Ponencia para la Tercera Sesión del VIII
Seminario Internacional
Gramsci
Subalternos: Paz, Democracia y
Constituyente Social
Psicoanálisis, Sociedad y el Proceso de Paz
en Colombia
Santiago Barrios Vásquez
Médico, psicoanalista
Teléfono 6157599, 3102805667
Avenida 127 # 21-60 (205), Bogotá, Colombia
Resumen:
Esta ponencia sopesa las posibilidades de alcanzar
la paz. Un trabajo de psicoanálisis aplicado que comenta la dinámica social y
el proceso de paz colombiano. Empieza con anotaciones
sobre el caso de Juan: un modelo para pensar la psicodinamia de la violencia,
el trastorno de personalidad antisocial y la neurociencia de la delincuencia.
Luego el psicoanálisis de grupo, el tratamiento simultáneo de
varias personas explorando las fuerzas inconscientes que rigen la colectividad.
Como en el psicoanálisis individual, los pensamientos requieren una mente para
pensarlos, la meta es descubrirlos y seguir sus transformaciones para vivir con
satisfacción.
El hombre es gregario. La
colectividad gratifica, complementa, define, da punto de punto de referencia por
lo que se es, y lo que no se es. No avasalla, por el contrario, da objetos de
identificación, sentido de identidad, arraigo y continuidad existencial,
incluso para la agresión. El mínimo grupo es 3, entonces
aparecen dinámicas inconscientes que cambian cualitativamente las relaciones. Nacer es la
primera experiencia colectiva. En familia empieza la dialéctica entre lo individual y lo social,
experiencias que conforman el carácter.
Finalmente, figuran exploraciones sobre la
actualidad del proceso de paz a octubre de 2013 desde los ángulos urbano y
político, con un homenaje modesto a las víctimas de la primera quincena del
mes, una proporción bajísima de los afectados por más de 50 años de combates
con las Farc, que tiene la dudosa distinción de ser la guerrilla más vieja del
mundo. En conclusión, este es un enfoque optimista moderado sobre el proceso de
paz.
Abstract:
This
essay reflects on the human possibilities of achieving peace. A work of applied
psychoanalysis about social dynamics and the Colombian peace process. It begins
with some notes on John: a case, a useful model to think about the
psychodynamics of violence, antisocial personality disorder and the
neuroscience of crime.
Group
psychoanalysis, the simultaneous treatment of several individuals, explores the
unconscious forces that guide the community. It works as individual
psychoanalysis: thoughts require a mind to think them, and the goal is to
discover them, and follow their transformations to build a more satisfying way
of being.
Man
is gregarious. Community rewards, complements, defines, it gives a reference of
what is, and what is not. It does not enslave the individual, it gives him
objects of identification, a sense of belonging, an existential continuity,
even for violence. The minimal group is 3 people, unconscious dynamics changes
qualitatively the relationships with others. Birth is the first collective
experience. The dialectic between the individual and the group begins in the
family, experiences that make up the character.
Finally,
an exploration of the current situation of the peace process as of October 2013
from the urban and political perspectives, as well as a modest tribute to the
victims of the first two weeks of the month, very few of those affected by more
than 50 years of conflict with Farc, a terrorist group with the dubious
distinction of being the oldest guerrilla
in the world. In summary, this is a moderately optimistic approach on the peace
process.
Palabras clave:
Psicoanálisis aplicado, eros, tánatos,
epistemofilia, neurociencia de la delincuencia, psicoanálisis de grupo,
identificación, proceso de paz.
El consultorio del psicoanalista es un observatorio
de la condición humana. Es un laboratorio donde se pone a prueba la
personalidad del paciente en relación con la del analista, con la finalidad de elaborar
conflictos emocionales y reparar pérdidas, en una sola palabra, construir
nuevos modos de relación para vivir mejor consigo mismo y los demás. Es un nexo
terapéutico. Un vínculo asimétrico porque el paciente busca ayuda. Se trata de
una experiencia que desarrolla todavía más la capacidad para pensar y tolerar la
adversidad, además ensancha la habilidad para estar solo, no solo en el sentido
de estar sin compañía, me refiero a sentirse cómodo consigo mismo al aceptarse,
responsabilizándose de lo propio y respetando la diversidad humana. La
estabilidad del ambiente psicoanalítico es fundamental. La actitud discreta y
receptiva del psicoanalista, sin juzgar ni opinar, solo interpretando los
mecanismos inconscientes que surgen del devenir del proceso genera el cambio en
el punto de vista al editar recuerdos y modificar hábitos del pensamiento. Se
trata de cambios en la mentalidad que se dan a través de la neuroplasticidad,
es decir, de la capacidad cerebral de modificarse por el influjo de las
circunstancias.
Y estoy seguro de que a nadie sorprendo cuando
afirmo que psicoanalistas y pacientes, como cualquier otra persona, están
inmersos en la sociedad, en la cultura, en las circunstancias. De modo que el
psicoanalista del siglo XXI es paradójico, está, por un lado, imbuido en el
relativismo de la posmodernidad y, por el otro, tiene la tendencia hegeliana a
crear un sistema para clasificar todo lo humano y lo divino, tal como lo hace la
psiquiatría y la neurociencia. A diario vemos en los medios masivos de
comunicación la espectacularidad de los resultados de investigaciones que si
bien amplían el conocimiento sobre el funcionamiento cerebral, distan muchísimo
de describir el contenido mental del individuo y de explicar todas las personalidades
concebibles. O sea, ya nadie disputa la unidad psicosomática, pero estamos muy
lejos de ofrecer un ley universal, como la gravedad, que explique todas las conductas,
y que describa punto por punto la psicología de cualquier persona.
De manera que la actualidad nacional e
internacional nos afecta. Por esta razón acepté gustoso esta invitación para
hacer este ensayo a cerca del proceso de paz que se ha iniciado en La Habana con
las Farc, un acontecimiento dominante en la vida colombiana. Este trabajo pertenece
al género del psicoanálisis aplicado. Lo digo porque en él utilizo conceptos de
nuestra disciplina para explicar asuntos que están afuera del ámbito clínico,
lejos de la relación transferencia contratransferencia que caracteriza el
vínculo terapéutico entre el psicoanalista y el paciente. Y con estas pálidas
letras defiendo la idea de que me considero un optimista moderado de las
posibilidades humanas de alcanzar la paz en el mundo en general, y en
particular en Colombia.
Para ello seguí el consejo de León Tolstoi: “describe tu aldea, y describirás el mundo”. Le di un
enfoque inductivo. Partí de lo particular con algunas anotaciones sobre el caso
de Juan, por supuesto, protegiendo su identidad. Este material sirve aquí de
modelo para pensar sobre la relación transferencia contratransferencia, para
ilustrar el proceso psicoanalítico, pero también para aproximarse a la psicodinamia
de la violencia, a la agresividad ex ovo,
en el individuo, con algunas consideraciones sobre el trastorno de personalidad
antisocial y la neurociencia de la delincuencia. Luego pasé al psicoanálisis de
grupo. El tratamiento simultáneo de varias personas,
explorando las fuerzas inconscientes que rigen la colectividad, mientras el
líder es el terapeuta, esto con el objetivo de dibujar la mecánica inconsciente
de la comunidad desde el ángulo del psicoanálisis actual, conocido también como
postkleiniano o intersubjetivo. En el analista se proyectan fantasías
infantiles omnipotentes y primitivas que se inoculan mediante la
identificación, y movilizan a todos, porque el hombre es emocional, y necesita
comunicar sus afectos. Como en el psicoanálisis individual, los pensamientos
existen en el inconsciente, y requieren una mente para pensarlos, así que la
meta es descubrirlos y seguir sus transformaciones.
La colectividad ofrece un ambiente para
gratificarse y complementarse, enseña a partir de la
experiencia. Define al
individuo. Le da punto de referencia, testigos de la existencia que dan sentido
de identidad, de continuidad existencial, arraigo. La relación con los demás
ofrece una posición relativa por lo que se es, y lo que no se es. Así como hay
psicoanalistas y pacientes, hay políticos, académicos y civiles, pero también
hay soldados, policías y terroristas, víctimas y victimario. Desde el
nacimiento empieza la tensión dialéctica entre lo individual y lo colectivo,
vicisitudes que bruñen el carácter. Y
tenga en cuenta que el mínimo grupo es 3 personas -como en el caso de la
familia, padre, madre, hijo-, pues da lugar a dinámicas inconscientes de donde
surgen cambios cualitativos en las relaciones, mientras que en pareja predomina
la psicología individual. Así que el grupo no somete al individuo, por el contrario, le da objeto de
identificación. Las personas se vinculan según sus necesidades
inconscientes, no al azar.
Por último, hice algunas exploraciones
sobre la actualidad del proceso de paz a octubre de 2013 desde el punto de
vista del país urbano, del país político y de la otra Colombia, a donde está la
mayoría de las víctimas del conflicto. Un homenaje a los afectados en la
primera quincena del mes pasado, una proporción bajísima de los que han sido
tocados por este conflicto de más de 50 años con las Farc, la guerrilla más
vieja del mundo. Se trata de un gesto simbólico para esas personas.
***
Juan llegó a mi consultorio con veinte
minutos de retraso como cosa rara. Venía risueño. La noche anterior recibió de
regalo un equipo de sonido que hizo sonar a todo volumen con su música metálica
predilecta. Su mamá se enfureció, gritó, lo insultó y apagó el aparato
arrancando de un zarpazo el cable de la conexión eléctrica de la pared. La
consideraba una mujer temperamental y explosiva que justificaba su agresividad
con la preocupación y las dificultades que tenía que sortear al ser una madre
sola educándolo a él. Se separaron poco después de su nacimiento, y el papá se casó
de nuevo formando otro hogar afuera de Bogotá. Con el tiempo, la madre tuvo
dificultades económicas y lo mandó a vivir a la casa de la abuela y de una tía.
Ellas le pegaban. Eran represivas y dictatoriales. También vivió, por esa época,
temporadas con su tío homosexual y muy malhumorado.
Cuando llegó a la adolescencia empezó a
buscar al padre, pero no lo encontró, Juan intuyó que no quería vivir con él
junto a su nueva familia. Al muchacho le habría gustado muchísimo que vivieran
juntos. Pero los años pasaron, y ya no tenía interés en eso. Aseguraba que ya
era tarde. Además, a través del teléfono, con insultos y reclamos, el padre interpretaba
sus dificultades académicas y personales como pura pereza y negligencia de él y
de su madre. Por último, antes de dar por terminada su exposición, sentenciaba
que Juan nunca llegaría a ninguna parte, lo que le hacía falta era disciplina y
pasar trabajos que le formaran el carácter.
Había dejó el colegio unos años antes sin graduarse.
Tampoco trabajaba. Así que pasaba la mayor parte del tiempo entre la casa. A
decir verdad, no sabía qué quería hacer con su vida. Así que sus días
transcurrían todos iguales. Era un internauta dedicado. Cuidaba de su perro, un
pitbull demasiado activo como para vivir recluido en la casa de la familia, y
lo reprendía violentamente cuando se manejaba mal. Después de almuerzo
regresaba su sobrino del colegio. Con él tenía una relación muy cariñosa. Se
sentía con la obligación moral de proteger al niño, y de acompañarlo, pues no
quería que tuviera el mismo destino de abandono que él había padecido, ya que
su hermana también era una madre sola. Por lo demás, no le gustaba salir a la
calle. ¿¡S¡ salía quién cuidaría del perro y de su sobrino!? Una postura tan
firme que por esa misma razón no iba al
colegio ni a trabajar, ni a ninguna otra parte, para él, salir de la casa era
abandonar a sus 2 seres más queridos en el mundo, el perro y el niño. No confiaba
en nadie. Su único amigo era un primo suyo con el que hacían cosas que le
parecían divertidísimas, incendiaron un avispero en alguna oportunidad, por
ejemplo, y en otra ocasión trabajaron demoliendo una casa. Destruirla le causó un
deleite indescriptible.
Tenía 19 años. La piel muy blanca con algo
de acné, nada excesivo, los ojos claros y el pelo castaño cortado bien bajito.
Al reclinarse en el diván esa mañana, observé que venía vestido con una
chaqueta militar azul, un bluyín gris desteñido sin dobladillo, lo que sobraba
del pantalón estaba doblado hacia arriba. No pude saber si era una prenda nueva
o vieja. Traía unas botas brillantes negras inspiradas en las de dotación de
los soldados, con los cordones trenzados en escalera. Pero lo que llamó mi
atención de su manera de vestir fue que a la sesión pasada había venido
acompañado de su primo quien traía puesta esa misma chaqueta. Al señalárselo me
dijo que era suya, se la había prestado, pero ya se la había devuelto.
Y quedó rondando entre mi cabeza que hasta
ese momento no había notado su apariencia soldadesca. Esta era la
transferencia, el pedido inconsciente de Juan. Se psicoanalizaba conmigo desde
hacía 1 mes, y solo ahora llevaba al consultorio su fascinación neonazi y su
afecto por el movimiento skin head. Me
explicó el significado de su pinta. Me informó que esta manera de vestir era,
por así decirlo, el uniforme de los skin
heads. Así se reconocían cuando caminaban por la calle, y eso de por sí ya
producía un sentimiento de hermandad, así no cruzaran palabra. También me enseñó
que los primeros skin heads
aparecieron en Inglaterra. Obreros que protestaban contra el establecimiento, y
se reconocían porque vestían de esa manera, además se caracterizaban por ser
beligerantes, nacionalistas y rendirle culto a Adolfo Hitler. Para Juan era importante
que quedara claro que para ser un skin
head había necesidad de estudiar, de informarse y de tener una convicción a
toda prueba. También profesaba ideas revisionistas: el Holocausto Nazi,
insistía, había sino una exageración de los medios de comunicación, le parecía
razonable que Hitler fuera una víctima de la mala prensa. Además se consideraba
homofóbico, no le gustaban los extranjeros, ni las cosas nuevas, era violento,
así que era un neonazi de corazón. Con frecuencia había tropel, es decir, peleas entre los skin heads y otros grupos de muchachos, verbigracia, los
capitalistas, reconocidos por su predilección por la ropa de marca, o contra
los socialistas, que creían que todos los seres humanos eran iguales. Sin
embargo, Juan no solía participar en esas reyertas, prefería observar los
combates desde la distancia. Casi no salía de la casa. Estaba en contacto con
los skin heads a través de la
Internet.
El motivo de consulta de Juan fue que unos
días antes de la entrevista inicial tuvo una pelea con su madre. Al calor del
momento la agarró por el cuello y la aprisionó contra el muro. Ella se liberó
pegándole en la cabeza con una taza. Este no fue un incidente aislado. El
muchacho estaba desilusionado de la vida. Pero lo consolaba su amiga de pelo
azul a quien no conocía en persona, solo a través de su perfil en Facebook. La
niña vivía afuera de Bogotá, de modo que él consideraba una imposibilidad
llegar encontrarla afuera de la realidad virtual. Se cruzaron por primera vez
en las páginas web de los grupos neonazis que frecuentaban. Ella le producía
una tranquilidad inquietante, así el contacto fuero solo cibernético, le
parecía como mágica la relación con ella, le gustaba mucho su compañía virtual.
Hasta le perdonaba sus incoherencias filosóficas: aun cuando ella también era
afín al movimiento neonazi, no tenía ningún conflicto en tomar cerveza
extranjera, por ejemplo.
Me sentía paternal, esta era la
contratransferencia, mi respuesta inconsciente frente a Juan. Mi comprensión de
su mentalidad era que estaba al borde del precipicio. Se movía entre el
Caribdis de ser una buena persona, y el Escila de volverse un delincuente. Me
sentía responsable, me preocupaba, me conmovía, me enternecía. Además me
inquietaban dos elementos: en primer lugar, tenía una cierta lejanía emocional
que me hacía sentir que en cualquier momento se iría, y no volvería al
consultorio, acabaría con el proceso psicoanalítico porque nada cambiaba, se
aburría, me sentía presionado para ayudarle rápidamente; y, en segundo lugar,
Juan se presentaba con argumentos tautológicos, superficiales, planteamientos
circulares que no conducían a ninguna parte, pero que me hacían pensar que se
sentía perseguido en las sesiones, tenía una cualidad indiferente,
inalcanzable, parecía incapaz de sorprenderse. Todo esto sucedía entre mi
cabeza, pero no se lo informaba, le expresaba mis ocurrencias a través de
interpretaciones que le ayudaran a comprender su terror a la libertad, el dolor
de encarar los duelos no resueltos frente a su realidad que en nada se parecía
a lo que había imaginado y a reparar los objetos sagrados y degradados que para
él representaba sus seres queridos, pero sobre todo, él mismo. En las sesiones
empezaba a perdonarse, sí, pero también había una fuerza que lo llevaba hacia
la enfermedad, una cierta nostalgia por lo inanimado.
En todo caso, los síntomas mentales siempre
son una transacción entre el inconsciente y las circunstancias, es el mejor
equilibrio psicológico que se ha logrado dado el contexto personal. Lo
angustiaba mejorarse para construir un nuevo mundo, estudiando, trabajando,
creando una vida propia, alejándose de su madre. Como sucede con tanta
frecuencia, cuando crecen en el infierno creen que son el diablo. La
agresividad que lo dominaba era expresión de rabia y angustia, de sus
conflictos inconscientes, pero también el muchacho vivió en un entorno
violento, de abandono y rechazo. Sin embargo, aun cuando agresivo e impulsivo, Juan
tenía un freno moral que no lo dejaba salir a la calle a ejercer la violencia abiertamente
con alguien diferente de su madre y el perro. Como si afuera de la casa
corriera el riesgo de perder el control por completo y caer al vacío, matando a
alguien verdaderamente.
Juan estaba vinculado a los skin heads porque se identificaba con
ellos sin conocerlos de cerca, solo estaba familiarizado con la teoría, pero,
de igual modo, pudo escoger cualquier otro grupo violento, como las Farc, por
ejemplo. Y esta barrera que él mismo se imponía me daba la idea, como hipótesis
de trabajo, que en la medida en que elaborara sus dificultades inconscientes,
la violencia se expresaría de maneras más civilizadas supeditándola a los
aspectos constructivos de su personalidad. Verbigracia, al escoger un oficio en
el que sus tendencias destructivas fueran útiles, como en ciertas
especialidades del ejército o la policía, por ejemplo. Se busca con el
tratamiento psicoanalítico que la persona encuentre, por sus propios medios,
con la ayuda del analista, un camino más equilibrado y fértil. Que no persevere
por en el aislamiento y la esterilidad y la destrucción, que su universo
inconsciente no sea tan inhóspito y persecutorio, para que pueda llegar a ser
lo mejor que pueda ser. Pues parte del proceso de madurez psicológica es
aprender a expresar y a canalizar la agresividad de una manera socialmente
aceptada.
Y para los partidarios del enfoque
psiquiátrico de la mente, la preocupación es que los rasgos violentos de Juan
dominen su personalidad, generando un trastorno antisocial -que también se ha
llamado psicopatía, sociopatía y trastorno dissocial,
según el sistema de clasificación de los DSM IV (American Psychiatric
Association 1994), diagnóstico que se mantiene en el DSM V, lanzado este año-. Estos
criterios son: desconocimiento de los derechos de los demás de manera
persistente desde los 15 años de edad al menos, con agresividad hacia personas
y animales, destrucción de la propiedad privada, acoso, robo y otras
actividades ilegales; se trata de una persona que no acata las normas sociales
actuando de maneras que lo llevan a la cárcel; miente y manipula, usa
pseudónimos y engaños para obtener placer y lucro; es impulsivo, no mide las
consecuencias, ni planea, cambia con frecuencia de trabajo, domicilio y pareja,
es irritable y peleador, golpea a sus parejas y a sus hijos; es descuidado con
la seguridad personal y la de los demás, es irresponsable, incapaz de mantener
la rutina laboral y de cumplir con los compromisos financieros; no siente
culpa, es indiferente ante el sufrimiento de los demás y racionaliza cuando
lesiona, maltrata o roba. Por lo general se quejan de aburrimiento y tristeza y
ansiedad. No suelen ser empáticos, tienden a ser agrios, cínicos y desdeñan los
sentimientos de los demás, son pretenciosos, arrogantes y volubles, envuelven a
los demás con su discurso superficial. Son promiscuos hasta el punto de jamás
tener una relación de pareja exclusiva. Tienden a empobrecerse, a ser
desempleados y a pasar tiempo en la cárcel, además es probable que mueran en
circunstancias violentas y prematuras. Para hacer este diagnóstico, la persona
debe tener por lo menos 18 años, y no siempre se asocia con esquizofrenia ni
con manía, también puede ser drogadicto, somatizador y tahúr. El trastorno de
personalidad antisocial se asocia con maltrato infantil, con abandono, con
padres inconsistentes, contradictorios y ausentes. En la población general se
presenta en el 3% de los hombres, y en mujeres, en el 1%. Esta discrepancia se
debe a que con frecuencia el diagnóstico pasa desapercibido en ellas porque los
criterios están muy relacionados con la violencia física. En ambientes que
seleccionan a estas personas, como hospitales psiquiátricos y cárceles, se
estima que su incidencia hasta el 30%. Y, tal vez, organizaciones terroristas
como las Farc también sean atractivas para personalidades antisociales, esta
podría ser la pregunta de investigación de un trabajo muy interesante. Por otro
lado, no todos los crímenes se cometen por personas con este trastorno. En todo
caso, es un padecimiento crónico, aun cuando tiende a ser menos evidente
después de los 40, pues disminuyen la criminalidad, los conflictos con los
demás y el consumo de estupefacientes. Por otra parte, suele ser común entre
los hijos, adoptados y biológicos, de personas con trastorno antisocial, y es
todavía más frecuente si se acompaña de somatización y drogadicción. Pero, por
otro lado, cuando los hijos de antisociales son adoptados en hogares no antisociales,
el riesgo disminuye sustancialmente. Así que para este trastorno el ambiente es
un factor más importante que el genético. Hay esperanzas para las generaciones
venideras, y en el caso de Juan a lo sumo podríamos decir que cumple con
algunos criterios diagnósticos de este trastorno.
La neurociencia de la delincuencia es otra
perspectiva de este asunto. Jonathan H Pincus (2001), entre muchos otros, es un
neurólogo norteamericano que se dedicó a estudiar 150 asesinos en masa. Cabe
anotar que ‘asesino en masa’ es quien mata a más de una persona sin
motivaciones personales para hacerlo, sencillamente, lo hace, se trata de una
categoría amplia que también abarca a los sicarios. Se estima que más de la
mitad de los asesinos en serie tienen diagnósticos como esquizofrenia paranoide
y es común encontrar en ellos una historia familiar de violencia, persecución y
abandono, junto con anormalidades anatómicas del cerebro. Pero mucha gente tiene trastornos mentales
severos, historias familiares tremendas y anormalidades cerebrales sin que sean
agresivos; entonces Pincus propuso que era la confluencia de estos 3 elementos
lo que causaba la mente del asesino en masa. En todo caso, no podemos decir que
Juan cuadre con el perfil del asesino en masa según Pincus.
Por otro lado, más recientemente, Kent A
Kiehl (Haederle M 2013) ha venido perfeccionado una investigación utilizando la
tecnología novedosísima de la resonancia nuclear magnética funcional del
cerebro. Se la aplicó a 3,000 presos en cárceles en Nuevo Méjico y Wisconsin. Encontró,
consistentemente, una disminución en la actividad metabólica de la corteza del
cíngulo anterior, junto con otras anormalidades en la anatomía y el
funcionamiento cerebrales, verbigracia, menos sustancia gris en el sistema
perilímbico, un área asociada a la regulación de las emociones. Este hallazgo
podría explicar la indiferencia, la tendencia a mentir, la falta de empatía y la
impulsividad del antisocial. Así que desde la neurociencia de la criminalidad,
el desdén del psicópata por los derechos de los demás obedece a una habilidad
que falta de la misma manera en que la dislexia interfiere con la lectura al
invertir las percepciones del lector. Así que, aun cuando tradicionalmente se
ha considerado la psicopatía un trastorno de mal pronóstico, este enfoque abre
la posibilidad de desarrollar terapéuticas nuevas aprovechando la
neuroplasticidad, la capacidad del cerebro de modificarse continuamente frente
a estímulos novedosos, como ya dijimos. Por último, este investigador, como
otros, pretende utilizar estos datos para hacer una estimación del riesgo del reo
de reincidir en el crimen. Así que la naciente neurociencia de la delincuencia
plantea la potencialidad de predecir el crimen, de anticipar la probabilidad de
que un violador reincida, por ejemplo.
Para muchos esta aspiración es temeraria. No
puede afirmarse con certeza quién cometerá un delito, y quién no, pues no hay
una conexión firme y constante entre las imágenes cerebrales y el contenido de
la mente de una persona en un momento particular. Lo que estos trabajos
muestran es solo un hallazgo probabilístico, además las imágenes anatómicas y
funcionales del cerebro no dan a conocer la personalidad.
En todo caso, se trata de reflexiones
interesantes con implicaciones éticas y jurídicas (Satel, Lilienfeld 2013). Porque
si la criminalidad pasa a ser una enfermedad cerebral que afecta el buen
juicio, los delincuentes dejarían de ser responsables de sus actos, es un
problema de su cerebro. No es baladí. Este argumento ya se ha utilizado en
varias ocasiones en los estrados judiciales norteamericanos afectando
desenlaces, y hasta aliviando condenas. Se abre entonces un debate candente que
afecta las decisiones judiciales, si el condenado va a la cárcel o al hospital
psiquiátrico o se libera, por ejemplo. En todo caso, dilemas que llevan al
milenario problema del libre albedrío y el determinismo: si la persona es
autónoma, entonces decide libremente, es responsable de las consecuencias de
sus acciones; pero sí, por el contrario, se considera que toda iniciativa es
una reacción, que todo está determinado por una cadena sinfín de eventos ajenos
a la persona, la gente no es responsable de nada porque las cosas suceden a
causa de algo más.
Temas fascinantes por fuera de los confines
de este ensayo de psicoanálisis aplicado sobre sociedad y el proceso de paz en
Colombia. Lo cual nos trae de regreso a la colectividad, y a la tensión
constante entre lo constructivo, lo destructivo y el aprendizaje a partir de la
experiencia.
***
La humanidad es un conjunto de individuos (Barrios
2013). Si bien la libertad no es un regalo de la civilización, la cultura, de
por sí, no es nociva para la salud mental. Por el contrario, es objeto de
identificaciones. Regula las relaciones humanas, incluso la sexualidad y la
agresividad. Siempre hay deseos de amar y ser amado, de expresar la agresión
sin retaliación, así como de comprender y ser comprendido, motivaciones que
permean las relaciones con los demás, con los objetos, las ideas y los
sentimientos (Freud 1923; Klein 1957; Bion 1963;
Britton R 1999; Solms, Turnbull 2002). El grupo aporta tanto en el
sentido constructivo, como en el destructivo. El hombre no existe solo. La colectividad
no desdibuja la identidad, por el contrario hace parte de quien se es.
Integrarse a la comunidad, identificarse, es una elección inconsciente pues las
personas se vinculan según sus vicisitudes psíquicas, así se determina el papel
que desempeñan, sea líder o seguidor, integrador o rebelde. La conducta grupal
es regresiva –y tenga en cuenta que el adjetivo ‘regresivo’ en el argot
psicoanalítico se refiere a una forma del recuerdo que evoca sentimientos y
funcionamientos inconscientes infantiles, no alude a la hipnosis, ni a la búsqueda
de las vidas pasadas, para los que creen en la reencarnación-, así que la comunidad
no enajena, más bien abre el espacio para expresar los aspectos más primitivos
de la personalidad.
Y en el caso que traíamos de Juan, al vincularse a
los skin heads se rebelaba como
adolescente, pero también era una manera de expresar su sentimiento de soledad,
de acompañarse en medio de su sensación continua de ser un extraño a quien ni
siquiera su madre comprendía ni toleraba. Su deficiencia era el rechazo del
padre, ambivalente, lo quería pero también lo odiaba, después de todo, lo había
abandonado. El grupo neonazi que escogió le era afín: le ofrecía la sensación
oceánica de pertenecer a un grupo poderoso, temible, omnisapiente, omnipotente,
una colectividad en la que Adolfo Hitler, un padre maligno idealizado, lo
protegía, aun cuando también le parecía que era un incomprendido tratado
injustamente, como él mismo. La perspectiva melancólica, paranoide y envidiosa
del mundo, hacía que Juan viera todo macabro, inhóspito, así que esta
agrupación le ofrecía la oportunidad de realizar la angustia y el dolor ante la
futilidad de la existencia, repudiaba todo lo que fuera diferente, ajeno. Por
fin encontraba un lugar en el mundo a
donde depositar homofobia, intolerancia, xenofobia, sectarismo, una colectividad despiadada
que lo protegía, intimidando a los demás.
En los grupos hay miembros de todo tipo, depende de
la personalidad de cada cual (Billow 2003). Las colectividades no son comunidades apacibles, ni siquiera cuando
son terapéuticos. La gente siempre tiene deseos y necesidades y metas. De modo
que así como hay agrupaciones productivas, equipos de trabajo cohesionados y
dinámicos, también existen las que son conflictivas y destructivas. Funcionan
con identificaciones y fantasías poderosas, supuestos básicos, sobre la
integridad y la supervivencia del grupo según la situación, la función y la
historia de la colectividad. En primer lugar, hay supuestos básicos de fuga y
de lucha. Un sentimiento dirigido a un enemigo histórico, por ejemplo, o a un
subgrupo con un punto de vista considerado peligroso o desleal, incluso podría
ser un líder opresivo o, por el contrario, débil. En todo caso, estas ideas
persecutorias surgen alrededor de amenazas al límite de la comunidad con
preocupación por mantener la frontera intacta, la pureza y la invulnerabilidad
del grupo. Por ejemplo, esta es una función de la junta directiva de los clubes
sociales. Pero también existen fantasías de que la comunidad podría llegar a
perder el amor del líder o, peor aún, la razón, debido a un de dependencia irreal
y exagerada en el caudillo. Sin su guía, se especula, surgirían ansiedades de
castración e impotencia, de ser inadecuados y de exponerse a fuerzas caóticas. Una
lógica que también puede incluir la sumisión a una divinidad o a una ideología.
Este es el caso de lo que sucede en los partidos políticos. Por otro lado, hay
fantasías de apareamiento. Ideas envidiosas y voyeristas con amenazas a la
estabilidad de la comunidad, como sucede con tanta frecuencia entre las
agrupaciones fundamentalistas que giran alrededor de alianzas con preocupación
erótica, buscando neutralizarla, hacerla
aparecer irreal. Hasta podrían emerger fantasías sobre el nacimiento de un
redentor en el seno del grupo con un nexo especial con el líder, un dios. Los
integrantes se entusiasman al exhibir poder sexualizado. Por último, en las
regresiones de grupos desestructurados hay fantasías de fusión serena con
defensas contra una agresión intensa, usualmente con envidia y tendencia hacia
el pensamiento grupal. Como en el caso de las barras bravas. En suma, hay que
decir, los grupos incorporan diferentes aspectos de estas fantasías.
Verbigracia, los ultrapatrióticos pueden perderse de manera irreflexiva en la
idealización del país y de su líder cediéndole el poder sin cuestionarlo, y
luchando con fiereza contra fuerzas enemigas.
Por otro lado, protestar no es rebelarse. Muchos
pasan la vida entera quejándose sin abandonar el grupo, incluso desobedecen,
son refractarios y difíciles, pero en realidad no son rebeldes porque no
desafían la estructura de la colectividad, ni su funcionamiento, tampoco
cuestionan sus valores, ni sus premisas. A la docilidad le falta creatividad.
El conformismo es un síntoma que suele acompañarse de rigidez, sexismo,
moralismo y agresividad. En el grupo siempre hay desacuerdo, búsqueda de poder,
rivalidad, tráfico de influencias, así sea pequeño. No hay poder pequeño. Estas
vicisitudes determinan el crecimiento, la evolución y la estructura de la
comunidad, sea reaccionaria o revolucionaria.
Y en el caso del psicoanálisis de grupo, es
terapéutica la experiencia de interpretar la respuesta cuando una facción se
revela. Es fértil el trabajo sobre cómo reacciona el grupo ante el conflicto, y
cómo lo resuelve. Se requiere libertad de pensamiento y de expresión para que
haya progreso y desarrollo, la rebelión implica autenticidad. A menudo se trata
de una estrategia de una minoría, un último recurso. Un juicio que depende de
la receptividad de los demás y de la influencia del rebelde, pues se sienten
sometidos por los principios de la comunidad. Además están seguros de que sus
premisas son irreconciliables, moralmente absolutas, y no están abiertas a
discusión, ni a negociación, mucho menos aceptarían descartarlas. Su protesta es
legítima. No hay otro camino, pues siempre hay tensión entre la sumisión
adaptativa y la identidad individual, así que la estabilidad del grupo depende
de los valores de la comunidad y del líder. La rebelión intenta movilizar en
otras direcciones, es una estrategia de acción social para modificar la
situación actual. Es inevitable. Y no siempre se resuelve el desencuentro, a
veces la rebelión tiene éxito rompiendo el grupo. Esto no es negativo, abre la
puerta a la discusión y al cambio.
Existen varias maneras de rebelarse. Primero, el
desafío, la presión contra el proceso y el contenido del grupo terapéutico, un
signo favorable de confianza y seguridad que comunica progreso, una señal de
necesidad de atención y de diálogo, que puede ser amigable u hostil, abierta o
sutil. En segundo lugar, hay una tendencia a la secesión y a exiliar al
rebelde. Fragmentar el grupo es una necesidad inconsciente que al lograrla los
hace sentir culpables. Es el resultado de una ruptura en la comunicación, una
solución frecuente aun cuando extrema. Pero también puede ser un signo de
madurez del grupo terapéutico, pues el individuo ya no comparte los ideales de
la colectividad, y la comunidad hace el duelo aceptando que se va, y que llegará
alguien más. En tercer lugar existe la anarquía. Todo el mundo se resiste a
pensar sobre lo doloroso, para eso sirven los mecanismos de defensa, y los
conflictos se proyectan en lugar de reflexionarlos y aceptarlos, entonces se
crean, también inconscientemente, confusiones, malos entendidos, desordenes,
todo con tal de no pensar. Entonces el anarquista condena, repudia y desafía al
grupo terapéutico, y hasta puede llegar a destruirlo. En cuarto lugar, la
revolución. En este caso la facción rebelde domina al grupo terapéutico
iniciando una nueva era para la colectividad. Las rebeliones no siempre son
crudas, inmediatas ni evidentes, tampoco surgen de un solo evento, ni son
dramáticas. De todos modos, esta posibilidad origina defensas paranoides aun
cuando no siempre implica destrucción. De las revoluciones también aparecen
elementos constructivos.
Pero el psicoanalista también se rebela. Es quien
genera la sensación de cohesión, continuidad y regularidad, pero también es el
instrumento del cambio. De modo que su función es asumir todos los papeles de
la rebelión: desafía, instiga, es anarquista, exilia y es revolucionario, según
sea el momento del proceso. Lo constructivo es que el grupo florezca o se
desintegre, nunca que se indiferencie. Poner las cosas en palabras es el mayor
acto de rebelión, pues conmueve al grupo con interpretaciones que lo sacan del
sentimiento grupal regresivo. Intervenciones que impulsan a la madurez.
Sin embargo, el psicoanalista no es un oráculo. El
psicoanálisis de grupo es un diálogo honesto y humilde con la colectividad, una
manifestación de empatía. Muchos psicoanalistas han estudiado la dinámica
del grupo con fines terapéuticos: a veces su eficacia depende del efecto
catártico de la confesión pública, sí, pero, sobre todo, de la experiencia de
descubrir factores inconscientes que condicionan un buen espíritu de grupo. En
estas sesiones el problema es colectivo, emerge de la relación con el grupo y
el psicoanalista. Se abren espacios para discutir las implicaciones de los
conflictos emocionales: el paciente siempre está centrado en sí mismo, y se
resistente a la cooperación, pero, por otro lado, casi nunca está en un
ambiente en el que todos están en igualdad de condiciones; además no quiere
tratarse, y cuando la desesperación lo lleva a hacerlo, tampoco está del todo
convencido de querer hacerlo.
La conjetura de la etología es que existe una base
biológica para el comportamiento gregario. Formar comunidades bajo la égida y
la tutela de un líder elegido por su fuerza, habilidad y desempeño sexual es lo
habitual entre los mamíferos. El hombre cuenta con el lenguaje y la metáfora,
con la tecnología y la posibilidad de elucubrar sobre el pasado y el futuro,
con la cultura que interpreta la comunidad y el ambiente. Además la posibilidad
de simbolizar y la relación consciente inconsciente aportan el aspecto inefable
de las experiencias de dominación y sumisión, de atracción y repudio, en el
contexto de la necesidad de un líder, fuerte y empático. Sin él una sensación
de caos inminente se adueña del grupo desorganizándolo. La vida comunitaria
parte de reacciones emocionales basadas en experiencias infantiles favorables y
desfavorables. De modo que la relación entre el líder y el grupo es compleja: implica
alianzas, requiere confianza en que la colectividad perdurará, en especial, la
disponibilidad de los recursos, además regula el ambiente social para que siga
estable en caso de un relevo en el mando. El grupo no se aísla del líder, por
el contrario, juntos conforman una unidad indivisible. A la vez que el líder es
capaz de ver el grupo desde la distancia, en una suerte de identificación
parcial, una integración peculiar del narcisismo y el colectivismo, logra darle
otros matices e implicaciones a la vida social. Está dotado de rasgos de
personalidad que le permiten mantener el contacto con la realidad a la vez que
conserva un cierto potencial paranoide que lo hace reconocer amenazas. Además
su narcisismo le alimenta la idea de que en efecto está capacitado para
liderar, sabe algo que los demás no.
El líder efectivo tolera las regresiones
colectivas. Maneja la agresión y la competencia desde el interior del grupo
reorientándolas hacia la exploración colectiva de estas emociones y conductas.
Su carisma se apoya en la capacidad visionaria y de motivación. Si tiene un
estilo tiránico o, por el contrario, uno democrático, también cuenta: el
autoritarismo es deseable si se requieren resultados rápidos, pero si lo
primordial es la estabilidad del grupo, son preferibles lo estilos participativos
y democráticos. Los valores y las motivaciones del grupo también importan para
establecer la conexión entre el líder y la cultura y el desempeño colectivo. Pero
también su capacidad para manejar situaciones complejas. Se trata de talentos y
competencias, estilos del líder ejecutivo y exitoso que explican cómo algunos
son capaces de lograr el apoyo colectivo más allá de su habilidad de
estructurar tareas, resolver conflictos, tener consideración y capacidad para inspirar
respuestas afectivas. Un factor X al que se atribuye que el líder es capaz de canalizar
la regresión destructiva de la colectividad transformándola en una experiencia
que fortalece. Hay líderes que personifican la sed de espiritualidad, por
ejemplo, pero también los hay que se hacen cargo de ideas vindicativas,
racistas, imperialistas y mesiánicas. Hay fantasías inconscientes en el grupo
que determinan el estilo del liderazgo, que son mucho más complejas que la
personalidad del líder y sus resultados. En todo caso, la persona expresa sus aspectos
neuróticos, psicóticos y psicopáticos en la colectividad, como Juan. La gente se
vincula al grupo con su mentalidad, el grupo no la causa, lo acoge abriendo un
espacio para que la gratifique, lo constructivo y la agresión afloran
independientemente de las condiciones socioeconómicas, académicas y culturales.
La vida en el seno del grupo nunca es apacible, siempre hay algún iconoclasta,
la tensión entre el individuo y la colectividad es continua.
La función de la comunidad de trabajo es clara. Su
estructura y liderazgo, adecuadas para evitar que se desarticule. La
identificación es el vehículo de la fantasía regresiva dominante en el grupo, lo
moviliza, al igual que a su líder. Que solo puede guiar cuando tiene libertad
de articular esos contenidos inconscientes de manera implícita o explícita, y dirige
al grupo ya sea de manera constructiva o explotarlo. El líder lleva a la
cooperación expresando las ideas y fantasías del grupo, pero también puede
manipularlas para beneficio propio y de su círculo íntimo. El uso que hace el
líder de las fantasías dominantes en el grupo puede darse a nivel inconsciente,
intuitivo, pero también puede ser consciente, premeditado.
El grupo tiene un objetivo común, sea la patria,
revelarse en contra del establecimiento, encontrar a dios, derrotar al enemigo
en el campo de batalla o al adversario en el campo de juego, y en el caso de
los grupos terapéuticos, la meta es tratar la neurosis. Objetivos que se
alcanzan con la guía del líder. En todo caso, se trata de una persona que por su
experiencia conoce sus limitaciones, respeta la integridad del grupo, no busca
simpatías, ni hostilidades, ocupa una posición de responsabilidad en momentos
de decisiones definitivas; es alguien que ostenta autoridad cuando los demás no
saben qué hacer, es digno de su investidura, vive en estrecha relación con sus
camaradas; y en el caso del grupo terapéutico sabe que su tarea consiste en
producir gente que se respeta a sí misma, personas adaptadas a la comunidad
asumiendo sus responsabilidades, libres de sentimientos de culpa que
entorpezcan su eficacia. Las amenazas para el grupo de trabajo son
variadísimas. El gran enemigo es la incapacidad para funcionar de manera fértil.
La fuerza que se opone al rendimiento, a lo constructivo, al progreso, un
problema colectivo que debe trabajarse para superar las resistencias, y ocuparse
de ello es el objetivo terapéutico del psicoanálisis de grupo. Del mismo modo
en que para el psicoanálisis individual es imprescindible un límite que
desarrolle la capacidad para pensar y reflexionar, y así como el niño construye
su percepción del mundo a partir de la experiencia de proyectar ansiedades en
la madre, quien las contiene y se las devuelve atenuadas como ideas, en el
grupo terapéutico también se hace consciente la diferencia entre el sujeto y
los demás, se desarrolla la capacidad para afrontar adversidades para tolerar
la vida. La agresividad, las relaciones con los demás y la impotencia para
actuar, pasan de la teoría a la práctica. En la medida en que la persona va en
uno o en otro sentido dentro del campo de observación del grupo terapéutico hay
cambios al elaborar conflictos inconscientes. Al hablar de las cosas que
emergen, de su marco de referencia, consideraran las actividades como si fueran
observadores externos promoviendo los descubrimientos de los contenidos
inconscientes al interior del grupo terapéutico. Juzgan la sinceridad de la
motivación de la colectividad. Unos colaboran, otros no. Y surgen elementos
terapéuticos al trabajar juntos. Nace el pensamiento de la discusión. Se
enfrentan varios tópicos: cómo la gente va y viene del grupo, cómo se adaptan y
cómo se despiden; cómo afectan las diferencias afuera del grupo, cómo las
asimetrías generan inconformidades y agrados. Se requiere que el psicoanalista
sea intuitivo, las dificultades giran alrededor de anteponer el bien colectivo
al individual, así el paciente puede ser libre y espontáneo según sus
conflictos.
En suma, el buen espíritu de grupo es tan difícil
de definir, como la noción de salud mental. Es un propósito común. Pero también
es reconocer los límites de la colectividad, su posición y función. Además
tiene la capacidad de recibir y de despedir miembros sin temor a desintegrarse,
es flexible, y cuando hay subgrupos no tienen fronteras rígidas. No es
excluyente. Tampoco está centrado en un individuo ya que el valor de cada uno
se reconoce como colectivo. Aprecia al individuo y su contribución, todos
tienen libertad. Cualquiera es capaz de discrepar y de resolverlo sin amenazar
al grupo. Y esta es la meta del grupo terapéutico, y, en general, de los grupos
de trabajo eficaces, como empresas, ciudades y, por qué no, países.
***
Todo el mundo sabe que las encuestas no
describen la realidad con exactitud, pero sí ofrecen una descripción
interesante de lo que sucede, por así decirlo, se aproximan a la fantasía
dominante de los colombianos. Según la “Encuesta Gallup: Proceso de Paz” (2013)
-que se aplicó a 1,200 personas con un intervalo de confianza del 3%-, la
mayoría de los entrevistados creen que las Fuerzas Armadas de Colombia podrían
derrotar militarmente a la guerrilla, que insistir en los diálogos de paz hasta
lograr un acuerdo es la mejor opción para solucionar el problema de la
guerrilla, ven con buenos ojos que el gobierno haya iniciado negociaciones con
las Farc y serían partidarios de iniciar negociaciones semejantes con el ELN.
Pero también la mayoría no cree que en esta oportunidad se llegue a un acuerdo
que ponga fin al conflicto armado con las Farc, no están de acuerdo con que los
miembros de esa guerrilla, una vez hayan dejado las armas, puedan participar en
política sin tener que pagar cárcel, ni piensan que una vez firmado el acuerdo
con ellos dejará de existir la violencia de origen ideológico en nuestro país;
tampoco confían en que se distribuirá mejor la riqueza en el campo, que las
Farc ayudará a combatir el narcotráfico, ni harán grandes esfuerzos para
reparar a las víctimas. Por último, solo una minoría cree que la guerrilla
colombiana podría llegar algún día a tomarse el poder por la fuerza. Así que,
podemos concluir, los entrevistados en esta oportunidad son predominantemente
optimistas moderados con el proceso de paz en La Habana. Una posición
razonable, a mi manera de ver las cosas.
La carátula de la revista Semana del 21 de
octubre de 2013 estaba decorada con una paloma blanca, símbolo tradicional de
la paz en Colombia, en esta ocasión estaba medio congelada. Y debajo de ella podía
leerse el dilema de sabor shakesperiano: “Congelar o no Congelar”, del que podía
inferirse el pensamiento del país político. En el artículo central estaba
consignado que el presidente Juan Manuel Santos preguntó a los parlamentarios
de la U, en un desayuno, qué creían debía hacer con las negociaciones de paz
luego de un año de discusiones. Muchos coincidieron en que era optimista
suponer que estas conversaciones tomarían meses, en lugar de años. A procesos
como este hay que tenerles paciencia, en especial cuando patinan. Además, para
complicar las cosas todavía más, estos diálogos coincidirán con elecciones y reelección
presidencial. Así que el proceso de paz podría desvertebrarse porque hay
tensiones entre el santismo en pro de los diálogos de paz, y el uribismo, en
contra de esa metodología.
Aun cuando todo sugiere que la mayoría de
los colombianos cree que lo mejor es buscar una solución negociada al
conflicto, y que sería equivocado y prematuro suspenderlo, el proceso cada día
pierde más adeptos por la falta de resultados. Los adversarios del gobierno se
fortalecen, y se debilitan sus defensores. Situación adversa a las aspiraciones
reeleccionistas del santismo.
Pero romperlo tendría efectos colaterales.
Si el gobierno acaba con los diálogos unilateralmente y sin argumentos
incontrovertibles se espera que se afecten las relaciones con Venezuela y otros
gobiernos de la izquierda latinoamericana. Aun cuando, de todos modos, que el
presidente le haya dado a las Farc la oportunidad de una salida política a fuera
del país sin despejar territorio con una agenda concreta para ponerle fin al
conflicto, es un discurso político hábil que le da margen de maniobra para
defenderse de los críticos.
La otra alternativa es desconectar los
diálogos de las elecciones. El presidente ha mencionado esta alternativa, y a
las Farc les parece bien, en principio, pues les quita presión. También se ha
sugerido una pausa con cese unilateral de las hostilidades de las Farc. Incluso
algunos más propusieron un cese bilateral con un acuerdo político por la paz y
compromisos específicos en relación con los desaparecidos, los muertos en
cautiverio y las minas antipersonal. Pero negociar mientras el gobierno mantiene
sus ofensivas militares es fundamental para que el proceso de paz avance. Si no
se concreta en relación con la participación política, discutida desde hace
cuatro meses, no tiene sentido dejar las hostilidades. Además una pausa en este
momento sería interpretada por el uribismo como una aceptación del fracaso del
gobierno. Por otro lado, el proceso de paz quedaría sujeto a las elecciones, se
convertirían en una suerte de plebiscito sobre si retomar o no los diálogos.
Adicionalmente quedaría en vilo la retoma de las conversaciones en el porvenir,
en especial si a la bancada uribista le va bien en las elecciones. Además, en
este escenario, no sería dable dejar a los guerrilleros de las Farc en Cuba
mientras se retoman los diálogos. Para que el proceso de paz quede protegido se
necesitaría avanzar. Pero en los temas relacionados con el desarrollo rural y
la participación política la percepción pública es que el gobierno hace
concesiones, mientras esperan las decisiones de las Farc en materia víctimas,
dejación de las armas y narcotráfico. Temas que los negociadores no han
aceptado.
Seguir adelante parecería ser la mejor
alternativa, por ahora, al menos hasta lograr resultados irreversibles, o que
se rompa si no avanza. Todo depende del gobierno, y de su capacidad para
moderar el hambre electoral, por un lado, y de las Farc, por el otro, que
insiste en propuestas afuera de la agenda pactada demorando el acuerdo.
Interrumpir el proceso de paz antes de fin de año se considera prematuro, claro,
pero necesita defenderse por sí solo, requiere resultados.
Solo quedan las últimas tres rondas de
conversaciones de las diez que se pactaron. Y la guerrilla debe aceptar que el
uribismo es una posibilidad política real en contra de la solución negociada
del conflicto, que se beneficia del sentimiento de futilidad que dejan los
diálogos de paz. Además, si se sobreponen las elecciones al proceso todos los
bandos manipularán las negociaciones para fines electorales. De modo que a las
Farc y al santismo les conviene la reelección. Hay que esperar a ver qué es capaz
de producir el proceso en sí, pero sea cual sea el estado de los diálogos, la
paz será un tema en las elecciones. En todo caso en Colombia hay elecciones
cada 2 años, así que es imposible pretender separar la política del proceso de
paz para ponerle fin a una guerra de medio siglo de evolución. Anotaciones que
dejan un mal sabor puesto que hacen pensar que la paz colombiana es un asunto
más de los políticos y sus conveniencias, que un tema comunitario.
Luego, a la semana siguiente, el 7 de
noviembre, pasó por el país una oleada de desánimo al ver las fotos de los
negociadores de las Farc disfrutando de un paseo en lancha por el Caribe
cubano. Después regresó el optimismo cuando el gobierno anunció que por fin se
había logrado un acuerdo en lo concerniente al punto de la participación
política. Aun cuando el Procurador se preguntó qué había de nuevo, si Colombia
es una democracia en la que todo ciudadano que no tenga cuentas pendientes con
la justicia puede aspirar a cargos públicos.
Y el siguiente número de la revista
Semana, el que apareció el 11 de noviembre de 2013, llevando en la carátula el
símbolo de la justicia, con el título: “Corrupción en la Justicia. Los Últimos
Escándalos Demuestran que es Inaplazable una Reforma en el Poder Judicial”. En
el artículo central, en alguna parte, el autor se pregunta: “¿Por qué se llegó
tan lejos? ¿En qué momento se jodió la justicia?”. Pésimas noticias que llevan
a una mayor desilusión y desconfianza de la comunidad en sus instituciones,
porque aluden a las dificultades enormes para defenderse de las fuerzas
disociadoras provenientes del interior de la colectividad. Además, si a eso se
le suma que Nicaragua recientemente tomó posesión de un pedazo enorme del
Caribe colombiano, que un avión ruso sobrevoló el espacio aéreo nacional de
manera ilegítima y que un buque de la armada gringa también pasó sin permiso
por nuestros mares territoriales, queda en duda la capacidad de nuestro país de
proteger la soberanía. Entonces también hay desconfianza en su capacidad de
contrarrestar fuerzas disociadoras provenientes del exterior.
Pero, a pesar de todo, amamos a nuestra patria
indefensa, es la única que tenemos. Ser colombiano implica cierto estoicismo. Y
tal vez por suceden cosas como que tantos hinchas se identifican todavía con el
Santa Fe, el equipo de fútbol bogotano que no lograba títulos en la liga
colombiana desde hacía 37 años, por ejemplo.
Sería muy interesante explorar psicoanalíticamente
cómo funciona la mecánica inconsciente en el seno de las Farc. En especial si
tenemos en cuenta que es un grupo cohesionado y estable y activo desde hace 50
años. Un protocolo de investigación que enseñaría sobre la guerra en Colombia, sobre
nuevas maneras de comunicarse, cómo puede aligerarse el camino hacia una
coexistencia más pacífica. Si bien el psicoanálisis ha tenido tradicionalmente
un prestigio elitista, también es cierto que se ha usado con éxito en pedagogía
y en temas sociales. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, muchos
trabajos se emprendieron con la finalidad de conocer más sobre lo sucedido, con
el objetivo de cicatrizar las heridas colectivas que dejó el Holocausto Nazi.
También entre los sobrevivientes de la guerra de Kosovo se hicieron trabajos de
investigación sobre el efecto de las experiencias intensamente traumáticas en
la mente de los niños, esto desde el punto de vista de la neurociencia y del
psicoanálisis. Y luego, con los eventos
del 11 de Septiembre en Nueva York sucedió algo semejante. Las sociedades
psicoanalíticas de la región crearon sistemas de apoyo abiertos a la comunidad
para contribuir en el manejo de terror que dejó ese evento nefasto. Enseñanzas
dolorosísimas aportan conocimiento.
Hace unos 2,500 años Tucídides (404 AC) ya había planteado la idea de que la historia es un
género literario, una narrativa que depende del punto de vista del autor, no es
base para predecir el futuro,
ni para prevenir acontecimientos, lo que busca es
comparar situaciones para entenderlas. Esta sigue siendo la perspectiva
dominante entre los historiógrafos de la actualidad
(Iggers 1997). Además la historia es una manera de difundir
valores y cultura, no es una ciencia. Y en el caso del terrorismo, quién gana
la guerra escribe la historia consagrándose como héroe
para la posteridad. Pero no todas las épicas son memorables. En todo caso, la
historia parece indicar que la paz es una quimera. Aun
cuando no es un círculo vicioso, da la impresión de que en el ser humano hay una tendencia a regresar a la violencia, como si estuviera poseído de una compulsión a la repetición, como decía Freud, un eterno
retorno, como lo llamó Federico Nietzsche. Y en el
siglo XXI la situación no ha cambiado, la paz no parece alcanzable para el ser
humano.
De modo que hay necesidad de moderar las
aspiraciones: se busca convivir sin que los grupos irregulares lleguen a tener
tanto poder como para hacer tambalear las instituciones. La agresividad hace
parte de la condición humana. Lo destructivo es instintivo, hace parte de la
naturaleza. Sin embargo, es posible integrar lo tanático a lo erótico, como
tratan de enseñarles los padres a sus hijos, como busca Juan en el proceso
psicoanalítico que ha iniciado. Así el ser humano ha poblado la Tierra con éxito,
y sigue creciendo el número de habitantes, mientras que nunca había tenido
mayor capacidad destructiva, y el progreso y la tecnología le han permitido
conocer y adaptarse a los ecosistemas del planeta. Todo parece indicar que la
guerra y la paz son aspectos de la vida de todos, de modo que, parafraseando a
Tolstoi, la pregunta sería: “¿qué puedo hacer desde mi aldea para ayudar al
mundo?”.
Y a manera de ilustración, para subrayar
que la violencia es universal y perene, consideremos la semántica de los
sustantivos ‘sicario’, ‘asesino’ y ‘terrorismo’. Según Fernando Socca y otros
lingüistas, los Sicarii, origen de
‘sicario’, fueron un grupo de resistencia que se oponía al dominio del Imperio
Romano, lo cual incluía los habitantes de los territorios ocupados que
colaboraban con ellos, en particular los judíos. Los Sicarii empleaban la violencia para intimidar a la población con
una finalidad ideológica, lo cual los diferenciaba de los criminales comunes y
corrientes. Posteriormente, cerca del año 1090, una rama musulmana, la Nueva Doctrina o Fedayeen, fue desplazada desde Egipto
a raíz de las luchas intestinas por la sucesión de la dinastía Fatimide, ellos conformaron
grupos armados que llegaron hasta Irán, Iraq, Siria y Líbano. Entonces persiguieron
a sus opositores como infieles, mientras se defendieron hasta con ataques
suicidas. Pues resulta que un musulmán integrista dirigía en Siria una pequeña
banda de Fedayeen que ejecutaba aterradoras masacres y estimulaba la crueldad
de sus hombres invitándolos a consumir hachís, en árabe, hassís. Así se volvían más despiadados. Entonces los llamaron hassasí, o consumidores de hachís.
Término que se generalizó para designar a todos los homicidas sin tener en
cuenta sus motivaciones. Aun cuando las actividades de los hassasí perduraron solo hasta que los exterminaron los mongoles
luego de su invasión, los cruzados trajeron el vocablo ‘asesino’ a Occidente.
Apareció por primera vez en el español en 1300; y así mismo llegó al francés y
al inglés como assassin, así como al
italiano y al portugués¸ assassino.
Por otra parte, el vocablo ‘terrorismo’
apareció después de la Revolución Francesa para describir las acciones de los
Jacobinos durante el Régimen del Terror entre 1793 y 1794, cuando ejecutaron en
la guillotina aristócratas, clérigos y personas de clase media, pero sobretodo,
artesanos y campesinos. Murieron muchos. Este sustantivo originalmente provino
de la raíz indoeuropea tres-, que
significa temblar, de donde surgió terrere
en latín que quiere decir atemorizar. De allí nacieron palabras como ‘terrible’
y ‘terror’. Hoy se considera terrorista sinónimo de: separatista, liberador,
extremista, revolucionario, militante, paramilitar, guerrillero y rebelde.
Un acto criminal en todo el mundo, se trata
gente que causa la muerte de civiles mediante el uso ilegal de la violencia
para intimidar coaccionando sociedades en busca de objetivos variados. Ataques
dirigidos contra la población no combatiente en busca, sobretodo, de impacto
psicológico. Los atacantes se esconden mezclándose con las víctimas para
despistar las autoridades y crear mayor impacto, una sensación de
vulnerabilidad, de inseguridad general. Una estrategia de coacción empleada por
la izquierda y la derecha, y hasta por los estados. Con el progreso de las
comunicaciones y el transporte, los explosivos y las armas de fuego durante los
siglos XIX y XX, el terrorismo tuvo un nuevo aire. Los ejemplos son
innumerables y se distribuyen en todos los continentes, no hay un lugar a salvo
de él. Y a través del cubrimiento de los medios masivos de comunicación se
difunden todavía más los métodos inhumanos de estos grupos.
Las Farc apareció luego del derrocamiento
del general Gustavo Rojas Pinilla a partir de grupos de autodefensas
establecidas en la época de la Violencia en la región del Alto Magdalena.
Operaron inicialmente al sur de la cordillera oriental, donde protegieron los
terrenos privados de invasores. Luego el gobierno del presidente John F Kennedy
promovió grupos paramilitares mediante la Operación de Seguridad
Latinoamericana que trataba de controlar la influencia soviética en la región,
respaldando acciones de contrainsurgencia y la formación de una red de
inteligencia. Se instalaron en especial al sur del departamento del Tolima para
erradicar liberales radicales y autodefensas ubicadas en Marquetalia. Todo esto
bajo la dirección del General Alberto Ruiz Novoa, comandante del ejército,
ministro de defensa y un veterano de la guerra de Corea que siguió
recomendaciones de expertos militares norteamericanos bajo el mando del general
William Yarborough. El intento fracasó. No lograron expulsar la insurgencia de
la zona, muchos escaparon y se unieron a las Farc. Aun cuando en alguna época
fue el brazo armado del Partido Comunista, se dedicó a secuestrar, matar,
robar, extorsionar, al abigeato y al narcotráfico para buscar financiación. Una
lucha asimétrica, que no puede llamarse guerra, porque se da contra un ejército
ilegítimo, con motivaciones que incluyen conflictos personales, confrontaciones
por la propiedad de la tierra y los recursos, rebelión contra el gobierno y la
miseria de la región (Bushnell 1993).
Hoy la actividad terrorista de las Farc se
ha recrudecido. Las víctimas aumentan en la otra Colombia, donde la guerra es
la cotidianidad. Durante la primera quincena de octubre de 2013 hubo 25
atentados en nueve departamentos. Me parece razonable recordarlos, así sean
sucesos que no tiene la intensidad suficiente como para figurar en las noticias
televisivas, y los expertos los consideren eventos típicos del pulso entre las
partes que negocian en medio de las hostilidades. La Fundación Ideas para la
Paz, que observa el proceder de las Farc desde la década de 1990, clasifica sus
acciones en tres categorías: de alto esfuerzo militar, como ataques a
poblaciones y a bases militares, de mediano esfuerzo, como hostigamientos y
emboscadas, y las de bajo esfuerzo, como la detonación de explosivos, acciones
fáciles de ejecutar y difíciles de contrarrestar. Las acciones de alto esfuerzo
militar casi han desaparecido, predominan las de poco esfuerzo, el año pasado
fueron el 60% de todas sus acciones, y casi el 40% fueron de esfuerzo medio.
Actividades que se han concentrado en la periferia del país, lejos de las
ciudades grandes e intermedias. Tumaco y cuatro municipios aledaños estaban sin
luz a causa de la destrucción de varias torres de energía, así como Matanzas,
Antioquia y El Paujil, Caquetá, entre otros municipios a donde destruyeron las
subestaciones eléctricas; los oleoductos de Putumayo, Arauca y Norte de
Santander fueron dinamitados varias veces, al igual que el gaseoducto
binacional de la Guajira; el tráfico fluvial en buena parte del Atrato chocoano
estuvo paralizado por amenazas de un paro armado y se interrumpió el tráfico
terrestre de Quibdó a Medellín y a Pereira; adicionalmente hubo hostigamientos
contra la estación rural de Policía en Tibú, Norte de Santander, así como en
Las Mercedes y en Sardinata, a donde dejaron a una profesora herida, así mismo
sucedió en Murindó, Chocó, y en Fortul, además en repetidas ocasiones atacaron
en Bellavista y en Bojayá, Chocó, donde utilizaron granadas; y, por otra parte,
murieron 4 soldados en Arauquita, 2 civiles y 1 policía resultaron heridos en
San Andrés de Cuerquia, Antioquia, mientras que en Solano, Caquetá, murió el
comandante de la estación y 2 policías acribillados en un restaurante; también
se descarrilaron 43 vagones del tren del Cerrejón a causa de un atentado,
mientras que en la vía Quibdó Istmina incendiaron dos vehículos y un bus, así
como en la vía de San Juan de Arama, Meta, y atacaron a tiros a otro en
Valdivia, Antioquia, además en la pista de Vigía del Fuerte, Antioquia, quemaron
una avioneta en la pista, y atravesaron un camión en la vía bloqueando la
troncal de Medellín a la Costa; así mismo un carro bomba estalló en la carrera
Panamericana cerca a Santander de Quilichao en Cauca, dejando nueve heridos y
varias viviendas en ruinas mientras en Arauca bloquearon dos vías, robaron
maquinaria petrolera y explotó un artefacto que mató a 1 policía e hirió a
otros 2, fuera de eso, un niño de 13 años falleció al pisar un artefacto
explosivo. Mientras tanto, el presidente anunció la formación de un comando
conjunto: 2 nuevas fuerzas de tarea y 2 batallones de fuerzas especiales
dirigidos contra la actividad de los bloques Oriental y Sur de las Farc.
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