HISTORIA SUBALTERNA REGIONAL
NARIÑO: COMUNEROS Y SOCIALISTAS, 1872-1880.
Miguel Ángel Herrera Zgaib.
Director Grupo Presidencialismo y Participación, UNal/Colciencias
Profesor Asociado, Ciencia Política, U. Nacional, Bogotá.
Preámbulo,
presente y pasado
El
1o. de enero de 2016, con la toma de posesión, casi insólita, de hijo y padre,
Camilo y Cayo Romero, de la gobernación de Nariño, y la alcaldía de
Ipiales, repasemos las luchas subalternas que signan la historia de la
ciudad de los Pastos desde el siglo XVIII, fijando la atención en una coyuntura
significativa.
Pero, ahora, el énfasis quiero hacerlo, fruto de mi diálogo
con Carlos Puyana, basándome en el historiador y ensayista Carlos Arturo
Jaramillo Giraldo, para revisar su libro: “Utopías en reversa alterna. Alcalde
Socialista en Pasto, 1872-1880”. Es un texto publicado con el auspicio de la
Universidad de Nariño en 1996.
De Carlos Arturo, por sus apellidos, y nacimiento en
Armenia, infiero un parentesco con el político liberal anapista José
Jaramillo Giraldo, y su hijo, el filósofo e historiador de la cultura, Rubén
Jaramillo Vélez, quien prepara una publicación de ensayos sobre la obra y
la vida de Carlos Marx durante este año.
Jaramillo Giraldo estuvo interesado no sólo en la
literatura, sino en el rastreo de la genealogía y proyecciones de las
Sociedades Democráticas. Es lo que registra en buena parte del bolsilibro de
193 páginas, más anexos documentales, “El Pupo” y una semblanza sobre Armando
Oviedo Zambrano, los que abarcan siete páginas más. Es ésta una modesta
edición, por forma de presentación más no por su contenido, por lo que amerita
una nueva edición.
El autor, profesor de literatura latinoamericana en la
Universidad de Nariño desde 1979, tiene un estilo en que destaca la
concreción, cierta erudición, el entusiasmo por el psicoanálisis, y la tercera
persona en lo narrativo. Él reconoce, además, la importancia del trabajo de
Armando Oviedo Zambrano y el colectivo, Pasto Bandera Verde, estudiosos del
hacerse y existir de la Comuna de Pasto.
Oviedo mismo es antropólogo, dedicado a la etnohistoria y
la formación urbana temprana en Suramérica. Él mismo es autor de una
monografía sobre Ipiales (1966), El camino o la Serpiente (1985), los
Movimientos Cívicos en Colombia (1986), Yacuanquer (1990), entre otras obras
destacadas.
Historia oral: repúblicos y rebeldía plebeya
El escritor advierte que poca fuente escrita halló, por decir, casi ninguna,
para su narración, por lo que recuperó la tradición oral, a manera de
provocación para esfuerzos de búsqueda mayores. Igual, Carlos Arturo cita como
informantes destacados a Alfonso Alexander (capitán Colombia), exsecretario
privado del Gral Sandino, al pintor Carlos Tupaz Mejía; así como a ancianos,
artesanos y personajes de cabildos quienes escucharon de sus abuelos los
relatos que le refieren, aún temerosos de publicitar sus nombres.
En un relato entrecruzado, por menciones a la fundación de
logias en el territorio de la Nueva Granada, que empieza en 1808, con la
paradójica logia de Cartagena, “Las tres virtudes teologales”. Ella fue centro
conspirativo de los criollos, la que a los pocos años, 1811, es seguida por
otra, la logia “Lautaro” que integraron entre otros a Andrés Bello, Simón
Bolívar, y José María Vergara y Vergara.
El otro hilo de su entramado es la trayectoria
plebeya, rebelde y levantisca, de Estanislao Merchancano, sus milicias
invencibles, y Agualongo, al frente de gremios artesanales, y apoyos relativos
de parcialidades de Yanaconas y Mindalaes, quienes tienen la interpelación
escrita del vicepresidente Santander.
A ambos, el vicepresidente no dudó en llamarlos locos,
delirantes, así:
“…y que piensen UU, solos, metidos en un punto insignificante,
hacernos perder nuestra libertad, es el colmo del delirio y de la locura.” (p.
62)
Luego Merchancano se retiró a Pasto con el indulto de
Obando, y fue eliminado con el concurso de aquel general, nos recuerda nuestro narrador. Quien, sobre el destino de Agualongo,
hace una suerte de perfil psicoanalítico, para concluir diciendo que “es
un cruzado producto de la religiosidad. En su muerte, se fusiló la vigencia de
la religión católica como práctica vivencial.” (p.69)
El analista considera que este episodio “abre la
posibilidad de una nueva época. Un nuevo estilo en la creencia popular…La
traición a un super-Yo social tiene un pago en la necesidad de llenar el vacío.
Un silencio para la posibilidad de una nueva amnesia.” (p.71)
Luego pasamos a la presencia de Obando, después del
fusilamiento de Agualongo, y antes con el asesinato de Estanislao Merchancano.
Él, reorganiza “sus antiguas milicias de los artesanos y las tendencias
lumpenizantes de las guerrillas del Patía.” (p. 75).
Este caudillo regional, de raigambre plebeya y mestiza, por
lo demás: “enfrenta a los caudillos grancolombianos, incluido Bolívar…Es la
pugna frente a la constitución de 1821, centralista de manera rígida.” Es una
lucha que se extenderá entre los años 1826-1840.
El despliegue de los artesanos, aliados de Obando, aliados
con los indígenas de la parcialidad de la Laguna, bajo la protección por él
ofrecida a los resguardos, contrariando al mismo Bolívar que ordenó
extinguirlos, se proyecta como presidente de la precaria república.
Hay acercamiento con las logias, a través de Santander,
pero está la disputa entre simpatizantes de la escuela Yorkina y la Escocesa
(jacobina). Aquí, en la Gran Colombia el conflicto es en torno al federalismo
moderado de Nariño, y el centralismo de Santander, apunta el narrador Jaramillo
Giraldo. (p. 79).
Sabido es que la lucha se resuelve en contra de Obando,
después de la derrota de Huilquipamba, que celebran terratenientes, burócratas
caucanos y santafereños, junto con el gobierno del Vaticano. Obando huye al
Perú por la vía al Putumayo.
Pero la lucha guerrilla se mantuvo en el sur.
Hasta el tiempo del presidente José Hilario López, cuando se preparaba el retorno
de Obando, quien regresa en 1852, y muestra simpatía por el socialismo
democrático que nunca se concreta.
En 1853, en medio de las dubitaciones del general, Melo encauza las fuerzas
populares y se lanza a la revuelta que Obando no respaldó; y renunció a la
presidencia, rindiéndose a los poderes de la burguesía comercial y los
terratenientes. Surge el partido conservador liderado por Mariano Ospina con la
resistencia de Tomás Cipriano de Mosquera, quien propuso la federación, luego de
la guerra de 1861. Se establece la Constitución de 1863, se obliga a renunciar
a Mosquera, y se integra a los comerciantes bajo la figura de los Estados
Soberanos.
En lo ideológico, vacío de acciones de reforma concreta, lo
liberal exhibe la derrota de la dominación religiosa terrateniente, y en su
lugar la libertad masónica. Aunque Manuel M. Madiedo esgrime en contraste el
credo socialista conservador como “la única posibilidad de entendimiento entre
los colombianos, a fin de que no vayan a seguir en la cruenta violencia…” (p.
110)
Se emplaza la disputa entre el Vaticano y el Estado, que
tiene como personajes, primero, al obispo Elías Puyana, luego al vicario
general Rafael Cabrera, y la disputa de los Felipenses que apoyan a Francisco
de la Villota. Disputas en las que se destacaron el presbítero Burbano Maya y
el padre Chicaiza, aliados de las fuerzas populares.
El asunto se resuelve, a la postre, con el
nombramiento por Roma del obispo Manuel Canuto Restrepo, dice Jaramillo
Giraldo, que aterroriza por su fanatismo, y su posesión se dilata hasta
1872.
Los Ecos de la Comuna de París (1871)
El ejercicio doctrinario y de
gobierno del obispo Canuto Restrepo, quien destituye al vicario Rafael Cabrera,
se extralimita y solivianta los ánimos de la comuna, que se expresa en
panfletos anónimos. En Pasto, la comuna se expresa a través de los entresijos
de liberales y conservadores, que ignoran las necesidades y reclamos de las
masas populares.
Así, ellos alimentan a la Comuna de Pasto que dirigen los
hermanos Guerrero y Legarda, quienes simpatizan con el socialismo
cristianizante, en que se cruzan los socialismos franceses y la versión
cristiana del conservador Manuel M. Madiedo, apoyado en la tríada familia,
propiedad y civilización cristiana, y autor de “La ciencia social o el
socialismo filosófico,” que tiene un epílogo de Pedro Proudhon (1863).
Con los Guerrero estuvieron, dice Jaramillo Giraldo, el
poeta Luis Felipe de la Rosa, el comerciante Bernardo de la Espriella, dueño
del almacén El Artesano. Por esas fechas, en México, en el periódico El
Socialista se publicaron los estatutos generales de la Primera Internacional
Comunista, en los que intervinieron Bakhunin y Marx.
El barrio La Culebra es el más destacado en la organización
de las sociedades democráticas, donde concurren artesanos y desterrados, que lo
perdieron todo en las sucesivas guerras de lo señores.
El proceso de la rebelión
Arranca a mitad de 1872, y tiene a
los carnavales de enero como catilizador previo, donde se hizo diversidad de
alusiones a los acontecimientos revolucionarios de París del mismo año. Los
sucesos se revuelven y refuerzan con las polémicas al interior del clero. Lo
cual tiene repercusiones al interior de la Comuna.
Se está próximo a las elecciones, y los curas diocesanos
están en franca oposición al obispo nombrado por Roma, y a su disciplina para
perros y los abusos administrativos que comete. La dirección de los rebeldes la
tiene el cura Chicaiza, y fundan una escuela taller para niñas.
Los conservadores son influyentes al interior de la comuna,
y un cura de apellido Ruiz, trata de organizarlos, combinando clientelismo,
presión militar y préstamos en efectivo, buscando quebrar el entusiasmo
democrático, en particular en La Culebra, foco dizque de socialistas,
comunistas, y, claro, defensores de la educación laica, no religiosa.
Las elecciones, mediante el voto indirecto, a la postre,
favorecen la alianza entre liberales y radicales frente a los conservadores, y
son apoyados por el Estado del Cauca. El obispo Canuto continúa su prédica
disolvente entre fracciones de los Filipenses, en la que se mezclan terror,
defensa de la familia, libertad de cultos y reconocimiento, dicen, de los
resguardos.
De otro lado están liberales, comerciantes y socialistas
democráticos, quienes se mueven entre remates a los bienes de manos muertas y
la urgencia de una reforma agraria para los sin tierra que habitan despojados
la Comuna.
Se agita la guerra popular contra los conservadores que
amenazan con la insurrección, y los Communards reciben apoyo del batallón
Facatativá, que llega en febrero, enviado por el gobierno central de Bogotá. Es
lo que narra nuestro autor guía, de los relatos reconstruidos a través de
diversas historias orales. Las fuerzas conservadoras se rindan y se decreta un
armisticio, que no lo recibió bien la mayoría.
Hay un ejercicio de deliberación masiva entre la población
plebeya en armas, y para el año 1877, llegan hasta a forzar las puertas del
convento filipense para apresar a los aliados del conservatismo inflitrados.
Estos resultaron ser, según los comuneros, los presbíteros Chicaiza y Ruiz, que
tenían ya reconocidas posiciones de liderazgo, y preparaban la destorcida, como
la vivida con las capitulaciones firmadas por los Comuneros un siglo atrás con
el arzobispo Caballero y Góngora.
Los dos prelados y los subalternos
Los dos prelados son desterrados al Ecuador, y allá viajan
custodiados por tropas del gobierno, y se asentarán en Atuntaqui. En marzo de
1877 se produce el nombramiento de José María Guerrero, en Pasto, con mayoría
en el concejo. Es, nos recuerda Jaramillo Giraldo, la primera real elección
popular, con alianza de liberales revolucionarios y socialistas utópicos. Se
juntan contra el anticlericalismo, y son apoyados por César Conto, que preside
en el Cauca, quien tiene una propuesta socialista de corte anarquista.
El obispo Canuto excomulga al alcalde Guerrero, y su
hermano, son denominados “guaguas negros”, que eran los luchadores políticos de
la independencia, pero que ahora era denominación peyorativa y demoníaca. En
respuesta circuló un volante, impreso el 30 de septiembre de 1877, publicado
por la Imprenta de Agustín Ramírez, que encabeza:
“Nos, José Ma Guerrero, por la gracia del Gobierno, jefe de la municipalidad de
Pasto, en nombre del pueblo y por autoridad de la ley,… declaramos excomulgado
contagioso o público a don Manuel Canuto Restrepo, alias Trabuco, ex obispo de
Pasto, reo prófugo, natural del porquerizo pueblo de Abejorral; lo declaramos
separado del Gremio de la sociedad colombiana…” (p. 128)
Después de esta provocación se armaron las milicias
populares, empleando los arsenales incautados a los conservadores. Se produjo
el destierro, y luego las confiscaciones de bienes eclesiásticos. Se rematan
sus bienes, y se piensa en el inicio de una revolución agraria.
A la dirección de la Comuna de Pasto pasan Pedro Marco de
la Rosa, Zenón Figueredo y el coronel Tobías F. Montenegro, quien ha animado
también la comuna de Ipiales. Hay triunfo militar en el sur, y se piensa
también en el Ecuador, donde se espera el apoyo del gral Veintimilla, hasta
pensar en la invasión liberal y comunera al vecino país hacia la zona de
Imbabura contra los emigrados de Quito y Colombia. Es la extensión
internacionalista de la Comuna de Pasto. ( p. 136)
Para entonces se piensa en los artesanos de Quito y los
intelectuales que apoyan a Juan Montalvo. Los comuneros ingresan a Ecuador. El
presidente García Moreno fue asesinado, y hay el llamado a la guerra santa
contra el general Veintimilla.