Debate en la Universidad Nacional
León Valencia, entusiasta y comprometido analista del proceso de paz colombiano tampoco se resistió a comentar el proceso de designación de rector, y le llama la atención a la ministra Gina Parody, quien pareció según él, atender a las voces de su círculo de yuppies, y ausentarse sin miramiento alguno del trámite en directo de la escogencia de la máxima autoridad de la Universidad Nacional de Colombia. Hasta la fecha ella ha hecho mutis por el foro, y quizáz eso impida que la "embarre" más por interpuesta persona, su viceministra, que resultó demasiado sincera en la enunciación del prejuicio que acompaña al despacho más importante del país para el trámite exitosa y provechoso de la paz. NdR
No entendió, ministra, no entendió
por LEÓN VALENCIA
Se necesita un rector abierto a los avances del conocimiento en el mundo y dispuesto a enfrentar las exigencias de la paz y el posconflicto en el país.
Hay una frase de Jorge Hernán Cárdenas, uno de los candidatos a la rectoría de la Universidad Nacional, que describe, con justificado dramatismo, lo que ocurrió en la elección del rector del principal centro académico del país: “Creo que hoy se perdió un momento histórico para la Universidad Nacional y lamento que el Consejo Superior Universitario no lo haya podido ver”.
En realidad fue la ministra Gina Parody, a la cabeza de este consejo, quien no entendió la trascendencia que tendría la elección de un rector con nuevas ideas, con pasta de líder, con visión de país, en la universidad emblemática de Colombia. No supo aprovechar el ambiente de cambio que había entre estudiantes y profesores para darle un impulso decisivo a la educación superior en el país. No respetó la consulta más votada, la más discutida, en la historia de la universidad.
Así no vamos a dar un salto en la educación, así Colombia no será nunca la más educada de América Latina, eslogan pomposo que nombra los retos educativos de Santos. No es con una hueca retórica de cambio y con una copia apresurada de indicadores de calidad del mundo desarrollado, como vamos a romper el atraso educativo del país. Es poniendo el oído en nuestra propia historia. Es aprovechando las oportunidades y los momentos para empujar las transformaciones. Es insistiendo en la formación profesional, doblando la inversión en educación pública y exigiéndoles a los privados rigurosos estándares de calidad.
La Universidad Nacional está en el corazón de nuestra historia. Ha sido el sueño de las clases pobres y medias de Bogotá y las regiones. Ha sobrevivido a dos siglos de tormentas y aún hoy, en pleno auge de lo privado, concentra el 30 por ciento de la producción científica del país y tiene el mayor número de estudiantes y de profesores de alta graduación. ‘La Nacho’ es más que un lugar de formación, es una pasión.
Pero ahora, cuando más la necesitamos para ponernos a tono con el ascenso del conocimiento en la región y en el mundo, cuando el país está cerca de terminar una larga guerra y soplan vientos de renovación social y política, la universidad emblemática no tiene capacidad para recibir siquiera una parte importante de más de 100.000 estudiantes que tocan año tras año sus puertas.
Para ampliar una planta de profesores que hace mucho rato fue desbordada. Para reconstruir unas instalaciones que se están cayendo a pedazos en su sede central. Para acceder a los desarrollos tecnológicos que jalonan la educación en otros lugares del mundo. La Universidad Nacional está en una crisis pavorosa. Esa es la verdad dolorosa.
Es lo que la ministra no entiende. Se necesita un rector con talante para defender la educación pública y reclamarle al Estado una inversión especial que permita resolver la crisis y darle sostenibilidad a la universidad. Un rector abierto a los avances del conocimiento en el mundo y dispuesto a enfrentar las exigencias de la paz y el posconflicto en el país. Un rector que sirva de aliado crítico de la ministra en su cruzada por darle un viraje a la educación del país.
Fue tal su incomprensión que ni siquiera se detuvo a mirar las cifras de la consulta. Esta vez, en medio de dificultades tecnológicas para votar, sufragaron 23.293 entre estudiantes, profesores y egresados, que duplicaron el número de la anterior elección de rector. De ellos solo 2.438 votaron por Ignacio Mantilla, rector en ejercicio, y más de 20.000 por el resto de candidatos, destacándose Mario Hernández, por quien votaron 11.869 personas. Allí había una señal inequívoca de rechazo a la actual administración.
Fue tal su incomprensión que después de la consulta citó a los candidatos a la rectoría para oírlos en sus propuestas y los dejó plantados para irse a un programa de variedades en la televisión de la mañana; fue tal su incomprensión que el día de la designación del rector, por parte del Consejo Superior Universitario, se fue a otro evento en Manizales.
Así fue como la ministra decidió darle su respaldo a Mantilla para continuar en la rectoría, asegurando su reelección. Así fue como prefirió a una persona que tiene indudables méritos como profesor universitario, pero está muy lejos de ser un gran líder, con interlocución política, espíritu de cambio, talante independiente y ambición de futuro. Una persona capaz de enfrentar la crisis de la universidad y de liderar su transformación para convertirla en la cabeza de la renovación de la educación superior pública.
Lo hizo muy mal la ministra en esta ocasión y es probable que siga actuando de esta manera en las elecciones que se avecinan en otras 28 universidades públicas, a no ser que cambie de actitud y oiga las voces que llegan desde afuera de su pequeño círculo de yuppies.