LA ELECCIÓN: UNA LETANÍA POR LA CLASE
MEDIA.
Miguel Angel Herrera
Zgaib
Director Grupo PyP
Profesor asociado, C. Política, Unal.
Nunca antes estuvimos más cerca
en Colombia, de producir un cambio en materia de representación política, que
el pasado 17 de junio. Todo empezó a perfilarse, en dos escenarios previos, el
primero, marcado por la elección al congreso, y el segundo, por la primera
vuelta presidencial. En ambos casos probaron fuerzas destacamentos políticos de
la reacción, la derecha, el centro, el liberalismo y el progresismo.
Estas nomenclaturas provisionales permitieron también, por primera vez,
en un escenario nacional, con el menor número de acciones bèlicas, probar las
actuaciones propias del llamado binomio gobierno oposición. Una experiencia que
sólo vivió una cortísima luna de miel con la presidencia de Virgilio Barco, que
coincidió con la más cruda embestida político terrorista comandada por Pablo
Escobar, en oposición a la extradición que había empezado a aplicarse con el
gobierno de Belisario Betancur, perpetrado el asesinato del exministro Rodrigo
Lara Bonilla.
La segunda vuelta
Como antesala a la segunda vuelta vivimos los alinderamientos de las diferentes fuerzas, que concluyeron
ordenados para el “combate de la representación” en dos campos: la guerra y la paz. Uno bajo el doble liderazgo de Duque/Uribe, y
el otro con la conducción de Petro/Robledo.
Entre uno y otro, los bloques de la guerra y la paz, el liberalismo que tuvo a Humberto de la Calle
como campeón, por una parte, torció el
brazo por el voto en blanco; mientras que la mayoría congresional, siguió a su
jefe, César Gaviria quien votó por Iván
Duque, dejando al partido de las reformas boquiando.
La Coalición Colombia, con dos
de sus principales adalides, Sergio Fajardo y Jorge Enrique Robledo, hicieron
lo propio, al hacer público su voto en blanco, a contravía de la mitad de sus
huestes, y Robledo, de lo dispuesto por
la mayoría del PDA. En resumen, los dos no acompañaron lo que decidieron los
demás líderes de la coalición, Antanas, Claudia y Antonio, preocupados los tres, por anticipado, eso sí,
por la suerte de la alcaldía de la capital.
Nomenclatura de las
clases
Entre los años 2010 y 2018, en materia político procesual, Colombia
experimenta un tiempo definido, usando a Gramsci, como una coyuntura
estratégica, la principal del último medio siglo, puesto que corresponde al
desenlace de una crisis de hegemonía de la dominación de signo bipartidista.
Pues bien, leída esta coyuntura en términos socio-políticos, se viene produciendo una mutación en el
sentido común dominante sobre la pequeña burguesía, sujeta por casi dos siglos
a una tutela ideológica bipartidista. En este ciclo eleccionario, esta clase media
se partió en dos: un contigente
variopinto tomó el rumbo marcado por la alianza estratégica de la reacción y la
derecha; y el otro, siguió el que le indicó el progresismo liberal y la
izquierda democrática.
Hechas las cuentas, tomando como
referencia a la segunda vuelta, se hizo evidente que las dos terceras partes de
la pequeña burguesía se inclinaron por favorecer la opción reaccionaria, y
fortalecieron sus prejuicios anti-igualitarios, lo que significa bloquear el
desarrollo progresista de la Constitución de 1991, en particular los artículos
11, y 13. La pequeña burguesía en sus diversos sectores sigue sin entender que
puede ser la igualdad social, puesto que rema y sobreagua en un mar de
privilegios, cuya parte de león conservan siempre la reacción y la derecha.
De otra parte, revisando el conjunto de los grupos y clases subalternas
de Colombia, presentan también una disonancia histórica que es casi constante,
dos terceras partes de los pobres del campo y la ciudad, alrededor del 40 % no
votan, se abstienen, son indiferentes a la suerte de la política entendida como
cambio o continuidad del gobierno periódico. Porque, el grueso de los
subalternos, poco o casi nada esperan de
las elites políticas gobernantes, en el sentido que sus decisiones puedan modificar en lo sustancial a una
nación que según estadísticas confiables, es la tercera más desigual de la
tierra.
Los pobres “no
comen” cuento
Hay razones más que suficientes para que lo piensen así. En particular,
el antecedente más significativo es la Constituyente que se tradujo en la
Constitución de 1991, que pronto cumplirán 27 años, en la medida en que el
Estado se comprometía con crear las condiciones para que la igualdad fuera real
y efectiva, y en la acción afirmativa a favor de las minorías y de los
niños.
Nada de esto ocurrió. Bajo estas faltas inocultables ganó momento la
candidatura del progresista de la
Colombia Humana, el provinciano de Ciénaga de oro y Zipaquirá, Gustavo
Petro. Él logró movilizar parte de la multitud subalterna, el respaldo de parte de los pobres
organizados, pero su incidencia fue mucho menor en los que no, en los que
reparten su angustia cotidiana en las barriadas, en las comunas y localidades
más deprimidas.
En ellas cohabitan, se apiñuscan, sobreviven 8 millones de desplazados, y unos 8 millones
de excluidos consuetudianarios, quienes
desde el Frente nacional, carecen de uno
o varios servicios sociales básicos,
salud, vivienda, educación, trabajo, y,
refuerzan el sentido común de la dominación, con la cortina de varias
religiones reveladas, y sus respectivas sectas.
¿Cómo se alimenta la
corrupción?
Gustavo Petro, para poner en
crisis la campaña política que monopolizaba la corrupción, que abanderaba la
Coalición Colombia, advirtió que el verdadero modo de combatirla, el más
eficaz era romperle el espinazo al que
el grupo presidencialismo y participación denominó régimen parapresidencial,
diferenciándonos de los que postulan que el colombiano es un estado mafioso.
En efecto, la derrota del bloque de la paz, con Petro a la cabeza, por
algo más de 2 millones, señala que la corrupción ha obtenido una nueva
victoria. A los pocos días, este jueves, el Fiscal de la nación, vinculado de
antaño con Cambio Radical, cumplió con informar de la corrupción política electoral,
nucleada en la costa atlántica, después de muerto el gran barón conservador
clientelista, Gerlein Echeverría, quien
dejó una “digna” sucesora, Aída Merlano. Pero, el fiscal Martínez señaló que los anillos de la corrupción
tienen una suerte de expansión radiada, llegando hasta el departamento del Valle del Cauca, donde la senadora
María Fernanda Cabal fue rozada por el rumor.
El nuevo presidente, Iván Duque, elegido con la colusión de todos los corruptos, como lo
recordó su rival, y lo gritó Claudia
López, quien aspira a competir como aspirante a la alcaldía de Bogotá, y
recibió un “putazo” del senador hijo de el exgobernador de Antioquia, dijo en
su discurso de triunfo que él estará en la campaña anticorrupción que arranca
en poco tiempo. Así las cosas, los
corruptos desaparecen de la vista. Porque el bloque de la guerra señala con
suficiente cinismo que allí no hay corruptos.
La verdad es, ni más ni menos, que el régimen para-presidencial continua, se
perpetua, pero al conseguirlo tuvo el concurso voluntario de buena parte de la
pequeña burguesía que hizo causa común con la oligarquía dizque para preservar
su propiedad privada, y sus libertades individuales, amenazadas por un embozado
castro-chavista, Gustavo Petro, el exguerrillero que fue torturado durante la
presidencia de Julio César Turbay, de quien fue gobernador de Antioquia, el
progenitor del actual presidente.
La pequeña burguesía se disfrazó de centro y de blanco, y el resultado está a la vista. Sigue presa de
la vulgata neoliberal. Está sujeta a la
hegemonía económica de la propiedad privada juzgada como sacrosanta e
inviolable, y siente escalofríos ante la función social de ésta, que existe en la historia del orden constitucional colombiano desde al menos el año 1934. El reformismo social y económico no son de buen recibo,
porque supone poner en entredicho el ascenso social de los diversos sectores de la clase media
que aspiran a ser burgueses a plenitud.
Los cuatro años que arrancaron en 2018, tiene a la disputa hegemónica
como primera gran tarea a conseguir para desbloquear el curso debida de la
revolución democrático, que, por lo pronto, quedó estacanda una vez más entre
el Escila y el Caribdis, de los pobres subalternos y la pequeña burguesía que
le permiten al bloque en el poder recomponerse, con una transacción esta vez
entre Uribe, Santos, y su procónsul, Iván Duque. Le corresponde a la oposición una tarea
hercúlea, y a los subalternos mover una
inmensa reforma intelectual y moral que tiene en la universidad pública
el catalizador principal.