria y engañosa de las políticas públicas,
Ya no es suficiente
con que la población cumpla el papel de ser consultada, sin más, sin poder
decidir sobre los asuntos que la afectan colectivamente; y sin tener injerencia
en el destino inteligente de los recursos, de la riqueza colectiva, que sigue
siendo la plaga de los gobiernos corruptos de la representación política.
Es el advenimiento de un tiempo nuevo, y parece que a los
mexicanos de hoy, movilizados por una causa más que justa necesaria y urgente,
les corresponde izar el estandarte de la democracia sin adjetivos, esto es la
que exige como premisa efectiva la igualdad social, y el castigo a los
responsables de todos los abusos cometidos, antes y ahora, de los que los
desaparecidos son la abominable punta del iceberg, de la impunidad que permite
y prohija el modelo de la representación política, que no es otra cosa que el
placebo de la democracia real anunciada por Spinoza, y aplazada tantas veces.
Se trata de darle paso a la mayoría de edad democrática que
requerimos con urgencia como alternativa glocal, esto es, a la verdadera
comunicación política, a la creación en común, de lo común que disuelve la
separación entre lo privado y lo público.