UN DOBLE HOMENAJE A LOS HACEDORES
DE LA LITERATURA SUBALTERNA
Conversaciones fuera de
la Catedral
THOMAS PYNCHON Y
GARCÍA MÁRQUEZ
Encuentro lejano y
descentrado
“Cervantes
es el representante del Renacimiento, de la decadencia de España, y Gabo, de la
posmodernidad, de la llegada de América Latina a los horizontes globales.”
Gerald Martin, conversación telefónica, en ET, 20/04, 2014, p. 2.
Al otro lado, arriba del Atlántico, más allá del Caribe,
otro escritor invisible, Thomas Ruggles Pynchon Jr., borrado de la cotidianidad
por voluntad propia. Nacido en un paraje de Nueva Inglaterra, en Glen Cove,
Long Island (New York), diez años después que Gabo, el 8 de mayo de 1937, ha
seguido con gran cuidado y delectación su trayectoria. Es su alma gemela por
una buena cantidad de años; lo sobrevive escribiendo con rabiosa lucidez sobre
Estados Unidos y su circunstancia posthumana.
Ambos han estado
dedicados a conmover con su carga de profundidad antimoderna la república
liberal de las letras. García Márquez y Pynchon han batido con laboriosa
filigrana la pócima que desentraña, disuelve los misterios
incestuosos y asesinos de la socialidad domeñada por el capital.
Bajo la doble
impronta de la anti-modernidad y la posthumanidad, los dos reinventan la
narrativa, en procura de un punto de fuga. Recuperan la sensibilidad borrada,
blandiendo el sentido común de la oralidad subalterna, en sostenida rebeldía
contra lo estatal existente.
Las dos trayectorias
arrancan de la modernidad sembrada y cosechada, en el comercio con las letras
norteamericanas. Se apropian con maestría de lo que Marshall Berman distinguió
como el modernismo literario, y que incluye, entre otras obras, El Manifiesto
Comunista. Los dos encuentran sus claves literarias en el trajín con la
poesía, y la contemplación y escucha inagotable del mar.
La disputa con la
modernidad del sujeto individuado, antes todopoderoso, ahora fragmentado es
saldada literariamente con la energía del inconsciente de los dos artistas.
Madres todopoderosas son la piedra de toque, sumergidos en la tempestad de
paternidades ausentes, para que sus palabras singulares no se ahoguen en
la errancia.
El rito iniciático de
Thomas Pynchon se cumple expurgando el poema libro del modernista Thomas
S. Eliot, The Waste Land, mientras Gabriel García Márquez hace lo propio,
primero, a través del contacto poético anacrónico con España, con la poesía de
la tardía ilustración, leída a ritmo de tranvía hasta la catástrofe del 9
de abril de 1948, que puso fin a su peripatetismo sobre rieles en la soledad
fría de la sabana de Bogotá.
El estudiante
provinciano, viviendo en una pensión de tercera, escanciaba recuerdos
infantiles leyendo poesía. Imaginaba, tejía mundos entre la calle 72, el barrio
Chapinero, en extremo el norte, y Las Cruces, el habitáculo de la pobrería en
el extremo sur. Era el espacio social de la Bogotá del medio siglo pasado.
Gabo había sido iniciado
antes su lectura poética en comercio literario con un maestro libertario, en el
Liceo nacional de Zipaquirá. Aquí vino a parar aquel calentano arrancado por
decisión materna del Liceo Celedón, en la ardiente y húmeda Santa Marta, con
sus fantasías y amores juveniles. Así está escrito en el único de tres
volúmenes prometidos de sus Memorias: Vivir para contarla.
El caribeño trasterrado,
transplantado de repente a la atmósfera gris, envuelto en la negra
rutina que interrumpía con sobresaltos la algarabía de la república liberal,
convivía con el orden impuesto por “orejones” de tercera. Ellos habían
fabricado una independencia a medias, al independizarse de España.
Así las cosas, Gabo
habitaba una modernidad contrahecha. En fuga existencial, pronto se hermanó,
encontró un alma gemela en la obra del checo Franz Kafka. En aquella
lectura deslumbrante descubrió, desenmarañó su vocación de escritor,
recuperando el sentido común, la fantasía de una resistencia preñada de
religiosidad popular, donde Cervantes fue también su gran maestro. Aunque muy
poco haya dicho y escrito al respecto, incluido el reciente trabajo de Dasso Saldívar.
(Continua)
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