DEMOCRACIA Y PRESIDENCIALISMO DE EXCEPCIÓN. LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN COLOMBIA, 1999-2012.
MIGUEL ANGEL HERRERA ZGAIB
Profesor Asociado, Ciencia Política
Universidad Nacional de Colombia
Director Grupo Presidencialismo y Participación
presid.y.partic@gmail.com
miguel.herrera@transpolitica.org
CAPÍTULO PRIMERO
BASES TEÓRICO METODOLÓGICAS. UNA CIENCIA DE LA PRAXIS DEMOCRÁTICA DE LA SUBALTERNIDAD EN LA ERA IMPERIAL
Pero desde el momento en que un grupo subalterno deviene
realmente autónomo y hegemónico suscitando un nuevo tipo de Estado, nace la
concreta exigencia de construir un nuevo orden intelectual y moral o sea un
nuevo tipo de sociedad y por tanto la exigencia de elaborar los conceptos más
universales, las armas ideológicas más refinadas y decisivas. Antonio Gramsci.
Q 11, p. 338.
El
epígrafe indica el horizonte y la
dirección del esfuerzo analítico
hermenéutico, las premisas teóricas para pensar la nueva ciencia de la
democracia, desde las que este enfoque inter y transdisciplinar trabaja el análisis político de una transición singular
que observaré desde la perspectiva estratégica, no neutral, del trabajo. Para
explicar en su devenir tendencial de-democratizador esta relación de fuerzas
local y global que define la actual democracia, ésta es caracterizada por una recomposición de la situación de dominio
sobre determinados grupos y clases a través de un desarrollismo impuesto, bajo
la fórmula de una revolución pasiva.[1]
Ellos, los afectados, resisten y cuestionan la violenta inserción
de Colombia en el nuevo régimen de acumulación que hegemoniza la red
capitalista global: el posfordismo, para el cual los estados de excepción son
el dispositivo recurrente del sistema político de la soberanía imperial con el
cual garantiza su reproducción planetaria.
A la guerra, la multitud responde con el éxodo, que en las
condiciones de Colombia mucho tiene que ver con el desplazamiento interno y
externo de millones de pobres, minorías y proletarios. Esta multitud,
ontológicamente, “es un conjunto difuso de singularidades que produce una vida
común; es una especie de carne social que se organiza a sí misma en un nuevo
cuerpo social. Esto es lo que define a la biopolítica. Lo común, que es al
mismo tiempo un resultado artificial y un fundamento constitutivo, es lo que
configura la sustancia móvil y flexible de la multitud.[2]
La anterior presencia de la multitud aparece también en
términos sociales en el trabajo agrícola como el industrial, que siendo
singulares desarrollan bases comunes a través de la cooperación y la
comunicación, y tienden a formar un tipo de motor constituyente.[3] Todo esto ocurre bajo una
forma de dominación, el estado democrático liberal que, sin embargo, ahora usa de modo recurrente, al degenerarse
por la estrategia de guerra, los estados de excepción.
Luego de la ruptura intempestiva de las negociaciones de paz
en el Caguán avanza en progresión tal
excepcionalidad, desde el Decreto 1837 del 11 de agosto de 2002,[4] y luego la legislación de
orden público, como el Estatuto Antiterrorista, acto legislativo 2 de 18 de
diciembre de 2003, que modificaba los artículos 15,24, 28 y 250 de la
Constitución declarado inexequible por la C.C. El gobierno a tavés del Plan Colombia al hacer la guerra contra la oposición armada, y desacreditar a la oposición civil
señalándola como colaboradora de las guerrillas,[5] con el apoyo e
injerencia extranjera manifiesta, produce sus frutos
de-democratizadores en los campos y ciudades, al tiempo que fracasa en la eliminación de los
cultivos ilícitos con los que, sin embargo, asocia guerrilla, terrorismo y narcotráfico .[6]
Entonces se trata de explicar y comprender la complejidad de
una situación política que es definida
como de crisis orgánica,[7] para aprehenderla en la coyuntura
de los pasados diez años, para descubrir y articular las determinaciones
históricas del complejo sociedad civil (dirección) y sociedad política
(coerción) que demarcan los escenarios del conflicto interno. La crisis define las potencialidades implícitas en un tránsito
coyuntural que en el marco de una guerra de posición promete una consolidación
de la democracia liberal, dándole cabida a las representaciones partidistas de
la oposición y a los movimientos de la multitud trabajadora y pobre.
Luego, de cara a la transición, frente a la acumulación de
demandas insatisfechas el bloque dominante del capital en coalición de
independientes y con el concurso de los partidos tradicionales liberal y conservador realiza un giro
reaccionario, y acude a la excepcionalidad de la guerra para desmontar el
proyecto democratizador prometido por el Estado social de derecho.[8]
El enfoque exige no sólo el análisis lógico de la apariencia de
la realidad política de la transición actual sobre-determinada por la
excepcionalidad política. El enfoque articula también un ejercicio hermenéutico que hace posible el
estudio sintomático de la forma política que adopta la relación democracia y guerra en
Colombia. Ello implica, primero, el estudio de la forma ideológica del imaginario de la
seguridad democrática.
Con esta forma se constituye la
realidad de-democratizadora de la transición, [9]cuando ella subtiende y fija el
sentido de la compleja red de poder micro, capilar, y macro estatal de las
relaciones político-jurídicas, económicas, culturales y sociales. En suma, el
imaginario integrador que hace posible la forma de la seguridad democrática define el bloque histórico gobernante y
dominante con el dispositivo principal de la excepción de hecho y de derecho.
Con la ayuda de los estudios sobre el discurso político
adelantados por Laclau/Mouffe,[10] Michel Foucault,[11] Norman Fairclough,[12] y Slavoj Zizek, se
realiza el estudio de las formas ideológicas, y de modo particular, la forma seguridad democrática. Ellas conforman los aparatos de
hegemonía y legitimidad parciales, y posibilitan las funciones “normales o no” de producción y
reproducción de la formación social, bajo el régimen del significante dominante
que las codifica.
En este caso particular, nos referimos a la seguridad democrática, que al mismo tiempo
instrumentalizó el dispositivo de la excepcionalidad para hacer posible y
ejecutable la política pública de guerra como rectora de la actividad estatal.
Este fue el curso de la acción seguido desde 1999 hasta el final del segundo
gobierno de Álvaro Uribe Vélez, sin que el nuevo mandatario haya procedido a su
efectivo desmonte.
Ahora bien, el Estado
de gobierno que se formaliza en el Estado social de Derecho vive su
desenlace cuando un poder ejecutivo que decide la excepcionalidad se encuentra
reforzado por el reciente triunfo electoral presidencial con algo más de nueve
millones de votos, y congresional. Es el punto de llegada de la presente etapa
de la crisis orgánica del capitalismo político colombiano en la época del
posfordismo bajo “el cobijo” de la forma soberana imperial desterritorializada.
El nuevo presidente anunció un giro discursivo cambiando el
acento democrático al sustantivo prosperidad en lugar de seguridad, bajo la
falsa premisa que ésta ya fue conquistada. Así se pretende conquistar la
hegemonía, e ir más allá de la legitimidad obtenida para la política pública de
guerra. Recomponiendo el bloque en el poder, que comanda la sociedad política,
al incorporar a Cambio Radical y al Liberalismo en la coalición de Unidad
Nacional.
Empero, el último asunto tratado sumariamente no es objeto
específico de análisis en este ensayo. Lo refiero, repito, como límite espacio
temporal de la evolución de la crisis de hegemonía, de dirección estatal sobre
sus rivales, antagonistas históricos, los grupos y clases subalternas que
luchan por su autonomía social y política.
Simultáneamente, el
bloque gobernante que caracteriza el desmonte interno del Estado de gobierno,
en esta segunda acción estratégica, insiste para resolver la crisis orgánica
en privilegiar el dispositivo de la
excepcionalidad, buscando liquidar, de una parte, a la oposición político
militar de las guerrillas al escalar la guerra interna con gigantescas
operaciones aéreas, y recuperar el monopolio de la fuerza/violencia en el
territorio nacional;[13] a la vez que mediante un
programa de devolución de tierras expropiadas a campesinos y comunidades
raizales cooptarlos para el programa de la prosperidad para los pequeños y
medianos propietarios rurales.
Usando como efecto de demostración las herramientas del
resorte inmediato del gobierno y la acción congresional. En el primer caso,
allanando el Concejo Nacional de Estupefacientes, destituyendo a su director y
confiscando luego los archivos institucionales intempestivamente. En el
segundo, a través del proyecto de reparación a las víctimas del conflicto
armado, así como la modificación del
régimen de regalías por vía legislativa. Esta última medida de política dotará
de presupuesto al gobierno, permitiéndole
responder a la crisis fiscal y agro-industrial, y a la crisis humanitaria
significada por el desplazamiento y la pobreza y miseria rural juntas.
De manera sumaria, la
nueva estrategia en la guerra de posición cambia el imaginario de la seguridad por la
prosperidad democrática, con el propósito de ganar el control y dirección de la sociedad
civil, neutralizando la oposición expresada en tres vertientes organizadas y
diversas, el recién creado Partido Verde, que canalizó el descontento de
sectores de la clase media y las juventudes; el PDA, que pasó electoralmente a
ser la tercera fuerza, afectado por la burocracia, la división interna y la
corrupción política; y los movimientos sociales y las minorías étnicas no
alineadas.
ANÁLISIS DE
DISCURSO Y BLOQUE HISTÓRICO
El análisis del discurso de la política de guerra, dominante
en hacer excepcional del ejecutivo presidido por Andrés Pastrana, y Alvaro
Uribe en dos oportunidades consecutivas, para un periodo de diez años, está
levantado sobre una doble dinámica que constituye la realidad del bloque
histórico,[14]
que garantiza la productividad del trabajo social, el proceso de trabajo formal
y real subsumido por el capital. De una
parte, se trata de la dinámica del antagonismo en lo infra-estructural, y de
otra, de un dinamismo contradictorio como
propio de las superestructuras complejas.[15] Es un funcionamiento
diferencial, infra y superestructural que es articulado por el discurso de un
significante específico, la seguridad democrática, para la década estudiada.
De tal modo, que luego nos permite ubicarnos “en los diversos
grados de las relaciones de fuerzas”,[16] para desentrañar su
complejidad, y explicar la forma de la excepcionalidad que lo preside en la
coyuntura que se cierre con la elección del nuevo presidente.
Tomando en consideración la
realidad efectiva de la cosa, dictado que Gramsci recupera de Maquiavelo,[17] definimos el bloque
histórico de la dominación como una totalidad social abierta, constituida por
“las relaciones objetivas sociales” (para luego pasar) al grado de “…las relaciones
de fuerza política y de partido (sistemas hegemónicos en el interior del
Estado) y, finalmente, a “las relaciones políticas inmediatas (o sea
potencialmente militares).”[18]
La complejidad implicada en el concepto de bloque histórico,
no es sólo discursiva, porque implica el reconocimiento y posición de
determinadas fuerzas materiales, la realidad efectiva de la cosa no es sólo
discursiva, como parecieran entenderlo o insinuarlo enfoques como los de
Foucault, Fairclough, y el mismo Laclau. No hay duda que el discurso constituye
y da sentido a la acción social y política, pero la materialidad de las fuerzas
implicadas la condiciona.
Lo ya dicho, supone de una parte la ligazón orgánica de
infra-estructura y superestructuras, una organización que proviene de la acción
de individuos y colectivos, lo que Marx destaca como general intellect,[19] y que Gramsci señalaba
siempre es “la obra de los grupos sociales encargados de administrar las
actividades superestructurales”.[20] En las condiciones de
Colombia el bloque de la dominación es instituido provisoriamente bajo el
régimen de la excepcionalidad para-presidencial, y luego se intenta juridicizar
mediante la ley de orden público que se viene prolongando por más de una
década, y ahora se encuentra sujeta a revisión por el congreso, donde la
absoluta mayoría la tiene la coalición de la Unidad Nacional, para su prórroga.
La forma ideológica, de naturaleza discursiva,
específicamente, la seguridad democrática, es el significante vacío que ordenó, direccionó el accionar “legítimo”
de la guerra contra los de abajo. Constituye
a la vez el código de poder que fija lo permitido y lo prohibido. Desde una
perspectiva diacrónica pretende garantizar, regular los comportamientos de
quienes resisten y se rebelan, de quienes desobedecen y demandan autonomía, la
compleja realidad de los sujetos humanos,[21] individual y
colectivamente considerados desde la perspectiva de un “antagonismo”. De ese
modo se busca gobernar un desacuerdo fundamental, el antagonismo social
conforme lo entiende Zizek, que es diferente del entendimiento ofrecido por
Ernesto Laclau, aunque compartan fuentes hasta cierto punto.[22]
UNA DISTANCIA DE MÉTODO
Y POLÍTICA
El primer libro de El
Capital, textos como El nacimiento de
la tragedia y la Genealogía de la Moral, la Traumdeutung (Interpretación de los
sueños), nos ponen en presencia de técnicas interpretativas. El efecto de
choque, la especie de herida provocada en el pensamiento occidental por estas
obras, viene de que ellas han reconstruido entre nosotros algo que Marx llamó
hieroglifos. Esto nos ha puesto en una situación incómoda, estas técnicas de
interpretación nos conciernen a nosotros
mismos; nosotros, intérpretes, nos hemos puesto a interpretarnos
mediante ellas”. Michel FOUCAULT, Nietzsche,
Freud y Marx, p. 111.
Al tomar en consideración este epígrafe,
hago explícita una distancia del entendimiento tradicional que el marxismo
tiene del antagonismo social, y la igual pretensión suya, que al resolver un
cierto antagonismo fundamental de clase, fundado en la explotación económica,
“la misma lógica que condujo a la humanidad a la enajenación y a la división de
clases crea también las condiciones para la abolición de las mismas”.[23]
Olvidando de paso, la presencia de la ideología, que constituye la realidad humana,
y a los individuos los hace sujetos. Se trata también de asumir también a Marx
como el inventor del síntoma, sin querer intentar con esto, otra suerte de
reduccionismo, en este caso ideologizante. Puesto que se trata de construir una
nueva ciencia de la democracia,[24]no es posible que ésta
prospere sin articular nuevas técnicas de interpretación, de elucidación,
heurísticas, junto con el análisis propio de la lógica conjuntista identitaria,
de la que nos habló Cornelius Castoriadis en la Institución imaginaria de la sociedad. Tales son los que llamo
laberintos del método materialista, del estudio de la inmanencia en el trabajo La Participación y representación política
en Occidente.[25]
Esta nueva ciencia en proceso de gestación tiene que responder por
“la crítica de lo que es y de lo que existe y, por lo tanto, en términos
ontológicos…(pero también) con un discurso ético-político, evaluando la
mecánica de las pasiones y los intereses…En el Imperio, ninguna subjetividad queda fuera y todos los
lugares han sido incorporados en un <> general.[26]
Del mismo modo, hay aquí una especial consideración crítica para
el trabajo realizado por la pareja posmarxista de Chantal Mouffe y Ernesto
Laclau, quienes también rompen con la lógica antes mencionada. Para ellos, y
siguiendo un poco a Zizek, “casi cualquiera de los antagonismos que, a la luz
del marxismo, parecen secundarios puede adueñarse de este papel esencial de
mediador de todos los demás”.[27]Es el planteamiento central
encuentra en el libro Hegemonía y estrategia socialista,
que postula un comienzo de ciencia de la democracia radical al revés fundada en una
teoría posmarxista.[28]
El mérito es, por una parte, que crea una teoría del campo
social basado en un antagonismo resultado del reconocimiento de un núcleo imposible, indecidible, indecible
que resiste los procesos de simbolización, de integración simbólica. Todo
intento de totalización radical, de suturar la hendidura original, que hace
posible la interpelación que constituye a los individuos, a los singulares en
sujetos, para Laclau y Mouffe está siempre condenada al fracaso.
Ahora bien, la manera de definir en lo práctico a la
democracia radical es, a no dudarlo, paradójico teórica y políticamente. La
radicalidad dispone que es posible la democracia tomando en consideración su
propia imposibilidad radical. Cualquier solución efectiva de problemas
particulares siempre se tropezará con la persistencia del antagonismo social,
de la imposibilidad. Este aserto, según Zizek, ya se encontraba plasmado en la
obra filosófica del idealista G. W. Hegel, que Zizek quiere salvar del
ostracismo posmoderno.
Así lo consignó en su tesis Le plus sublime des hystériques: Hegel passe, 1988). Hegel es eel
primer posmarxista conocido. Él “abrió
el campo de una fisura “suturada” después por el marxismo”.[29] En Hegel, de acuerdo con esta recuperación zizekiana, la reconciliación hegelesa no es para
nada la superación panlógica de toda
realidad humana en el concepto que fagocita cualquier contingencia. En suma, en
Hegel hay “la más enérgica afirmación de diferencia y …el reconocimiento de una
cierta pérdida radical”.[30] Hasta aquí la compañía de
Zizek, Laclau y Lacan. Ahora realizo un viraje relativo en términos de análisis
y hermeneútica, con ellos y en compañía
de otros.
A propósito de la interpretación y análisis de la pareja
democracia y excepcionalidad, y la disputa por la hegemonía en el tiempo del
capitalismo global comandado en lo económico y político por el posfordismo y la
soberanía imperial; para pensar la situación transicional, de crisis orgánica
que experimenta Colombia en la reciente
década, es necesario a la vez que incorporar elementos para el análisis
discursivo de la política de guerra con la que se interpela a los muchos,
reconocer igualmente su materialidad, y en tanto tal, su singularidad y
pluralidad efectivas, no resueltas en la formación social capitalista local y
global.
Al hacerlo, no sólo se trata de una recuperación de Hegel,
y de la teoría del discurso. Todo lo cual nos ayuda a asir desde la
hermeneútica el plano de las superestructuras, con su lógica de lo
contradictorio, de los opuestos inducida por la existencia de un antagonismo
social concreto que constituye la realidad del capitalismo. También es menester
aprehender la realidad de los distintos, que en su positividad dinámica
determinan, condicionan en últimas el antagonismo de lo social en su
historicidad, y ésta no puede ser reducida in totto en el discurso. Este nivel
tiene su propia lógica y autonomía que define la complejidad del bloque
histórico concreto, y de cualquier formación social capitalista, local y
globalmente.
Se trata, por lo dicho, del retorno de lo común, y del
comunismo como discurso y como práctica ético política. Al respecto apuntan los
discursos de Hardt y Negri sobre el comunismo de la multitud, cuando los
singulares, cada uno de los que constituyen el pueblo se liberan de la
alienación a que los somete la forma estado para dominarlos, para interpelarlos
bajo el discurso de la sujeción.
En esa dirección apunta también la recuperación del discurso
de Spinoza acerca de la democracia, en la dirección contraria a como la
entendió el conservador Churchill, signado por la desconfianza del egoísta
moral. Sobre esta recuperación poco habla Zizek y Laclau, a no ser, en el
primero, para confrontar los escritos de Deleuze y Guattari.
Todo es para concluir que el antagonismo social que funda el
capitalismo como forma de dominación se puede resolver en el imaginario de lo
común, sin que tenga como desenlace forzoso determinista el infierno
totalitario. Porque, en primer lugar, no es posible el comunismo sin la
liberación del trabajo humano de las relaciones de explotación, subordinación y
dominio que definen la arquitectura básica de cualquier formación social regida
por la acumulación capitalista. Es cierto, como lo dice Virno, que lo que
conocemos es el comunismo del capital, precisamente, porque en los socialismos
existentes no se liberó el trabajo, desde los tiempos de Lenin y los
bolcheviques. Tal no fue, en cambio, la lectura de Antonio Gramsci, quien
planteó en los escritos de la cárcel la posibilidad siempre actual, en la lucha
anticapitalista de la sociedad civil autónoma, auto-organizada.
OBSERVACIONES PRELIMINARES
Lo ya dicho abre las puertas a la discusión de las
condiciones de posibilidad actuales, no del socialismo, sino del comunismo
democrático, su virtualidad. Así nos colocamos en la senda de ir más allá de la insociable sociabilidad del hombre,
que postuló Kant, cuyo corolario sarcástico es la perpetua búsqueda de la paz en el capitalismo por medio de la perennidad
guerra, sin solución de continuidad.
Es
también tal debate intelectual y práctico la antesala para el desarrollo de la reflexión y la evaluación de las conclusiones contenidas en el presente estudio
acerca de la transición política en Colombia. Tal transición ocurre y ha ocurrido a lo largo
de la década como una tensión entre democratización y de-democratización producida
al interior del bloque histórico de la dominación burguesa, que una vez reconstituido
contradictoriamente en el arreglo constitucional de 1991, después el antagonismo
social aflora en toda su potencia transformadora dinamizado por la presencia
novedosa de las multitudes, cuyo existir mismo es por supuesto ambiguo en el proceso de constituirse en verdaderos
sujetos políticos.
Después de la década de-democratizadora, que calificamos así al usar la noción acuñada por Charles Tilly, asistimos en los dos últimos años, 2010-2012, que son los primeros de la presidencia de Juan Manuel Santos a un giro político fundamental. Éste nos coloca de inmediato en el horizonte de una paz posible con las Farc-Ep, con la firma del Acuerdo General para la Terminación del Conflicto, el 26 de agosto de 2012.
Luego de 6 meses de conversaciones preliminares, y con el señalamiento de una hoja de ruta, que tendrá una segunda fase, el próximo 9 de octubre en Oslo, Noruega, está abocada Colombia a actualizar toda la potencialidad democrática antes reprimida por el régimen de la seguridad para-presidencial.
Luego de 6 meses de conversaciones preliminares, y con el señalamiento de una hoja de ruta, que tendrá una segunda fase, el próximo 9 de octubre en Oslo, Noruega, está abocada Colombia a actualizar toda la potencialidad democrática antes reprimida por el régimen de la seguridad para-presidencial.
[1] La revolución
pasiva, según el estudioso italiano Giuseppe Vacca, califica en Gramsci
la época histórica en las que las transformaciones impuestas por una gran
revolución, la propagación de sus impulsos en otras realidades y en otros
países, sucede en ausencia de iniciativas históricas de las masas populares y
por lo tanto es promovida y dirigida por las viejas clases dominantes. Prólogo,
en: Una introducción a los Cuadernos de la Cárcel de Antonio Gramsci (2000). KANOUSSI, Dora. P y V.
México, pp. 17-18
[2] HARDT, M, NEGRI, Antonio
(2004). Multitud. Guerra y democracia en
la era del Imperio. Debate. Random House Mondadori. Argentina, p. 396.
[3] Op. cit., p. 397.
[4] VALENCIA, Luis Carlos (2010). Democracia y excepcionalidad en: “El autoritarismo de opinión”.
Revista Javeriana N. 762, pp. 54-59.
[5] El episodio más reciente es la destitución de la
senadora Piedad Córdoba, cabeza de Colombian@s por la Paz, ordenada por la
Procuraduría, aduciendo su colaboración manifiesta con las Farc.
[6] ALOP (2001). Plan
Colombia ¿seguridad nacional o amenaza regional. CEPES. Lima, pp. 37-68.
[7] Crisis orgánica es crisis de hegemonía, crisis del
Estado en su conjunto para Antonio Gramsci, quien la denota como crisis de dirección
del bloque histórico dominante sobre los grupos y clases subalternos, la que se
manifiesta primero como crisis de representación, la que de suyo no es
irreversible.
[8] Una primera aproximación al asunto del “método de
investigación” que empleo, implica considerar una hibridación teórica de
análisis y la hermenéutica del síntoma según lo propuesto por Michel Foucault
al estudiar las técnicas de interpretación. Así lo plasmé en el breve apartado Los laberintos del método materialista,
de mi libro La participación y la representación política en Occidente (2000). CEJA/UJ. Bogotá, pp.
20-22.
[9] TILLY, Charles.
[10] LACLAU, E., MOUFFE, Chantal
(1987). Hegemonía y estrategia socialista.
Siglo XXI editores. Madrid.
[11] FOUCAULT, Michel (1967). Nietzsche, Freud y Marx, en: El psicoanálisis en el materialismo
histórico. Editorial Zeta. Medellín.
[12] FAIRCLOUGH, Norman (1994). Language and Power. Longman. London.
[13] La “operación Sodoma”, que dio de baja al Mono Jojoy,
comandante militar del Bloque oriental de las Farc, es una muestra de dicho
propósito, al comienzo de la administración Santos.
[14] Metodológicamente, la noción de bloque histórico permite concretar, operacionalizar los principios
marxianos para entender, según Gramsci, “el problema de las relaciones entre estructura
y superestructura el que hay que plantear exactamente y resolver para llegar a
un justo análisis de las fuerzas que operan en la historia de un determinado
periodo y determinar su relación. Hay que moverse en el ámbito de dos
principios: 1) el de que ninguna sociedad se impone tareas para cuya solución
no existan ya las condiciones necesarias y suficientes o que éstas no estén al
menos en vías de aparición y desarrollo; 2) y el de que ninguna sociedad se
disuelve y puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas
de vida que están implícitas en sus relaciones…” (MARX, Carlos. Prólogo de la Contribución a la crítica de
la Economía Política). Cuadernos de la Cárcel 5, p. 32.
[15]Gramsci se refiere al tercer momento en la relación de las
fuerzas políticas, “el neto pasaje de la estructura a la esfera de las
superestructuras complejas…” en: Análisis
de situaciones: relaciones de fuerzas. Cuadernos de la Cárcel 5 (1999).
Cuaderno 13. Editorial ERA/BUAP. México, pp. 36.
[16] Ibídem, op. cit., p. 33.
[17] GRAMSCI, Antonio (1985). Maquiavelo, la Política y el Estado Moderno. Editorial Juan Pablos.
México.
[18] Op cit., ibídem, pp. 36-37.
[19] Revisar el capítulo VI,
Inédito. Gründrisse (1859), objeto de estudio puntual por Antonio Negri, en su
ciclo de conferencias Marx, Más allá de
Marx, en París.
[20] PORTELLI, Hugues (1979). Gramsci y el bloque histórico. Siglo XXI editores. México, p. 48.
[21] ZIZEK, Slavoj (1992). Introducción, en: El sublime
objeto de la ideología. Siglo XXI editores. México, p. 24. Zizek nos refiere
que la verdadera ruptura en la teoría de la ideología, a propósito del sujeto,
la representa Louis Althusser, con su insistencia de que “es una cierta fisura,
una hendidura, un reconocimiento falso, lo que caracteriza a la condición
humana en cuanto tal, con la tesis de que la idea del posible fin de la
ideología es una idea ideológica par excellence (Althusser, 1965)
[22] ZIZEK, Slavoj (1992). El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI editores. México. Él
hace una crítica al marxismo ortodoxo, acudiendo a su lectura de Hegel vía
Lacan, para advertir que “no hemos de borrar la distancia que separa lo Real
que hay en cada simbolización, puesto que es este plus de lo Real que hay en
cada simbolización lo que funge como objeto-causa de deseo. Llegar a un acuerdo
con este plus (o con mayor precisión, resto) significa reconocer un desacuerdo
fundamental (“antagonismo”), un núcleo
que resiste la integración-disolución simbólica”, p. 25
[23] Zizek, S. Op cit., pp. 25-26.
[24] Es el desafío que lanzan
Negri y Hardt en la escritura conjunta de la saga Imperio, Multitud y
Commonwealth.
[25] HERRERA ZGAIB, Miguel Angel (2000). Op. cit., pp.
20-22.
[26] HARDT, N, NEGRI, Antonio (2002). Virtualidades en: Imperio, p. 309.
[27] Ibídem, p. 26.
[28] LACLAU, Ernesto, MOUFFE, Chantal (1987). Hegemonía y estrategia socialista. Siglo
XXI. Madrid.
[29] ZIZEK, op. cit., p. 29.
[30] Ibídem., p. 30.
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