13 de noviembre de 2013

Ponencia para la Tercera Sesión del VIII Seminario Internacional
Gramsci

Subalternos: Paz, Democracia y Constituyente Social


Psicoanálisis, Sociedad y el Proceso de Paz en Colombia


Santiago Barrios Vásquez
Médico, psicoanalista
Teléfono 6157599, 3102805667
Avenida 127 # 21-60 (205), Bogotá, Colombia

Resumen:

Esta ponencia sopesa las posibilidades de alcanzar la paz. Un trabajo de psicoanálisis aplicado que comenta la dinámica social y el proceso de paz colombiano. Empieza con anotaciones sobre el caso de Juan: un modelo para pensar la psicodinamia de la violencia, el trastorno de personalidad antisocial y la neurociencia de la delincuencia. Luego el psicoanálisis de grupo, el tratamiento simultáneo de varias personas explorando las fuerzas inconscientes que rigen la colectividad. Como en el psicoanálisis individual, los pensamientos requieren una mente para pensarlos, la meta es descubrirlos y seguir sus transformaciones para vivir con satisfacción.

El hombre es gregario. La colectividad gratifica, complementa, define, da punto de punto de referencia por lo que se es, y lo que no se es. No avasalla, por el contrario, da objetos de identificación, sentido de identidad, arraigo y continuidad existencial, incluso para la agresión. El mínimo grupo es 3, entonces aparecen dinámicas inconscientes que cambian cualitativamente las relaciones. Nacer es la primera experiencia colectiva. En familia empieza la dialéctica entre lo individual y lo social, experiencias que conforman el carácter.

Finalmente, figuran exploraciones sobre la actualidad del proceso de paz a octubre de 2013 desde los ángulos urbano y político, con un homenaje modesto a las víctimas de la primera quincena del mes, una proporción bajísima de los afectados por más de 50 años de combates con las Farc, que tiene la dudosa distinción de ser la guerrilla más vieja del mundo. En conclusión, este es un enfoque optimista moderado sobre el proceso de paz.

Abstract:

This essay reflects on the human possibilities of achieving peace. A work of applied psychoanalysis about social dynamics and the Colombian peace process. It begins with some notes on John: a case, a useful model to think about the psychodynamics of violence, antisocial personality disorder and the neuroscience of crime.
Group psychoanalysis, the simultaneous treatment of several individuals, explores the unconscious forces that guide the community. It works as individual psychoanalysis: thoughts require a mind to think them, and the goal is to discover them, and follow their transformations to build a more satisfying way of being.

Man is gregarious. Community rewards, complements, defines, it gives a reference of what is, and what is not. It does not enslave the individual, it gives him objects of identification, a sense of belonging, an existential continuity, even for violence. The minimal group is 3 people, unconscious dynamics changes qualitatively the relationships with others. Birth is the first collective experience. The dialectic between the individual and the group begins in the family, experiences that make up the character.

Finally, an exploration of the current situation of the peace process as of October 2013 from the urban and political perspectives, as well as a modest tribute to the victims of the first two weeks of the month, very few of those affected by more than 50 years of conflict with Farc, a terrorist group with the dubious distinction of being the oldest guerrilla in the world. In summary, this is a moderately optimistic approach on the peace process.

Palabras clave:

Psicoanálisis aplicado, eros, tánatos, epistemofilia, neurociencia de la delincuencia, psicoanálisis de grupo, identificación, proceso de paz.

El consultorio del psicoanalista es un observatorio de la condición humana. Es un laboratorio donde se pone a prueba la personalidad del paciente en relación con la del analista, con la finalidad de elaborar conflictos emocionales y reparar pérdidas, en una sola palabra, construir nuevos modos de relación para vivir mejor consigo mismo y los demás. Es un nexo terapéutico. Un vínculo asimétrico porque el paciente busca ayuda. Se trata de una experiencia que desarrolla todavía más la capacidad para pensar y tolerar la adversidad, además ensancha la habilidad para estar solo, no solo en el sentido de estar sin compañía, me refiero a sentirse cómodo consigo mismo al aceptarse, responsabilizándose de lo propio y respetando la diversidad humana. La estabilidad del ambiente psicoanalítico es fundamental. La actitud discreta y receptiva del psicoanalista, sin juzgar ni opinar, solo interpretando los mecanismos inconscientes que surgen del devenir del proceso genera el cambio en el punto de vista al editar recuerdos y modificar hábitos del pensamiento. Se trata de cambios en la mentalidad que se dan a través de la neuroplasticidad, es decir, de la capacidad cerebral de modificarse por el influjo de las circunstancias.
Y estoy seguro de que a nadie sorprendo cuando afirmo que psicoanalistas y pacientes, como cualquier otra persona, están inmersos en la sociedad, en la cultura, en las circunstancias. De modo que el psicoanalista del siglo XXI es paradójico, está, por un lado, imbuido en el relativismo de la posmodernidad y, por el otro, tiene la tendencia hegeliana a crear un sistema para clasificar todo lo humano y lo divino, tal como lo hace la psiquiatría y la neurociencia. A diario vemos en los medios masivos de comunicación la espectacularidad de los resultados de investigaciones que si bien amplían el conocimiento sobre el funcionamiento cerebral, distan muchísimo de describir el contenido mental del individuo y de explicar todas las personalidades concebibles. O sea, ya nadie disputa la unidad psicosomática, pero estamos muy lejos de ofrecer un ley universal, como la gravedad, que explique todas las conductas, y que describa punto por punto la psicología de cualquier persona.
De manera que la actualidad nacional e internacional nos afecta. Por esta razón acepté gustoso esta invitación para hacer este ensayo a cerca del proceso de paz que se ha iniciado en La Habana con las Farc, un acontecimiento dominante en la vida colombiana. Este trabajo pertenece al género del psicoanálisis aplicado. Lo digo porque en él utilizo conceptos de nuestra disciplina para explicar asuntos que están afuera del ámbito clínico, lejos de la relación transferencia contratransferencia que caracteriza el vínculo terapéutico entre el psicoanalista y el paciente. Y con estas pálidas letras defiendo la idea de que me considero un optimista moderado de las posibilidades humanas de alcanzar la paz en el mundo en general, y en particular en Colombia.
Para ello seguí el consejo de León Tolstoi: “describe tu aldea, y describirás el mundo”. Le di un enfoque inductivo. Partí de lo particular con algunas anotaciones sobre el caso de Juan, por supuesto, protegiendo su identidad. Este material sirve aquí de modelo para pensar sobre la relación transferencia contratransferencia, para ilustrar el proceso psicoanalítico, pero también para aproximarse a la psicodinamia de la violencia, a la agresividad ex ovo, en el individuo, con algunas consideraciones sobre el trastorno de personalidad antisocial y la neurociencia de la delincuencia. Luego pasé al psicoanálisis de grupo. El tratamiento simultáneo de varias personas, explorando las fuerzas inconscientes que rigen la colectividad, mientras el líder es el terapeuta, esto con el objetivo de dibujar la mecánica inconsciente de la comunidad desde el ángulo del psicoanálisis actual, conocido también como postkleiniano o intersubjetivo. En el analista se proyectan fantasías infantiles omnipotentes y primitivas que se inoculan mediante la identificación, y movilizan a todos, porque el hombre es emocional, y necesita comunicar sus afectos. Como en el psicoanálisis individual, los pensamientos existen en el inconsciente, y requieren una mente para pensarlos, así que la meta es descubrirlos y seguir sus transformaciones.
La colectividad ofrece un ambiente para gratificarse y complementarse, enseña a partir de la experiencia. Define al individuo. Le da punto de referencia, testigos de la existencia que dan sentido de identidad, de continuidad existencial, arraigo. La relación con los demás ofrece una posición relativa por lo que se es, y lo que no se es. Así como hay psicoanalistas y pacientes, hay políticos, académicos y civiles, pero también hay soldados, policías y terroristas, víctimas y victimario. Desde el nacimiento empieza la tensión dialéctica entre lo individual y lo colectivo, vicisitudes que bruñen el carácter. Y tenga en cuenta que el mínimo grupo es 3 personas -como en el caso de la familia, padre, madre, hijo-, pues da lugar a dinámicas inconscientes de donde surgen cambios cualitativos en las relaciones, mientras que en pareja predomina la psicología individual. Así que el grupo no somete al individuo, por el contrario, le da objeto de identificación. Las personas se vinculan según sus necesidades inconscientes, no al azar.
Por último, hice algunas exploraciones sobre la actualidad del proceso de paz a octubre de 2013 desde el punto de vista del país urbano, del país político y de la otra Colombia, a donde está la mayoría de las víctimas del conflicto. Un homenaje a los afectados en la primera quincena del mes pasado, una proporción bajísima de los que han sido tocados por este conflicto de más de 50 años con las Farc, la guerrilla más vieja del mundo. Se trata de un gesto simbólico para esas personas.

***

Juan llegó a mi consultorio con veinte minutos de retraso como cosa rara. Venía risueño. La noche anterior recibió de regalo un equipo de sonido que hizo sonar a todo volumen con su música metálica predilecta. Su mamá se enfureció, gritó, lo insultó y apagó el aparato arrancando de un zarpazo el cable de la conexión eléctrica de la pared. La consideraba una mujer temperamental y explosiva que justificaba su agresividad con la preocupación y las dificultades que tenía que sortear al ser una madre sola educándolo a él. Se separaron poco después de su nacimiento, y el papá se casó de nuevo formando otro hogar afuera de Bogotá. Con el tiempo, la madre tuvo dificultades económicas y lo mandó a vivir a la casa de la abuela y de una tía. Ellas le pegaban. Eran represivas y dictatoriales. También vivió, por esa época, temporadas con su tío homosexual y muy malhumorado.
Cuando llegó a la adolescencia empezó a buscar al padre, pero no lo encontró, Juan intuyó que no quería vivir con él junto a su nueva familia. Al muchacho le habría gustado muchísimo que vivieran juntos. Pero los años pasaron, y ya no tenía interés en eso. Aseguraba que ya era tarde. Además, a través del teléfono, con insultos y reclamos, el padre interpretaba sus dificultades académicas y personales como pura pereza y negligencia de él y de su madre. Por último, antes de dar por terminada su exposición, sentenciaba que Juan nunca llegaría a ninguna parte, lo que le hacía falta era disciplina y pasar trabajos que le formaran el carácter.
Había dejó el colegio unos años antes sin graduarse. Tampoco trabajaba. Así que pasaba la mayor parte del tiempo entre la casa. A decir verdad, no sabía qué quería hacer con su vida. Así que sus días transcurrían todos iguales. Era un internauta dedicado. Cuidaba de su perro, un pitbull demasiado activo como para vivir recluido en la casa de la familia, y lo reprendía violentamente cuando se manejaba mal. Después de almuerzo regresaba su sobrino del colegio. Con él tenía una relación muy cariñosa. Se sentía con la obligación moral de proteger al niño, y de acompañarlo, pues no quería que tuviera el mismo destino de abandono que él había padecido, ya que su hermana también era una madre sola. Por lo demás, no le gustaba salir a la calle. ¿¡S¡ salía quién cuidaría del perro y de su sobrino!? Una postura tan firme  que por esa misma razón no iba al colegio ni a trabajar, ni a ninguna otra parte, para él, salir de la casa era abandonar a sus 2 seres más queridos en el mundo, el perro y el niño. No confiaba en nadie. Su único amigo era un primo suyo con el que hacían cosas que le parecían divertidísimas, incendiaron un avispero en alguna oportunidad, por ejemplo, y en otra ocasión trabajaron demoliendo una casa. Destruirla le causó un deleite indescriptible.
Tenía 19 años. La piel muy blanca con algo de acné, nada excesivo, los ojos claros y el pelo castaño cortado bien bajito. Al reclinarse en el diván esa mañana, observé que venía vestido con una chaqueta militar azul, un bluyín gris desteñido sin dobladillo, lo que sobraba del pantalón estaba doblado hacia arriba. No pude saber si era una prenda nueva o vieja. Traía unas botas brillantes negras inspiradas en las de dotación de los soldados, con los cordones trenzados en escalera. Pero lo que llamó mi atención de su manera de vestir fue que a la sesión pasada había venido acompañado de su primo quien traía puesta esa misma chaqueta. Al señalárselo me dijo que era suya, se la había prestado, pero ya se la había devuelto.
Y quedó rondando entre mi cabeza que hasta ese momento no había notado su apariencia soldadesca. Esta era la transferencia, el pedido inconsciente de Juan. Se psicoanalizaba conmigo desde hacía 1 mes, y solo ahora llevaba al consultorio su fascinación neonazi y su afecto por el movimiento skin head. Me explicó el significado de su pinta. Me informó que esta manera de vestir era, por así decirlo, el uniforme de los skin heads. Así se reconocían cuando caminaban por la calle, y eso de por sí ya producía un sentimiento de hermandad, así no cruzaran palabra. También me enseñó que los primeros skin heads aparecieron en Inglaterra. Obreros que protestaban contra el establecimiento, y se reconocían porque vestían de esa manera, además se caracterizaban por ser beligerantes, nacionalistas y rendirle culto a Adolfo Hitler. Para Juan era importante que quedara claro que para ser un skin head había necesidad de estudiar, de informarse y de tener una convicción a toda prueba. También profesaba ideas revisionistas: el Holocausto Nazi, insistía, había sino una exageración de los medios de comunicación, le parecía razonable que Hitler fuera una víctima de la mala prensa. Además se consideraba homofóbico, no le gustaban los extranjeros, ni las cosas nuevas, era violento, así que era un neonazi de corazón. Con frecuencia había tropel, es decir, peleas entre los skin heads y otros grupos de muchachos, verbigracia, los capitalistas, reconocidos por su predilección por la ropa de marca, o contra los socialistas, que creían que todos los seres humanos eran iguales. Sin embargo, Juan no solía participar en esas reyertas, prefería observar los combates desde la distancia. Casi no salía de la casa. Estaba en contacto con los skin heads a través de la Internet.
El motivo de consulta de Juan fue que unos días antes de la entrevista inicial tuvo una pelea con su madre. Al calor del momento la agarró por el cuello y la aprisionó contra el muro. Ella se liberó pegándole en la cabeza con una taza. Este no fue un incidente aislado. El muchacho estaba desilusionado de la vida. Pero lo consolaba su amiga de pelo azul a quien no conocía en persona, solo a través de su perfil en Facebook. La niña vivía afuera de Bogotá, de modo que él consideraba una imposibilidad llegar encontrarla afuera de la realidad virtual. Se cruzaron por primera vez en las páginas web de los grupos neonazis que frecuentaban. Ella le producía una tranquilidad inquietante, así el contacto fuero solo cibernético, le parecía como mágica la relación con ella, le gustaba mucho su compañía virtual. Hasta le perdonaba sus incoherencias filosóficas: aun cuando ella también era afín al movimiento neonazi, no tenía ningún conflicto en tomar cerveza extranjera, por ejemplo.
Me sentía paternal, esta era la contratransferencia, mi respuesta inconsciente frente a Juan. Mi comprensión de su mentalidad era que estaba al borde del precipicio. Se movía entre el Caribdis de ser una buena persona, y el Escila de volverse un delincuente. Me sentía responsable, me preocupaba, me conmovía, me enternecía. Además me inquietaban dos elementos: en primer lugar, tenía una cierta lejanía emocional que me hacía sentir que en cualquier momento se iría, y no volvería al consultorio, acabaría con el proceso psicoanalítico porque nada cambiaba, se aburría, me sentía presionado para ayudarle rápidamente; y, en segundo lugar, Juan se presentaba con argumentos tautológicos, superficiales, planteamientos circulares que no conducían a ninguna parte, pero que me hacían pensar que se sentía perseguido en las sesiones, tenía una cualidad indiferente, inalcanzable, parecía incapaz de sorprenderse. Todo esto sucedía entre mi cabeza, pero no se lo informaba, le expresaba mis ocurrencias a través de interpretaciones que le ayudaran a comprender su terror a la libertad, el dolor de encarar los duelos no resueltos frente a su realidad que en nada se parecía a lo que había imaginado y a reparar los objetos sagrados y degradados que para él representaba sus seres queridos, pero sobre todo, él mismo. En las sesiones empezaba a perdonarse, sí, pero también había una fuerza que lo llevaba hacia la enfermedad, una cierta nostalgia por lo inanimado.
En todo caso, los síntomas mentales siempre son una transacción entre el inconsciente y las circunstancias, es el mejor equilibrio psicológico que se ha logrado dado el contexto personal. Lo angustiaba mejorarse para construir un nuevo mundo, estudiando, trabajando, creando una vida propia, alejándose de su madre. Como sucede con tanta frecuencia, cuando crecen en el infierno creen que son el diablo. La agresividad que lo dominaba era expresión de rabia y angustia, de sus conflictos inconscientes, pero también el muchacho vivió en un entorno violento, de abandono y rechazo. Sin embargo, aun cuando agresivo e impulsivo, Juan tenía un freno moral que no lo dejaba salir a la calle a ejercer la violencia abiertamente con alguien diferente de su madre y el perro. Como si afuera de la casa corriera el riesgo de perder el control por completo y caer al vacío, matando a alguien verdaderamente.
Juan estaba vinculado a los skin heads porque se identificaba con ellos sin conocerlos de cerca, solo estaba familiarizado con la teoría, pero, de igual modo, pudo escoger cualquier otro grupo violento, como las Farc, por ejemplo. Y esta barrera que él mismo se imponía me daba la idea, como hipótesis de trabajo, que en la medida en que elaborara sus dificultades inconscientes, la violencia se expresaría de maneras más civilizadas supeditándola a los aspectos constructivos de su personalidad. Verbigracia, al escoger un oficio en el que sus tendencias destructivas fueran útiles, como en ciertas especialidades del ejército o la policía, por ejemplo. Se busca con el tratamiento psicoanalítico que la persona encuentre, por sus propios medios, con la ayuda del analista, un camino más equilibrado y fértil. Que no persevere por en el aislamiento y la esterilidad y la destrucción, que su universo inconsciente no sea tan inhóspito y persecutorio, para que pueda llegar a ser lo mejor que pueda ser. Pues parte del proceso de madurez psicológica es aprender a expresar y a canalizar la agresividad de una manera socialmente aceptada.
Y para los partidarios del enfoque psiquiátrico de la mente, la preocupación es que los rasgos violentos de Juan dominen su personalidad, generando un trastorno antisocial -que también se ha llamado psicopatía, sociopatía y trastorno dissocial, según el sistema de clasificación de los DSM IV (American Psychiatric Association 1994), diagnóstico que se mantiene en el DSM V, lanzado este año-. Estos criterios son: desconocimiento de los derechos de los demás de manera persistente desde los 15 años de edad al menos, con agresividad hacia personas y animales, destrucción de la propiedad privada, acoso, robo y otras actividades ilegales; se trata de una persona que no acata las normas sociales actuando de maneras que lo llevan a la cárcel; miente y manipula, usa pseudónimos y engaños para obtener placer y lucro; es impulsivo, no mide las consecuencias, ni planea, cambia con frecuencia de trabajo, domicilio y pareja, es irritable y peleador, golpea a sus parejas y a sus hijos; es descuidado con la seguridad personal y la de los demás, es irresponsable, incapaz de mantener la rutina laboral y de cumplir con los compromisos financieros; no siente culpa, es indiferente ante el sufrimiento de los demás y racionaliza cuando lesiona, maltrata o roba. Por lo general se quejan de aburrimiento y tristeza y ansiedad. No suelen ser empáticos, tienden a ser agrios, cínicos y desdeñan los sentimientos de los demás, son pretenciosos, arrogantes y volubles, envuelven a los demás con su discurso superficial. Son promiscuos hasta el punto de jamás tener una relación de pareja exclusiva. Tienden a empobrecerse, a ser desempleados y a pasar tiempo en la cárcel, además es probable que mueran en circunstancias violentas y prematuras. Para hacer este diagnóstico, la persona debe tener por lo menos 18 años, y no siempre se asocia con esquizofrenia ni con manía, también puede ser drogadicto, somatizador y tahúr. El trastorno de personalidad antisocial se asocia con maltrato infantil, con abandono, con padres inconsistentes, contradictorios y ausentes. En la población general se presenta en el 3% de los hombres, y en mujeres, en el 1%. Esta discrepancia se debe a que con frecuencia el diagnóstico pasa desapercibido en ellas porque los criterios están muy relacionados con la violencia física. En ambientes que seleccionan a estas personas, como hospitales psiquiátricos y cárceles, se estima que su incidencia hasta el 30%. Y, tal vez, organizaciones terroristas como las Farc también sean atractivas para personalidades antisociales, esta podría ser la pregunta de investigación de un trabajo muy interesante. Por otro lado, no todos los crímenes se cometen por personas con este trastorno. En todo caso, es un padecimiento crónico, aun cuando tiende a ser menos evidente después de los 40, pues disminuyen la criminalidad, los conflictos con los demás y el consumo de estupefacientes. Por otra parte, suele ser común entre los hijos, adoptados y biológicos, de personas con trastorno antisocial, y es todavía más frecuente si se acompaña de somatización y drogadicción. Pero, por otro lado, cuando los hijos de antisociales son adoptados en hogares no antisociales, el riesgo disminuye sustancialmente. Así que para este trastorno el ambiente es un factor más importante que el genético. Hay esperanzas para las generaciones venideras, y en el caso de Juan a lo sumo podríamos decir que cumple con algunos criterios diagnósticos de este trastorno.
La neurociencia de la delincuencia es otra perspectiva de este asunto. Jonathan H Pincus (2001), entre muchos otros, es un neurólogo norteamericano que se dedicó a estudiar 150 asesinos en masa. Cabe anotar que ‘asesino en masa’ es quien mata a más de una persona sin motivaciones personales para hacerlo, sencillamente, lo hace, se trata de una categoría amplia que también abarca a los sicarios. Se estima que más de la mitad de los asesinos en serie tienen diagnósticos como esquizofrenia paranoide y es común encontrar en ellos una historia familiar de violencia, persecución y abandono, junto con anormalidades anatómicas del cerebro.  Pero mucha gente tiene trastornos mentales severos, historias familiares tremendas y anormalidades cerebrales sin que sean agresivos; entonces Pincus propuso que era la confluencia de estos 3 elementos lo que causaba la mente del asesino en masa. En todo caso, no podemos decir que Juan cuadre con el perfil del asesino en masa según Pincus.
Por otro lado, más recientemente, Kent A Kiehl (Haederle M 2013) ha venido perfeccionado una investigación utilizando la tecnología novedosísima de la resonancia nuclear magnética funcional del cerebro. Se la aplicó a 3,000 presos en cárceles en Nuevo Méjico y Wisconsin. Encontró, consistentemente, una disminución en la actividad metabólica de la corteza del cíngulo anterior, junto con otras anormalidades en la anatomía y el funcionamiento cerebrales, verbigracia, menos sustancia gris en el sistema perilímbico, un área asociada a la regulación de las emociones. Este hallazgo podría explicar la indiferencia, la tendencia a mentir, la falta de empatía y la impulsividad del antisocial. Así que desde la neurociencia de la criminalidad, el desdén del psicópata por los derechos de los demás obedece a una habilidad que falta de la misma manera en que la dislexia interfiere con la lectura al invertir las percepciones del lector. Así que, aun cuando tradicionalmente se ha considerado la psicopatía un trastorno de mal pronóstico, este enfoque abre la posibilidad de desarrollar terapéuticas nuevas aprovechando la neuroplasticidad, la capacidad del cerebro de modificarse continuamente frente a estímulos novedosos, como ya dijimos. Por último, este investigador, como otros, pretende utilizar estos datos para hacer una estimación del riesgo del reo de reincidir en el crimen. Así que la naciente neurociencia de la delincuencia plantea la potencialidad de predecir el crimen, de anticipar la probabilidad de que un violador reincida, por ejemplo.
Para muchos esta aspiración es temeraria. No puede afirmarse con certeza quién cometerá un delito, y quién no, pues no hay una conexión firme y constante entre las imágenes cerebrales y el contenido de la mente de una persona en un momento particular. Lo que estos trabajos muestran es solo un hallazgo probabilístico, además las imágenes anatómicas y funcionales del cerebro no dan a conocer la personalidad.
En todo caso, se trata de reflexiones interesantes con implicaciones éticas y jurídicas (Satel, Lilienfeld 2013). Porque si la criminalidad pasa a ser una enfermedad cerebral que afecta el buen juicio, los delincuentes dejarían de ser responsables de sus actos, es un problema de su cerebro. No es baladí. Este argumento ya se ha utilizado en varias ocasiones en los estrados judiciales norteamericanos afectando desenlaces, y hasta aliviando condenas. Se abre entonces un debate candente que afecta las decisiones judiciales, si el condenado va a la cárcel o al hospital psiquiátrico o se libera, por ejemplo. En todo caso, dilemas que llevan al milenario problema del libre albedrío y el determinismo: si la persona es autónoma, entonces decide libremente, es responsable de las consecuencias de sus acciones; pero sí, por el contrario, se considera que toda iniciativa es una reacción, que todo está determinado por una cadena sinfín de eventos ajenos a la persona, la gente no es responsable de nada porque las cosas suceden a causa de algo más.
Temas fascinantes por fuera de los confines de este ensayo de psicoanálisis aplicado sobre sociedad y el proceso de paz en Colombia. Lo cual nos trae de regreso a la colectividad, y a la tensión constante entre lo constructivo, lo destructivo y el aprendizaje a partir de la experiencia.

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La humanidad es un conjunto de individuos (Barrios 2013). Si bien la libertad no es un regalo de la civilización, la cultura, de por sí, no es nociva para la salud mental. Por el contrario, es objeto de identificaciones. Regula las relaciones humanas, incluso la sexualidad y la agresividad. Siempre hay deseos de amar y ser amado, de expresar la agresión sin retaliación, así como de comprender y ser comprendido, motivaciones que permean las relaciones con los demás, con los objetos, las ideas y los sentimientos (Freud 1923; Klein 1957; Bion 1963; Britton R 1999; Solms, Turnbull 2002). El grupo aporta tanto en el sentido constructivo, como en el destructivo. El hombre no existe solo. La colectividad no desdibuja la identidad, por el contrario hace parte de quien se es. Integrarse a la comunidad, identificarse, es una elección inconsciente pues las personas se vinculan según sus vicisitudes psíquicas, así se determina el papel que desempeñan, sea líder o seguidor, integrador o rebelde. La conducta grupal es regresiva –y tenga en cuenta que el adjetivo ‘regresivo’ en el argot psicoanalítico se refiere a una forma del recuerdo que evoca sentimientos y funcionamientos inconscientes infantiles, no alude a la hipnosis, ni a la búsqueda de las vidas pasadas, para los que creen en la reencarnación-, así que la comunidad no enajena, más bien abre el espacio para expresar los aspectos más primitivos de la personalidad.
Y en el caso que traíamos de Juan, al vincularse a los skin heads se rebelaba como adolescente, pero también era una manera de expresar su sentimiento de soledad, de acompañarse en medio de su sensación continua de ser un extraño a quien ni siquiera su madre comprendía ni toleraba. Su deficiencia era el rechazo del padre, ambivalente, lo quería pero también lo odiaba, después de todo, lo había abandonado. El grupo neonazi que escogió le era afín: le ofrecía la sensación oceánica de pertenecer a un grupo poderoso, temible, omnisapiente, omnipotente, una colectividad en la que Adolfo Hitler, un padre maligno idealizado, lo protegía, aun cuando también le parecía que era un incomprendido tratado injustamente, como él mismo. La perspectiva melancólica, paranoide y envidiosa del mundo, hacía que Juan viera todo macabro, inhóspito, así que esta agrupación le ofrecía la oportunidad de realizar la angustia y el dolor ante la futilidad de la existencia, repudiaba todo lo que fuera diferente, ajeno. Por fin  encontraba un lugar en el mundo a donde depositar homofobia, intolerancia, xenofobia, sectarismo, una colectividad despiadada que lo protegía, intimidando a los demás.
En los grupos hay miembros de todo tipo, depende de la personalidad de cada cual (Billow 2003). Las colectividades no son comunidades apacibles, ni siquiera cuando son terapéuticos. La gente siempre tiene deseos y necesidades y metas. De modo que así como hay agrupaciones productivas, equipos de trabajo cohesionados y dinámicos, también existen las que son conflictivas y destructivas. Funcionan con identificaciones y fantasías poderosas, supuestos básicos, sobre la integridad y la supervivencia del grupo según la situación, la función y la historia de la colectividad. En primer lugar, hay supuestos básicos de fuga y de lucha. Un sentimiento dirigido a un enemigo histórico, por ejemplo, o a un subgrupo con un punto de vista considerado peligroso o desleal, incluso podría ser un líder opresivo o, por el contrario, débil. En todo caso, estas ideas persecutorias surgen alrededor de amenazas al límite de la comunidad con preocupación por mantener la frontera intacta, la pureza y la invulnerabilidad del grupo. Por ejemplo, esta es una función de la junta directiva de los clubes sociales. Pero también existen fantasías de que la comunidad podría llegar a perder el amor del líder o, peor aún, la razón, debido a un de dependencia irreal y exagerada en el caudillo. Sin su guía, se especula, surgirían ansiedades de castración e impotencia, de ser inadecuados y de exponerse a fuerzas caóticas. Una lógica que también puede incluir la sumisión a una divinidad o a una ideología. Este es el caso de lo que sucede en los partidos políticos. Por otro lado, hay fantasías de apareamiento. Ideas envidiosas y voyeristas con amenazas a la estabilidad de la comunidad, como sucede con tanta frecuencia entre las agrupaciones fundamentalistas que giran alrededor de alianzas con preocupación erótica,  buscando neutralizarla, hacerla aparecer irreal. Hasta podrían emerger fantasías sobre el nacimiento de un redentor en el seno del grupo con un nexo especial con el líder, un dios. Los integrantes se entusiasman al exhibir poder sexualizado. Por último, en las regresiones de grupos desestructurados hay fantasías de fusión serena con defensas contra una agresión intensa, usualmente con envidia y tendencia hacia el pensamiento grupal. Como en el caso de las barras bravas. En suma, hay que decir, los grupos incorporan diferentes aspectos de estas fantasías. Verbigracia, los ultrapatrióticos pueden perderse de manera irreflexiva en la idealización del país y de su líder cediéndole el poder sin cuestionarlo, y luchando con fiereza contra fuerzas enemigas.
Por otro lado, protestar no es rebelarse. Muchos pasan la vida entera quejándose sin abandonar el grupo, incluso desobedecen, son refractarios y difíciles, pero en realidad no son rebeldes porque no desafían la estructura de la colectividad, ni su funcionamiento, tampoco cuestionan sus valores, ni sus premisas. A la docilidad le falta creatividad. El conformismo es un síntoma que suele acompañarse de rigidez, sexismo, moralismo y agresividad. En el grupo siempre hay desacuerdo, búsqueda de poder, rivalidad, tráfico de influencias, así sea pequeño. No hay poder pequeño. Estas vicisitudes determinan el crecimiento, la evolución y la estructura de la comunidad, sea reaccionaria o revolucionaria.
Y en el caso del psicoanálisis de grupo, es terapéutica la experiencia de interpretar la respuesta cuando una facción se revela. Es fértil el trabajo sobre cómo reacciona el grupo ante el conflicto, y cómo lo resuelve. Se requiere libertad de pensamiento y de expresión para que haya progreso y desarrollo, la rebelión implica autenticidad. A menudo se trata de una estrategia de una minoría, un último recurso. Un juicio que depende de la receptividad de los demás y de la influencia del rebelde, pues se sienten sometidos por los principios de la comunidad. Además están seguros de que sus premisas son irreconciliables, moralmente absolutas, y no están abiertas a discusión, ni a negociación, mucho menos aceptarían descartarlas. Su protesta es legítima. No hay otro camino, pues siempre hay tensión entre la sumisión adaptativa y la identidad individual, así que la estabilidad del grupo depende de los valores de la comunidad y del líder. La rebelión intenta movilizar en otras direcciones, es una estrategia de acción social para modificar la situación actual. Es inevitable. Y no siempre se resuelve el desencuentro, a veces la rebelión tiene éxito rompiendo el grupo. Esto no es negativo, abre la puerta a la discusión y al cambio.
Existen varias maneras de rebelarse. Primero, el desafío, la presión contra el proceso y el contenido del grupo terapéutico, un signo favorable de confianza y seguridad que comunica progreso, una señal de necesidad de atención y de diálogo, que puede ser amigable u hostil, abierta o sutil. En segundo lugar, hay una tendencia a la secesión y a exiliar al rebelde. Fragmentar el grupo es una necesidad inconsciente que al lograrla los hace sentir culpables. Es el resultado de una ruptura en la comunicación, una solución frecuente aun cuando extrema. Pero también puede ser un signo de madurez del grupo terapéutico, pues el individuo ya no comparte los ideales de la colectividad, y la comunidad hace el duelo aceptando que se va, y que llegará alguien más. En tercer lugar existe la anarquía. Todo el mundo se resiste a pensar sobre lo doloroso, para eso sirven los mecanismos de defensa, y los conflictos se proyectan en lugar de reflexionarlos y aceptarlos, entonces se crean, también inconscientemente, confusiones, malos entendidos, desordenes, todo con tal de no pensar. Entonces el anarquista condena, repudia y desafía al grupo terapéutico, y hasta puede llegar a destruirlo. En cuarto lugar, la revolución. En este caso la facción rebelde domina al grupo terapéutico iniciando una nueva era para la colectividad. Las rebeliones no siempre son crudas, inmediatas ni evidentes, tampoco surgen de un solo evento, ni son dramáticas. De todos modos, esta posibilidad origina defensas paranoides aun cuando no siempre implica destrucción. De las revoluciones también aparecen elementos constructivos.
Pero el psicoanalista también se rebela. Es quien genera la sensación de cohesión, continuidad y regularidad, pero también es el instrumento del cambio. De modo que su función es asumir todos los papeles de la rebelión: desafía, instiga, es anarquista, exilia y es revolucionario, según sea el momento del proceso. Lo constructivo es que el grupo florezca o se desintegre, nunca que se indiferencie. Poner las cosas en palabras es el mayor acto de rebelión, pues conmueve al grupo con interpretaciones que lo sacan del sentimiento grupal regresivo. Intervenciones que impulsan a la madurez.
Sin embargo, el psicoanalista no es un oráculo. El psicoanálisis de grupo es un diálogo honesto y humilde con la colectividad, una manifestación de empatía. Muchos psicoanalistas han estudiado la dinámica del grupo con fines terapéuticos: a veces su eficacia depende del efecto catártico de la confesión pública, sí, pero, sobre todo, de la experiencia de descubrir factores inconscientes que condicionan un buen espíritu de grupo. En estas sesiones el problema es colectivo, emerge de la relación con el grupo y el psicoanalista. Se abren espacios para discutir las implicaciones de los conflictos emocionales: el paciente siempre está centrado en sí mismo, y se resistente a la cooperación, pero, por otro lado, casi nunca está en un ambiente en el que todos están en igualdad de condiciones; además no quiere tratarse, y cuando la desesperación lo lleva a hacerlo, tampoco está del todo convencido de querer hacerlo.
La conjetura de la etología es que existe una base biológica para el comportamiento gregario. Formar comunidades bajo la égida y la tutela de un líder elegido por su fuerza, habilidad y desempeño sexual es lo habitual entre los mamíferos. El hombre cuenta con el lenguaje y la metáfora, con la tecnología y la posibilidad de elucubrar sobre el pasado y el futuro, con la cultura que interpreta la comunidad y el ambiente. Además la posibilidad de simbolizar y la relación consciente inconsciente aportan el aspecto inefable de las experiencias de dominación y sumisión, de atracción y repudio, en el contexto de la necesidad de un líder, fuerte y empático. Sin él una sensación de caos inminente se adueña del grupo desorganizándolo. La vida comunitaria parte de reacciones emocionales basadas en experiencias infantiles favorables y desfavorables. De modo que la relación entre el líder y el grupo es compleja: implica alianzas, requiere confianza en que la colectividad perdurará, en especial, la disponibilidad de los recursos, además regula el ambiente social para que siga estable en caso de un relevo en el mando. El grupo no se aísla del líder, por el contrario, juntos conforman una unidad indivisible. A la vez que el líder es capaz de ver el grupo desde la distancia, en una suerte de identificación parcial, una integración peculiar del narcisismo y el colectivismo, logra darle otros matices e implicaciones a la vida social. Está dotado de rasgos de personalidad que le permiten mantener el contacto con la realidad a la vez que conserva un cierto potencial paranoide que lo hace reconocer amenazas. Además su narcisismo le alimenta la idea de que en efecto está capacitado para liderar, sabe algo que los demás no.
El líder efectivo tolera las regresiones colectivas. Maneja la agresión y la competencia desde el interior del grupo reorientándolas hacia la exploración colectiva de estas emociones y conductas. Su carisma se apoya en la capacidad visionaria y de motivación. Si tiene un estilo tiránico o, por el contrario, uno democrático, también cuenta: el autoritarismo es deseable si se requieren resultados rápidos, pero si lo primordial es la estabilidad del grupo, son preferibles lo estilos participativos y democráticos. Los valores y las motivaciones del grupo también importan para establecer la conexión entre el líder y la cultura y el desempeño colectivo. Pero también su capacidad para manejar situaciones complejas. Se trata de talentos y competencias, estilos del líder ejecutivo y exitoso que explican cómo algunos son capaces de lograr el apoyo colectivo más allá de su habilidad de estructurar tareas, resolver conflictos, tener consideración y capacidad para inspirar respuestas afectivas. Un factor X al que se atribuye que el líder es capaz de canalizar la regresión destructiva de la colectividad transformándola en una experiencia que fortalece. Hay líderes que personifican la sed de espiritualidad, por ejemplo, pero también los hay que se hacen cargo de ideas vindicativas, racistas, imperialistas y mesiánicas. Hay fantasías inconscientes en el grupo que determinan el estilo del liderazgo, que son mucho más complejas que la personalidad del líder y sus resultados. En todo caso, la persona expresa sus aspectos neuróticos, psicóticos y psicopáticos en la colectividad, como Juan. La gente se vincula al grupo con su mentalidad, el grupo no la causa, lo acoge abriendo un espacio para que la gratifique, lo constructivo y la agresión afloran independientemente de las condiciones socioeconómicas, académicas y culturales. La vida en el seno del grupo nunca es apacible, siempre hay algún iconoclasta, la tensión entre el individuo y la colectividad es continua.
La función de la comunidad de trabajo es clara. Su estructura y liderazgo, adecuadas para evitar que se desarticule. La identificación es el vehículo de la fantasía regresiva dominante en el grupo, lo moviliza, al igual que a su líder. Que solo puede guiar cuando tiene libertad de articular esos contenidos inconscientes de manera implícita o explícita, y dirige al grupo ya sea de manera constructiva o explotarlo. El líder lleva a la cooperación expresando las ideas y fantasías del grupo, pero también puede manipularlas para beneficio propio y de su círculo íntimo. El uso que hace el líder de las fantasías dominantes en el grupo puede darse a nivel inconsciente, intuitivo, pero también puede ser consciente, premeditado.
El grupo tiene un objetivo común, sea la patria, revelarse en contra del establecimiento, encontrar a dios, derrotar al enemigo en el campo de batalla o al adversario en el campo de juego, y en el caso de los grupos terapéuticos, la meta es tratar la neurosis. Objetivos que se alcanzan con la guía del líder. En todo caso, se trata de una persona que por su experiencia conoce sus limitaciones, respeta la integridad del grupo, no busca simpatías, ni hostilidades, ocupa una posición de responsabilidad en momentos de decisiones definitivas; es alguien que ostenta autoridad cuando los demás no saben qué hacer, es digno de su investidura, vive en estrecha relación con sus camaradas; y en el caso del grupo terapéutico sabe que su tarea consiste en producir gente que se respeta a sí misma, personas adaptadas a la comunidad asumiendo sus responsabilidades, libres de sentimientos de culpa que entorpezcan su eficacia. Las amenazas para el grupo de trabajo son variadísimas. El gran enemigo es la incapacidad para funcionar de manera fértil. La fuerza que se opone al rendimiento, a lo constructivo, al progreso, un problema colectivo que debe trabajarse para superar las resistencias, y ocuparse de ello es el objetivo terapéutico del psicoanálisis de grupo. Del mismo modo en que para el psicoanálisis individual es imprescindible un límite que desarrolle la capacidad para pensar y reflexionar, y así como el niño construye su percepción del mundo a partir de la experiencia de proyectar ansiedades en la madre, quien las contiene y se las devuelve atenuadas como ideas, en el grupo terapéutico también se hace consciente la diferencia entre el sujeto y los demás, se desarrolla la capacidad para afrontar adversidades para tolerar la vida. La agresividad, las relaciones con los demás y la impotencia para actuar, pasan de la teoría a la práctica. En la medida en que la persona va en uno o en otro sentido dentro del campo de observación del grupo terapéutico hay cambios al elaborar conflictos inconscientes. Al hablar de las cosas que emergen, de su marco de referencia, consideraran las actividades como si fueran observadores externos promoviendo los descubrimientos de los contenidos inconscientes al interior del grupo terapéutico. Juzgan la sinceridad de la motivación de la colectividad. Unos colaboran, otros no. Y surgen elementos terapéuticos al trabajar juntos. Nace el pensamiento de la discusión. Se enfrentan varios tópicos: cómo la gente va y viene del grupo, cómo se adaptan y cómo se despiden; cómo afectan las diferencias afuera del grupo, cómo las asimetrías generan inconformidades y agrados. Se requiere que el psicoanalista sea intuitivo, las dificultades giran alrededor de anteponer el bien colectivo al individual, así el paciente puede ser libre y espontáneo según sus conflictos.
En suma, el buen espíritu de grupo es tan difícil de definir, como la noción de salud mental. Es un propósito común. Pero también es reconocer los límites de la colectividad, su posición y función. Además tiene la capacidad de recibir y de despedir miembros sin temor a desintegrarse, es flexible, y cuando hay subgrupos no tienen fronteras rígidas. No es excluyente. Tampoco está centrado en un individuo ya que el valor de cada uno se reconoce como colectivo. Aprecia al individuo y su contribución, todos tienen libertad. Cualquiera es capaz de discrepar y de resolverlo sin amenazar al grupo. Y esta es la meta del grupo terapéutico, y, en general, de los grupos de trabajo eficaces, como empresas, ciudades y, por qué no, países.

***

Todo el mundo sabe que las encuestas no describen la realidad con exactitud, pero sí ofrecen una descripción interesante de lo que sucede, por así decirlo, se aproximan a la fantasía dominante de los colombianos. Según la “Encuesta Gallup: Proceso de Paz” (2013) -que se aplicó a 1,200 personas con un intervalo de confianza del 3%-, la mayoría de los entrevistados creen que las Fuerzas Armadas de Colombia podrían derrotar militarmente a la guerrilla, que insistir en los diálogos de paz hasta lograr un acuerdo es la mejor opción para solucionar el problema de la guerrilla, ven con buenos ojos que el gobierno haya iniciado negociaciones con las Farc y serían partidarios de iniciar negociaciones semejantes con el ELN. Pero también la mayoría no cree que en esta oportunidad se llegue a un acuerdo que ponga fin al conflicto armado con las Farc, no están de acuerdo con que los miembros de esa guerrilla, una vez hayan dejado las armas, puedan participar en política sin tener que pagar cárcel, ni piensan que una vez firmado el acuerdo con ellos dejará de existir la violencia de origen ideológico en nuestro país; tampoco confían en que se distribuirá mejor la riqueza en el campo, que las Farc ayudará a combatir el narcotráfico, ni harán grandes esfuerzos para reparar a las víctimas. Por último, solo una minoría cree que la guerrilla colombiana podría llegar algún día a tomarse el poder por la fuerza. Así que, podemos concluir, los entrevistados en esta oportunidad son predominantemente optimistas moderados con el proceso de paz en La Habana. Una posición razonable, a mi manera de ver las cosas.
La carátula de la revista Semana del 21 de octubre de 2013 estaba decorada con una paloma blanca, símbolo tradicional de la paz en Colombia, en esta ocasión estaba medio congelada. Y debajo de ella podía leerse el dilema de sabor shakesperiano: “Congelar o no Congelar”, del que podía inferirse el pensamiento del país político. En el artículo central estaba consignado que el presidente Juan Manuel Santos preguntó a los parlamentarios de la U, en un desayuno, qué creían debía hacer con las negociaciones de paz luego de un año de discusiones. Muchos coincidieron en que era optimista suponer que estas conversaciones tomarían meses, en lugar de años. A procesos como este hay que tenerles paciencia, en especial cuando patinan. Además, para complicar las cosas todavía más, estos diálogos coincidirán con elecciones y reelección presidencial. Así que el proceso de paz podría desvertebrarse porque hay tensiones entre el santismo en pro de los diálogos de paz, y el uribismo, en contra de esa metodología. 
Aun cuando todo sugiere que la mayoría de los colombianos cree que lo mejor es buscar una solución negociada al conflicto, y que sería equivocado y prematuro suspenderlo, el proceso cada día pierde más adeptos por la falta de resultados. Los adversarios del gobierno se fortalecen, y se debilitan sus defensores. Situación adversa a las aspiraciones reeleccionistas del santismo.
Pero romperlo tendría efectos colaterales. Si el gobierno acaba con los diálogos unilateralmente y sin argumentos incontrovertibles se espera que se afecten las relaciones con Venezuela y otros gobiernos de la izquierda latinoamericana. Aun cuando, de todos modos, que el presidente le haya dado a las Farc la oportunidad de una salida política a fuera del país sin despejar territorio con una agenda concreta para ponerle fin al conflicto, es un discurso político hábil que le da margen de maniobra para defenderse de los críticos.
La otra alternativa es desconectar los diálogos de las elecciones. El presidente ha mencionado esta alternativa, y a las Farc les parece bien, en principio, pues les quita presión. También se ha sugerido una pausa con cese unilateral de las hostilidades de las Farc. Incluso algunos más propusieron un cese bilateral con un acuerdo político por la paz y compromisos específicos en relación con los desaparecidos, los muertos en cautiverio y las minas antipersonal. Pero negociar mientras el gobierno mantiene sus ofensivas militares es fundamental para que el proceso de paz avance. Si no se concreta en relación con la participación política, discutida desde hace cuatro meses, no tiene sentido dejar las hostilidades. Además una pausa en este momento sería interpretada por el uribismo como una aceptación del fracaso del gobierno. Por otro lado, el proceso de paz quedaría sujeto a las elecciones, se convertirían en una suerte de plebiscito sobre si retomar o no los diálogos. Adicionalmente quedaría en vilo la retoma de las conversaciones en el porvenir, en especial si a la bancada uribista le va bien en las elecciones. Además, en este escenario, no sería dable dejar a los guerrilleros de las Farc en Cuba mientras se retoman los diálogos. Para que el proceso de paz quede protegido se necesitaría avanzar. Pero en los temas relacionados con el desarrollo rural y la participación política la percepción pública es que el gobierno hace concesiones, mientras esperan las decisiones de las Farc en materia víctimas, dejación de las armas y narcotráfico. Temas que los negociadores no han aceptado.
Seguir adelante parecería ser la mejor alternativa, por ahora, al menos hasta lograr resultados irreversibles, o que se rompa si no avanza. Todo depende del gobierno, y de su capacidad para moderar el hambre electoral, por un lado, y de las Farc, por el otro, que insiste en propuestas afuera de la agenda pactada demorando el acuerdo. Interrumpir el proceso de paz antes de fin de año se considera prematuro, claro, pero necesita defenderse por sí solo, requiere resultados.
Solo quedan las últimas tres rondas de conversaciones de las diez que se pactaron. Y la guerrilla debe aceptar que el uribismo es una posibilidad política real en contra de la solución negociada del conflicto, que se beneficia del sentimiento de futilidad que dejan los diálogos de paz. Además, si se sobreponen las elecciones al proceso todos los bandos manipularán las negociaciones para fines electorales. De modo que a las Farc y al santismo les conviene la reelección. Hay que esperar a ver qué es capaz de producir el proceso en sí, pero sea cual sea el estado de los diálogos, la paz será un tema en las elecciones. En todo caso en Colombia hay elecciones cada 2 años, así que es imposible pretender separar la política del proceso de paz para ponerle fin a una guerra de medio siglo de evolución. Anotaciones que dejan un mal sabor puesto que hacen pensar que la paz colombiana es un asunto más de los políticos y sus conveniencias, que un tema comunitario.
Luego, a la semana siguiente, el 7 de noviembre, pasó por el país una oleada de desánimo al ver las fotos de los negociadores de las Farc disfrutando de un paseo en lancha por el Caribe cubano. Después regresó el optimismo cuando el gobierno anunció que por fin se había logrado un acuerdo en lo concerniente al punto de la participación política. Aun cuando el Procurador se preguntó qué había de nuevo, si Colombia es una democracia en la que todo ciudadano que no tenga cuentas pendientes con la justicia puede aspirar a cargos públicos.
Y el siguiente número de la revista Semana, el que apareció el 11 de noviembre de 2013, llevando en la carátula el símbolo de la justicia, con el título: “Corrupción en la Justicia. Los Últimos Escándalos Demuestran que es Inaplazable una Reforma en el Poder Judicial”. En el artículo central, en alguna parte, el autor se pregunta: “¿Por qué se llegó tan lejos? ¿En qué momento se jodió la justicia?”. Pésimas noticias que llevan a una mayor desilusión y desconfianza de la comunidad en sus instituciones, porque aluden a las dificultades enormes para defenderse de las fuerzas disociadoras provenientes del interior de la colectividad. Además, si a eso se le suma que Nicaragua recientemente tomó posesión de un pedazo enorme del Caribe colombiano, que un avión ruso sobrevoló el espacio aéreo nacional de manera ilegítima y que un buque de la armada gringa también pasó sin permiso por nuestros mares territoriales, queda en duda la capacidad de nuestro país de proteger la soberanía. Entonces también hay desconfianza en su capacidad de contrarrestar fuerzas disociadoras provenientes del exterior.
Pero, a pesar de todo, amamos a nuestra patria indefensa, es la única que tenemos. Ser colombiano implica cierto estoicismo. Y tal vez por suceden cosas como que tantos hinchas se identifican todavía con el Santa Fe, el equipo de fútbol bogotano que no lograba títulos en la liga colombiana desde hacía 37 años, por ejemplo.
Sería muy interesante explorar psicoanalíticamente cómo funciona la mecánica inconsciente en el seno de las Farc. En especial si tenemos en cuenta que es un grupo cohesionado y estable y activo desde hace 50 años. Un protocolo de investigación que enseñaría sobre la guerra en Colombia, sobre nuevas maneras de comunicarse, cómo puede aligerarse el camino hacia una coexistencia más pacífica. Si bien el psicoanálisis ha tenido tradicionalmente un prestigio elitista, también es cierto que se ha usado con éxito en pedagogía y en temas sociales. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, muchos trabajos se emprendieron con la finalidad de conocer más sobre lo sucedido, con el objetivo de cicatrizar las heridas colectivas que dejó el Holocausto Nazi. También entre los sobrevivientes de la guerra de Kosovo se hicieron trabajos de investigación sobre el efecto de las experiencias intensamente traumáticas en la mente de los niños, esto desde el punto de vista de la neurociencia y del psicoanálisis.  Y luego, con los eventos del 11 de Septiembre en Nueva York sucedió algo semejante. Las sociedades psicoanalíticas de la región crearon sistemas de apoyo abiertos a la comunidad para contribuir en el manejo de terror que dejó ese evento nefasto. Enseñanzas dolorosísimas aportan conocimiento.
Hace unos 2,500 años Tucídides (404 AC) ya había planteado la idea de que la historia es un género literario, una narrativa que depende del punto de vista del autor, no es base para predecir el futuro, ni para prevenir acontecimientos, lo que busca es comparar situaciones para entenderlas. Esta sigue siendo la perspectiva dominante entre los historiógrafos de la actualidad (Iggers 1997). Además la historia es una manera de difundir valores y cultura, no es una ciencia. Y en el caso del terrorismo, quién gana la guerra escribe la historia consagrándose como héroe para la posteridad. Pero no todas las épicas son memorables. En todo caso, la historia parece indicar que la paz es una quimera. Aun cuando no es un círculo vicioso, da la impresión de que en el ser humano hay una tendencia a regresar a la violencia, como si estuviera poseído de una compulsión a la repetición, como decía Freud, un eterno retorno, como lo llamó Federico Nietzsche. Y en el siglo XXI la situación no ha cambiado, la paz no parece alcanzable para el ser humano.
De modo que hay necesidad de moderar las aspiraciones: se busca convivir sin que los grupos irregulares lleguen a tener tanto poder como para hacer tambalear las instituciones. La agresividad hace parte de la condición humana. Lo destructivo es instintivo, hace parte de la naturaleza. Sin embargo, es posible integrar lo tanático a lo erótico, como tratan de enseñarles los padres a sus hijos, como busca Juan en el proceso psicoanalítico que ha iniciado. Así el ser humano ha poblado la Tierra con éxito, y sigue creciendo el número de habitantes, mientras que nunca había tenido mayor capacidad destructiva, y el progreso y la tecnología le han permitido conocer y adaptarse a los ecosistemas del planeta. Todo parece indicar que la guerra y la paz son aspectos de la vida de todos, de modo que, parafraseando a Tolstoi, la pregunta sería: “¿qué puedo hacer desde mi aldea para ayudar al mundo?”.
Y a manera de ilustración, para subrayar que la violencia es universal y perene, consideremos la semántica de los sustantivos ‘sicario’, ‘asesino’ y ‘terrorismo’. Según Fernando Socca y otros lingüistas, los Sicarii, origen de ‘sicario’, fueron un grupo de resistencia que se oponía al dominio del Imperio Romano, lo cual incluía los habitantes de los territorios ocupados que colaboraban con ellos, en particular los judíos. Los Sicarii empleaban la violencia para intimidar a la población con una finalidad ideológica, lo cual los diferenciaba de los criminales comunes y corrientes. Posteriormente, cerca del año 1090, una rama musulmana, la Nueva Doctrina o Fedayeen, fue desplazada desde Egipto a raíz de las luchas intestinas por la sucesión de la dinastía Fatimide, ellos conformaron grupos armados que llegaron hasta Irán, Iraq, Siria y Líbano. Entonces persiguieron a sus opositores como infieles, mientras se defendieron hasta con ataques suicidas. Pues resulta que un musulmán integrista dirigía en Siria una pequeña banda de Fedayeen que ejecutaba aterradoras masacres y estimulaba la crueldad de sus hombres invitándolos a consumir hachís, en árabe, hassís. Así se volvían más despiadados. Entonces los llamaron hassasí, o consumidores de hachís. Término que se generalizó para designar a todos los homicidas sin tener en cuenta sus motivaciones. Aun cuando las actividades de los hassasí perduraron solo hasta que los exterminaron los mongoles luego de su invasión, los cruzados trajeron el vocablo ‘asesino’ a Occidente. Apareció por primera vez en el español en 1300; y así mismo llegó al francés y al inglés como assassin, así como al italiano y al portugués¸ assassino.
Por otra parte, el vocablo ‘terrorismo’ apareció después de la Revolución Francesa para describir las acciones de los Jacobinos durante el Régimen del Terror entre 1793 y 1794, cuando ejecutaron en la guillotina aristócratas, clérigos y personas de clase media, pero sobretodo, artesanos y campesinos. Murieron muchos. Este sustantivo originalmente provino de la raíz indoeuropea tres-, que significa temblar, de donde surgió terrere en latín que quiere decir atemorizar. De allí nacieron palabras como ‘terrible’ y ‘terror’. Hoy se considera terrorista sinónimo de: separatista, liberador, extremista, revolucionario, militante, paramilitar, guerrillero y rebelde.
Un acto criminal en todo el mundo, se trata gente que causa la muerte de civiles mediante el uso ilegal de la violencia para intimidar coaccionando sociedades en busca de objetivos variados. Ataques dirigidos contra la población no combatiente en busca, sobretodo, de impacto psicológico. Los atacantes se esconden mezclándose con las víctimas para despistar las autoridades y crear mayor impacto, una sensación de vulnerabilidad, de inseguridad general. Una estrategia de coacción empleada por la izquierda y la derecha, y hasta por los estados. Con el progreso de las comunicaciones y el transporte, los explosivos y las armas de fuego durante los siglos XIX y XX, el terrorismo tuvo un nuevo aire. Los ejemplos son innumerables y se distribuyen en todos los continentes, no hay un lugar a salvo de él. Y a través del cubrimiento de los medios masivos de comunicación se difunden todavía más los métodos inhumanos de estos grupos.
Las Farc apareció luego del derrocamiento del general Gustavo Rojas Pinilla a partir de grupos de autodefensas establecidas en la época de la Violencia en la región del Alto Magdalena. Operaron inicialmente al sur de la cordillera oriental, donde protegieron los terrenos privados de invasores. Luego el gobierno del presidente John F Kennedy promovió grupos paramilitares mediante la Operación de Seguridad Latinoamericana que trataba de controlar la influencia soviética en la región, respaldando acciones de contrainsurgencia y la formación de una red de inteligencia. Se instalaron en especial al sur del departamento del Tolima para erradicar liberales radicales y autodefensas ubicadas en Marquetalia. Todo esto bajo la dirección del General Alberto Ruiz Novoa, comandante del ejército, ministro de defensa y un veterano de la guerra de Corea que siguió recomendaciones de expertos militares norteamericanos bajo el mando del general William Yarborough. El intento fracasó. No lograron expulsar la insurgencia de la zona, muchos escaparon y se unieron a las Farc. Aun cuando en alguna época fue el brazo armado del Partido Comunista, se dedicó a secuestrar, matar, robar, extorsionar, al abigeato y al narcotráfico para buscar financiación. Una lucha asimétrica, que no puede llamarse guerra, porque se da contra un ejército ilegítimo, con motivaciones que incluyen conflictos personales, confrontaciones por la propiedad de la tierra y los recursos, rebelión contra el gobierno y la miseria de la región (Bushnell 1993).
Hoy la actividad terrorista de las Farc se ha recrudecido. Las víctimas aumentan en la otra Colombia, donde la guerra es la cotidianidad. Durante la primera quincena de octubre de 2013 hubo 25 atentados en nueve departamentos. Me parece razonable recordarlos, así sean sucesos que no tiene la intensidad suficiente como para figurar en las noticias televisivas, y los expertos los consideren eventos típicos del pulso entre las partes que negocian en medio de las hostilidades. La Fundación Ideas para la Paz, que observa el proceder de las Farc desde la década de 1990, clasifica sus acciones en tres categorías: de alto esfuerzo militar, como ataques a poblaciones y a bases militares, de mediano esfuerzo, como hostigamientos y emboscadas, y las de bajo esfuerzo, como la detonación de explosivos, acciones fáciles de ejecutar y difíciles de contrarrestar. Las acciones de alto esfuerzo militar casi han desaparecido, predominan las de poco esfuerzo, el año pasado fueron el 60% de todas sus acciones, y casi el 40% fueron de esfuerzo medio. Actividades que se han concentrado en la periferia del país, lejos de las ciudades grandes e intermedias. Tumaco y cuatro municipios aledaños estaban sin luz a causa de la destrucción de varias torres de energía, así como Matanzas, Antioquia y El Paujil, Caquetá, entre otros municipios a donde destruyeron las subestaciones eléctricas; los oleoductos de Putumayo, Arauca y Norte de Santander fueron dinamitados varias veces, al igual que el gaseoducto binacional de la Guajira; el tráfico fluvial en buena parte del Atrato chocoano estuvo paralizado por amenazas de un paro armado y se interrumpió el tráfico terrestre de Quibdó a Medellín y a Pereira; adicionalmente hubo hostigamientos contra la estación rural de Policía en Tibú, Norte de Santander, así como en Las Mercedes y en Sardinata, a donde dejaron a una profesora herida, así mismo sucedió en Murindó, Chocó, y en Fortul, además en repetidas ocasiones atacaron en Bellavista y en Bojayá, Chocó, donde utilizaron granadas; y, por otra parte, murieron 4 soldados en Arauquita, 2 civiles y 1 policía resultaron heridos en San Andrés de Cuerquia, Antioquia, mientras que en Solano, Caquetá, murió el comandante de la estación y 2 policías acribillados en un restaurante; también se descarrilaron 43 vagones del tren del Cerrejón a causa de un atentado, mientras que en la vía Quibdó Istmina incendiaron dos vehículos y un bus, así como en la vía de San Juan de Arama, Meta, y atacaron a tiros a otro en Valdivia, Antioquia, además en la pista de Vigía del Fuerte, Antioquia, quemaron una avioneta en la pista, y atravesaron un camión en la vía bloqueando la troncal de Medellín a la Costa; así mismo un carro bomba estalló en la carrera Panamericana cerca a Santander de Quilichao en Cauca, dejando nueve heridos y varias viviendas en ruinas mientras en Arauca bloquearon dos vías, robaron maquinaria petrolera y explotó un artefacto que mató a 1 policía e hirió a otros 2, fuera de eso, un niño de 13 años falleció al pisar un artefacto explosivo. Mientras tanto, el presidente anunció la formación de un comando conjunto: 2 nuevas fuerzas de tarea y 2 batallones de fuerzas especiales dirigidos contra la actividad de los bloques Oriental y Sur de las Farc.

Referencias

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DEMOCRACIA, GUERRA Y NUEVA REPÚBLICA, 1512-2012.

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