CONTRA EL EMBRUTECIMIENTO:
JACQUES RANCIÈRE Y LA
EMANCIPACIÓN INTELECTUAL (RESEÑA)
“…todo lo que ocurre una vez,
puede repetirse siempre”.
El maestro
ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual, 2007, p. 26.
Juan Carlos García Lozano
Grupo de investigación Presidencialismo y Participación Unijus /
Colciencias
VII Seminario Internacional Antonio Gramsci, Universidad Nacional de
Colombia
Rancière nos presenta a Jacotot, un pedagogo
francés de principios del siglo XIX. De él nos dice que ejerció la pedagogía como
una “aventura intelectual”; una suerte
de “disonancia”, en tanto esta no tiene que ver con el ejercicio de la
autoridad y la sumisión, siempre posibles: aquellos que saben contra los que
no. Por el contrario, tal separación no existe en la concepción del pedagogo
Jacotot. Para él, la entrada del pueblo en la sociedad nunca se realiza con “inteligencias embrutecidas”: el
maestro no puede ser un castrador. Esto es, un explicador, un sabio. En la
explicación no hay emancipación, será la tesis que el autor defenderá. Lo que hay es
embrutecimiento.
Jacotot no parte de la desigualdad para plantear
la igualdad como objetivo pedagógico. No es socrático. Por el contrario, entre
la escuela y la “sociedad pedagogizada” no hay distancias. Para él todos ya
sabemos algo: en ese sentido, somos iguales a los maestros: la axiomática de la
igualdad existe. Es claro que aquí hablamos de la “capacidad en acto”: el
conocimiento sería una suerte de praxis
social. Emancipación, la llama. Y la emancipación no es “embrutecimiento”: no
es autoridad, no es sumisión al maestro explicador o sabio. La pedagogía,
entonces, no parte de la desigualdad de las inteligencias y la
asimetría del poder, en la alusión que podemos dar en Socrates o Platón, se
entiende. Dice Rancière: emancipar las inteligencias es verificar cada uno la
igualdad de las inteligencias. Nadie puede ser emancipado por otro: cada uno verifica su igualdad emancipándose.
No es que dejen de existir los maestros como referentes
de sus alumnos, estudiantes o discípulos. Es que el maestro no debe saberlo todo. O sea, no debe explicarlo
todo. Su tarea es emancipar las
inteligencias, partir de la potencia en acto, de la igualdad de todos, para
recrear la emancipación del saber: el maestro no puede dominar la explicación
del mundo. Un maestro no puede explicar
el mundo. De hecho, el mundo no es para explicarlo, sino para verificarlo. La
praxis, de la que hablamos. Aunque Jacotot no diga praxis: lo decimos.
Jacotot huye lejos de la “sociedad pedagogizada”:
ella funda la desigualdad como comienzo, como origen. Hemos dicho: como
Sócrates, pero también como los republicanos franceses del siglo XIX. Repetimos haciendo énfasis: la igualdad no
puede ser un objetivo para un maestro. Jacotot no cree que la escuela tenga en
su haber “el poder fantástico de realizar la igualdad social” (p. 11). No
llegaremos a la igualdad de todos: solo llegaremos a la igualdad en tanto
individuos. No clases, no grupos. No sociedad igualitaria. Esto quiere decir que la sociedad no puede
llegar a ser una escuela: la desigualdad mediada por los que saben y los
que no, cuando los primeros buscan la igualdad como objetivo general. Jacotot
no cree en nada de esto. Es un ilustrado.
La escuela así vista tiene la función de “colmar
la separación entre la igualdad de condiciones proclamada y la desigualdad
existente” (p. 12). Es decir, ella parte de la pretensión de reducir la desigualdad
imperante. Este objetivo lo que logra es, como dice Rancière, “afirmar la
visión oligárquica de una sociedad-escuela, donde el gobierno no es otra cosa
que la autoridad de la clase” (Ibid.). Esos mejores son los que nos gobiernan. Pero
es ahí donde está el problema: aspirar a la igualdad de todos. No es posible,
repite Jacotot y repetimos nosotros: la emancipación solo se da en los
individuos no entre los individuos.
No existirá una sociedad igualitaria, esto es, emancipada como un todo. En
otras palabras, Jacotot está por la emancipación individual, no por la
revolución social. Emancipación y revolución no son lo mismo. Emancipación no
es autonomía. Jacotot no plantea la autonomía, sino la emancipación.
Rancière aclara que el pedagogo que nos presenta
no está proponiendo una “revolución social”: “Su lección pesimista era, por el
contrario, que el axioma igualitario no tenía efectos sobre el orden social”.
La igualdad solo es individual. Vale decir, cada uno de nosotros solo puede
lograr su emancipación intelectual: la misma que el orden social le niega. Es
claro que para Jacotot, la axiomática de la igualdad es principio de todo orden
social. Pero no es el objetivo general. De ahí que hagamos la separación entre
emancipación y autonomía.
En efecto, la igualdad tanto para Jacotot como
para Rancière se da en el plano individual. Sigamos a Jacotot / Rancière en su
análisis: “La igualdad es fundamental y
ausente, es actual e intempestiva, siempre atribuida a la iniciativa de los
individuos y de grupos, que, contra el curso ordinario de las cosas, asume el
riesgo de verificarla, de inventar
las formas, individuales o colectivas, de su verificación. Esta lección también
es hoy, más que nunca, actual” (p. 13).
Lo que decíamos: nadie puede emanciparse por otro.
Esta es una praxis individual e individualizante en la que no cabe la
explicación del mundo, sino, fundamentalmente, la verificación del proceso.
Y todo esto obedece a que Jacotot es un ilustrado
francés: los hombres somos capaces de comprender. El conocimiento no nos es
ajeno: podemos producirlo, verificándolo en nosotros mismos. La explicación del
maestro no emancipa ni es igualitaria. La explicación es dominación en tanto es
un “mito” que se imagina al hombre alejado del saber. El mito no es un acto: en
ella no hay verificación, que es de lo que se trata la verdad de la pedagogía.
Jacotot plantea que la tarea del individuo en
formación está en comprender, no en que alguien le explique el mundo. “Es el explicador quien necesita del incapaz y
no a la inversa; es él quien constituye al incapaz como tal. Explicar algo a
alguien es, en primer lugar, demostrarle que no puede comprenderlo por sí mismo”
(p. 21). La explicación es el principio del “embrutecimiento”. Como lo plantea
Jacotot, el embrutecedor es más sabio e iluminado: “se empecinará en sustituir
el espíritu por la letra, la claridad de las explicaciones por la autoridad del
libro” (p. 22). Cuando el maestro nos pregunta, ¿comprendieron?, es ahí cuando se
advierte el embrutecimiento. Hacer comprender significa dominación. Para llegar
a comprender, para eso está el maestro. El embrutecedor.
Es evidente para Jacotot que con la explicación no
sobreviene una nueva inteligencia, ni menos una autonomía individual y
colectiva. Pues justamente esa es la labor del maestro: convertir a los niños
en futuros explicadores: lo que él es. El embrutecimiento permanente es
provechoso: “el mundo de los explicadores explicados” (p. 23). La sociedad
jerarquizada, uno saben, otros no.
Hemos hablado de la verificación, ejercicio de
veras inteligente, más que la explicación. En palabras de Jacotot son los
“hechos de la mente” los que producen la inteligencia. (Rancière aclara que
nuestro autor no es “materialista”). Los
estudiantes se enseñan a sí mismos. Tal es la lección del pedagogo Jacotot. Para
aprender no requerimos de explicadores, embrutecedores. No requerimos de la
“distancia imaginaria” entre el que sabe y los que no. Si pudiéramos llamar
autonomía al ejercicio de Jacotot, lo haríamos. Pero no, es emancipación. Aquí
no hay política. Lo que hay es una comprensión: “no se necesita la lengua del maestro, la lengua de
la lengua, cuyas palabras y oraciones tengan el poder de decir la razón de las
palabras y las oraciones de un texto” (p. 24).
En efecto, en Jacotot hay pedagogía como aventura,
no hay autonomía como propuesta política. Jacotot es un antipolítico pues en él
la pedagogía no es política. Comprensión
y capacidad para él no son categorías políticas. Son herramientas pedagógicas
con las cuales aprendemos que “el niño es en primer lugar un ser de palabra”
(p. 25). Lo que quiere la emancipación intelectual de Jacotot / Rancière es que aprendamos a hablar, esto es,
a comprender. Asumir nuestras palabras, nuestra frases, nuestros discursos. ¿No
es política el ejercicio de la palabra? Jacotot no lo sospecha, Rancière ni lo
sugiere. Por algo será. ¿Puede haber en la modernidad, en el capitalismo, una
sociedad despolitizada? Como decimos: Jacotot
y Rancière no se meten con la política.
Todas las palabras en la pedagogía expuesta se
dirige a los hombres. No como alumnos, no como sabios. Como hombres. Como
iguales. Se habla bajo el principio de la igualdad. Podemos aprender solos, sin
maestros, repite Jacotot. La clave está en la capacidad, en la potencia.
Aprender significa asumir nuestras capacidades, nuestras potencias. La frase de
Rancière nos devuelve nuestra aventura intelectual: “Aquel método de la igualdad era antes que nada un método de
la voluntad. Se podía aprender,
cuando así se lo quería, solo y sin maestro explicador mediante la tensión del
deseo propio o la exigencia de una situación” (p. 27).
Para Jacotot el hecho de que los estudiantes
aprendieran libremente alemán o hebreo se debía a una separación: la que se da entre el sabio y el maestro. Sí,
los estudiantes advertían que el maestro se había retirado, dejando atrás su
condición de sabio, de poder. “Entre el maestro y el alumno se había establecido una pura relación de
voluntad a voluntad” (p. 28). La inteligencia era lo que relacionaba al maestro
y al alumno, ya no era el poder, la
jerarquía. No había pues un explicador. Luego, no había embrutecimiento. “Hay
embrutecimiento allí donde una inteligencia está subordinada a otra
inteligencia (…) En el acto de enseñar y de aprender hay dos voluntades y dos inteligencias. Se llama embrutecimiento a su coincidencia”
(Ibid.).
Por el contrario: “Se llama emancipación a la diferencia conocida y mantenida entre estas dos
relaciones, al acto de una inteligencia que no obedece más que así misma, aun
cuando la voluntad obedece a otra voluntad” (pp. 28-29). Embrutecimiento y
emancipación son dos cosas distintas, tanto como sabio y maestro. Diríamos
antagónicas. Puesto que Jacotot no transmite nada a los estudiantes, estos
aprenden libremente: “El método pertenecía por entero al alumno” (p. 29). En
ello podemos reconocer “dos concepciones del orden intelectual”. He ahí la capacidad intelectual
de ser libre.
No desea Jacotot ser un maestro embrutecedor.
Menos un maestro sabio. Lo que enseñó con su aventura intelectual es que se
puede ser maestro emancipador y maestro ignorante a la vez. Y para siempre. Tal
vez su frase nos enseñe algo más: “Es necesario que les enseñe que no tengo
nada que enseñarles” (p. 30). Sócrates decía: solo sé que nada sé. Algo va de
Jacotot a Sócrates. Que este último
quiere enseñar a explicar. Claro: es un filósofo. Jacotot es un pedagogo. Esto
que referimos, al decir de Rancière significa: “se puede enseñar lo que se
ignora si se emancipa al alumno, es decir, si se lo obliga a usar su propia
inteligencia” (pp. 30-31). Esto se llama “potencia intelectual”. ¿Pero “obligar
a usar su propia inteligencia”? Por eso es que la emancipación no es autonomía.
Necesitamos la sociedad toda. Cosa que Jacotot no quiere, y ya lo explicamos.
Ahora bien, nuestro autor organiza su prédica
pedagógica desde la experiencia. Es un método antiquísimo: es en verdad, el más
viejo de todos, recuerda Rancière. Retomando a Jacotot: “No hay hombre en la
Tierra que nunca haya aprendido algo por sí mismo y sin maestro explicador” (p.
31). Esta manera de aprender se llama “enseñanza universal”. Es la de Jacotot.
Es la nuestra, por ahora, cuando menos en la palabra dada. Es la enseñanza
universal la que ha formado a todos los
grandes hombres. Este es el método de la potencia intelectual, de la
emancipación. Implica, como método, frente a los demás explicativos e
impotentes, una revolución intelectual.
Si no hemos tomado conciencia, en Jacotot no
tenemos un instructor. Una suerte de Dios. No es pues un sabio. Dice Rancière:
“Se instruye a los reclutas enrolados detrás de un estandarte, a los
subalternos que deben poder comprender las órdenes, al pueblo que se pretende
gobernar” (p. 33). Jacotot no tenía ese problema, sino otro: emancipar a cada
hombre, asumiendo su potencia intelectual. Esa fue su gran lección, la misma
que como señala Rancière, sigue siendo válida: “Quien enseña sin emancipar,
embrutece. Y quien emancipa no tiene que preocuparse por lo que el emancipado
debe aprender. Aprenderá lo que quiera, tal vez nada. Él sabrá que puede
aprender porque la misma inteligencia está obrando en todas las producciones
del arte humano, porque un hombre
siempre podrá comprender la palabra de otro hombre” (pp. 33-34).
Así tenemos en este pequeño registro, la vida de
este hombre del siglo XIX, llamado Jacotot, cual si fuera y es, una aventura
intelectual. En la que, como afirmamos, no existe el interés de instruir al
pueblo, explicándole cosas, sino de emanciparlo, comprendiendo la palabra de
otro hombre. Son dos cosas muy distintas. ¿Qué puede un hombre?, preguntaría Jacotot. Respondería: “aprender cualquier cosa y relacionar el
resto con ella, según este principio: todos los hombres tienen la misma
inteligencia”.
Después de Jacotot, la República del Saber no fue
la misma, concluye Rancière. ¿Será que le creemos?
Bibliografía
RANCIÈRE,
Jacques (2007). El maestro
ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual. Buenos Aires:
Libros del Zorzal.
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