5 de septiembre de 2012


DEMOCRACIA Y PRESIDENCIALISMO DE EXCEPCIÓN. LA TRANSICIÓN POLÍTICA EN COLOMBIA, 1999-2012.

MIGUEL ANGEL HERRERA ZGAIB
Profesor Asociado, Ciencia Política
Universidad Nacional de Colombia
Director Grupo Presidencialismo y Participación
presid.y.partic@gmail.com
miguel.herrera@transpolitica.org

 CAPÍTULO PRIMERO

BASES TEÓRICO METODOLÓGICAS. UNA CIENCIA DE LA PRAXIS DEMOCRÁTICA DE LA SUBALTERNIDAD EN LA ERA IMPERIAL


Pero desde el momento en que un grupo subalterno deviene realmente autónomo y hegemónico suscitando un nuevo tipo de Estado, nace la concreta exigencia de construir un nuevo orden intelectual y moral o sea un nuevo tipo de sociedad y por tanto la exigencia de elaborar los conceptos más universales, las armas ideológicas más refinadas y decisivas. Antonio Gramsci. Q 11, p. 338.

                                                            El epígrafe indica el horizonte y  la dirección del esfuerzo analítico  hermenéutico, las premisas teóricas para pensar la nueva ciencia de la democracia, desde las que este enfoque inter y transdisciplinar  trabaja el  análisis político de una transición singular que observaré desde la perspectiva  estratégica, no neutral, del trabajo. Para explicar en su devenir tendencial de-democratizador esta relación de fuerzas local y global que define la actual democracia, ésta es caracterizada por  una recomposición de la situación de dominio sobre determinados grupos y clases a través de un desarrollismo impuesto, bajo la fórmula de una revolución pasiva.[1]
 
Ellos, los afectados, resisten y cuestionan la violenta inserción de Colombia en el nuevo régimen de acumulación que hegemoniza la red capitalista global: el posfordismo, para el cual los estados de excepción son el dispositivo recurrente del sistema político de la soberanía imperial con el cual garantiza su reproducción planetaria. 

A la guerra, la multitud responde con el éxodo, que en las condiciones de Colombia mucho tiene que ver con el desplazamiento interno y externo de millones de pobres, minorías y proletarios. Esta multitud, ontológicamente, “es un conjunto difuso de singularidades que produce una vida común; es una especie de carne social que se organiza a sí misma en un nuevo cuerpo social. Esto es lo que define a la biopolítica. Lo común, que es al mismo tiempo un resultado artificial y un fundamento constitutivo, es lo que configura la sustancia móvil y flexible de la multitud.[2]

La anterior presencia de la multitud aparece también en términos sociales en el trabajo agrícola como el industrial, que siendo singulares desarrollan bases comunes a través de la cooperación y la comunicación, y tienden a formar un tipo de motor constituyente.[3] Todo esto ocurre bajo una forma de dominación, el estado democrático liberal que, sin embargo,  ahora usa de modo recurrente, al degenerarse por la estrategia de guerra, los estados de excepción.

Luego de la ruptura intempestiva de las negociaciones de paz en el Caguán avanza  en progresión tal excepcionalidad, desde el Decreto 1837 del 11 de agosto de 2002,[4] y luego la legislación de orden público, como el Estatuto Antiterrorista, acto legislativo 2 de 18 de diciembre de 2003, que modificaba los artículos 15,24, 28 y 250 de la Constitución declarado inexequible por la C.C. El gobierno a tavés del Plan Colombia al  hacer la guerra contra la oposición armada, y desacreditar a la oposición civil señalándola como colaboradora de las guerrillas,[5] con el apoyo e injerencia extranjera manifiesta, produce sus frutos de-democratizadores en los campos y  ciudades, al tiempo que fracasa en la eliminación de los cultivos ilícitos con los que, sin embargo, asocia guerrilla, terrorismo y narcotráfico .[6]  

Entonces se trata de explicar y comprender la complejidad de una situación  política que es definida como de crisis orgánica,[7] para aprehenderla en la coyuntura de los pasados diez años, para descubrir y articular las determinaciones históricas del complejo sociedad civil (dirección) y sociedad política (coerción) que demarcan los escenarios del conflicto interno. La crisis define las potencialidades implícitas en un tránsito coyuntural que en el marco de una guerra de posición promete una consolidación de la democracia liberal, dándole cabida a las representaciones partidistas de la oposición y a los movimientos de la multitud trabajadora y pobre. 

Luego, de cara a la transición, frente a la acumulación de demandas insatisfechas el bloque dominante del capital en coalición de independientes y con el concurso de los partidos tradicionales  liberal y conservador realiza un giro reaccionario, y acude a la excepcionalidad de la guerra para desmontar el proyecto democratizador prometido por el Estado social de derecho.[8]
 
El enfoque exige no sólo el análisis lógico de la apariencia de la realidad política de la transición actual sobre-determinada por la excepcionalidad política. El enfoque articula  también un  ejercicio hermenéutico que hace posible el estudio sintomático de la forma política que adopta la relación democracia y guerra en Colombia. Ello implica, primero, el estudio de la forma ideológica del imaginario de la seguridad democrática. 

Con esta forma se constituye la realidad de-democratizadora de la transición, [9]cuando ella subtiende y fija el sentido de la compleja red de poder micro, capilar, y macro estatal de las relaciones político-jurídicas, económicas, culturales y sociales. En suma, el imaginario integrador que hace posible la forma de la seguridad democrática define el bloque histórico gobernante y dominante con el dispositivo principal de la excepción de hecho y de derecho.  

Con la ayuda de los estudios sobre el discurso político adelantados por Laclau/Mouffe,[10] Michel Foucault,[11] Norman Fairclough,[12] y Slavoj Zizek, se realiza el estudio de las formas ideológicas, y de modo particular, la forma seguridad democrática. Ellas conforman los aparatos de hegemonía y legitimidad parciales, y posibilitan las funciones “normales o no” de producción y reproducción de la formación social, bajo el régimen del significante dominante que las codifica. 

En este caso particular, nos referimos a  la seguridad democrática, que al mismo tiempo instrumentalizó el dispositivo de la excepcionalidad para hacer posible y ejecutable la política pública de guerra como rectora de la actividad estatal. Este fue el curso de la acción seguido desde 1999 hasta el final del segundo gobierno de Álvaro Uribe Vélez, sin que el nuevo mandatario haya procedido a su efectivo desmonte. 

Ahora bien, el Estado de gobierno que se formaliza en el Estado social de Derecho vive su desenlace cuando un poder ejecutivo que decide la excepcionalidad se encuentra reforzado por el reciente triunfo electoral presidencial con algo más de nueve millones de votos, y congresional. Es el punto de llegada de la presente etapa de la crisis orgánica del capitalismo político colombiano en la época del posfordismo bajo “el cobijo” de la forma soberana imperial desterritorializada. 

El nuevo presidente anunció un giro discursivo cambiando el acento democrático al sustantivo prosperidad en lugar de seguridad, bajo la falsa premisa que ésta ya fue conquistada. Así se pretende conquistar la hegemonía, e ir más allá de la legitimidad obtenida para la política pública de guerra. Recomponiendo el bloque en el poder, que comanda la sociedad política, al incorporar a Cambio Radical y al Liberalismo en la coalición de Unidad Nacional. 

Empero, el último asunto tratado sumariamente no es objeto específico de análisis en este ensayo. Lo refiero, repito, como límite espacio temporal de la evolución de la crisis de hegemonía, de dirección estatal sobre sus rivales, antagonistas históricos, los grupos y clases subalternas que luchan por su autonomía social y política.  

Simultáneamente,  el bloque gobernante que caracteriza el desmonte interno del Estado de gobierno, en esta segunda acción estratégica, insiste para resolver la crisis orgánica en  privilegiar el dispositivo de la excepcionalidad, buscando liquidar, de una parte, a la oposición político militar de las guerrillas al escalar la guerra interna con gigantescas operaciones aéreas, y recuperar el monopolio de la fuerza/violencia en el territorio nacional;[13] a la vez que mediante un programa de devolución de tierras expropiadas a campesinos y comunidades raizales cooptarlos para el programa de la prosperidad para los pequeños y medianos propietarios rurales. 

Usando como efecto de demostración las herramientas del resorte inmediato del gobierno y la acción congresional. En el primer caso, allanando el Concejo Nacional de Estupefacientes, destituyendo a su director y confiscando luego los archivos institucionales intempestivamente. En el segundo, a través del proyecto de reparación a las víctimas del conflicto armado, así como  la modificación del régimen de regalías por vía legislativa. Esta última medida de política dotará de  presupuesto al gobierno, permitiéndole responder a la crisis fiscal y agro-industrial, y a la crisis humanitaria significada por el desplazamiento y la pobreza y miseria rural juntas.

De manera sumaria,  la nueva estrategia en la guerra de posición cambia  el imaginario de la seguridad por la prosperidad democrática, con el propósito de  ganar el control y dirección de la sociedad civil, neutralizando la oposición expresada en tres vertientes organizadas y diversas, el recién creado Partido Verde, que canalizó el descontento de sectores de la clase media y las juventudes; el PDA, que pasó electoralmente a ser la tercera fuerza, afectado por la burocracia, la división interna y la corrupción política; y los movimientos sociales y las minorías étnicas no alineadas.

ANÁLISIS DE DISCURSO  Y BLOQUE HISTÓRICO

El análisis del discurso de la política de guerra, dominante en hacer excepcional del ejecutivo presidido por Andrés Pastrana, y Alvaro Uribe en dos oportunidades consecutivas, para un periodo de diez años, está levantado sobre una doble dinámica que constituye la realidad del bloque histórico,[14] que garantiza la productividad del trabajo social, el proceso de trabajo formal y real subsumido por el capital.  De una parte, se trata de la dinámica del antagonismo en lo infra-estructural, y de otra, de un dinamismo contradictorio como propio de las superestructuras complejas.[15] Es un funcionamiento diferencial, infra y superestructural que es articulado por el discurso de un significante específico, la seguridad democrática, para la década estudiada. 

De tal modo, que luego nos permite ubicarnos “en los diversos grados de las relaciones de fuerzas”,[16] para desentrañar su complejidad, y explicar la forma de la excepcionalidad que lo preside en la coyuntura que se cierre con la elección del nuevo presidente.

Tomando en consideración la realidad efectiva de la cosa, dictado que Gramsci recupera  de Maquiavelo,[17] definimos el bloque histórico de la dominación como una totalidad social abierta, constituida por “las relaciones objetivas sociales” (para luego pasar) al grado de “…las relaciones de fuerza política y de partido (sistemas hegemónicos en el interior del Estado) y, finalmente, a “las relaciones políticas inmediatas (o sea potencialmente militares).”[18]
 
La complejidad implicada en el concepto de bloque histórico, no es sólo discursiva, porque implica el reconocimiento y posición de determinadas fuerzas materiales, la realidad efectiva de la cosa no es sólo discursiva, como parecieran entenderlo o insinuarlo enfoques como los de Foucault, Fairclough, y el mismo Laclau. No hay duda que el discurso constituye y da sentido a la acción social y política, pero la materialidad de las fuerzas implicadas la condiciona. 

Lo ya dicho, supone de una parte la ligazón orgánica de infra-estructura y superestructuras, una organización que proviene de la acción de individuos y colectivos, lo que Marx destaca como general intellect,[19] y que Gramsci señalaba siempre es “la obra de los grupos sociales encargados de administrar las actividades superestructurales”.[20] En las condiciones de Colombia el bloque de la dominación es instituido provisoriamente bajo el régimen de la excepcionalidad para-presidencial, y luego se intenta juridicizar mediante la ley de orden público que se viene prolongando por más de una década, y ahora se encuentra sujeta a revisión por el congreso, donde la absoluta mayoría la tiene la coalición de la Unidad Nacional, para su prórroga. 

La forma ideológica, de naturaleza discursiva, específicamente, la seguridad democrática, es el significante vacío  que ordenó, direccionó el accionar “legítimo” de la guerra contra los de abajo.  Constituye a la vez el código de poder que fija lo permitido y lo prohibido. Desde una perspectiva diacrónica pretende garantizar, regular los comportamientos de quienes resisten y se rebelan, de quienes desobedecen y demandan autonomía, la compleja realidad de los sujetos humanos,[21] individual y colectivamente considerados desde la perspectiva de un “antagonismo”. De ese modo se busca gobernar un desacuerdo fundamental, el antagonismo social conforme lo entiende Zizek, que es diferente del entendimiento ofrecido por Ernesto Laclau, aunque compartan fuentes hasta cierto punto.[22]
 
UNA DISTANCIA DE MÉTODO Y  POLÍTICA

El primer libro de El Capital, textos como El nacimiento de la tragedia y la Genealogía de la Moral, la Traumdeutung (Interpretación de los sueños), nos ponen en presencia de técnicas interpretativas. El efecto de choque, la especie de herida provocada en el pensamiento occidental por estas obras, viene de que ellas han reconstruido entre nosotros algo que Marx llamó hieroglifos. Esto nos ha puesto en una situación incómoda, estas técnicas de interpretación nos conciernen a nosotros  mismos; nosotros, intérpretes, nos hemos puesto a interpretarnos mediante ellas”. Michel FOUCAULT, Nietzsche, Freud y Marx, p. 111.

Al tomar en consideración este epígrafe, hago explícita una distancia del entendimiento tradicional que el marxismo tiene del antagonismo social, y la igual pretensión suya, que al resolver un cierto antagonismo fundamental de clase, fundado en la explotación económica, “la misma lógica que condujo a la humanidad a la enajenación y a la división de clases crea también las condiciones para la abolición de las mismas”.[23]
 
Olvidando de paso, la presencia de la  ideología, que constituye la realidad humana, y a los individuos los hace sujetos. Se trata también de asumir también a Marx como el inventor del síntoma, sin querer intentar con esto, otra suerte de reduccionismo, en este caso ideologizante. Puesto que se trata de construir una nueva ciencia de la democracia,[24]no es posible que ésta prospere sin articular nuevas técnicas de interpretación, de elucidación, heurísticas, junto con el análisis propio de la lógica conjuntista identitaria, de la que nos habló Cornelius Castoriadis en la Institución imaginaria de la sociedad. Tales son los que llamo laberintos del método materialista, del estudio de la inmanencia en el trabajo La Participación y representación política en Occidente.[25] 

 Esta nueva ciencia en proceso de gestación tiene que responder por “la crítica de lo que es y de lo que existe y, por lo tanto, en términos ontológicos…(pero también) con un discurso ético-político, evaluando la mecánica de las pasiones y los intereses…En el Imperio,  ninguna subjetividad queda fuera y todos los lugares han sido incorporados en un <> general.[26]

Del mismo modo, hay aquí una especial consideración crítica para el trabajo realizado por la pareja posmarxista de Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, quienes también rompen con la lógica antes mencionada. Para ellos, y siguiendo un poco a Zizek, “casi cualquiera de los antagonismos que, a la luz del marxismo, parecen secundarios puede adueñarse de este papel esencial de mediador de todos los demás”.[27]Es el planteamiento  central  encuentra  en el libro Hegemonía y estrategia socialista, que  postula un comienzo  de ciencia de la  democracia radical al revés fundada en una teoría posmarxista.[28]

El mérito es, por una parte, que crea una teoría del campo social basado en un antagonismo resultado del reconocimiento de  un núcleo imposible, indecidible, indecible que resiste los procesos de simbolización, de integración simbólica. Todo intento de totalización radical, de suturar la hendidura original, que hace posible la interpelación que constituye a los individuos, a los singulares en sujetos, para Laclau y Mouffe está siempre condenada al fracaso.

Ahora bien, la manera de definir en lo práctico a la democracia radical es, a no dudarlo, paradójico teórica y políticamente. La radicalidad dispone que es posible la democracia tomando en consideración su propia imposibilidad radical. Cualquier solución efectiva de problemas particulares siempre se tropezará con la persistencia del antagonismo social, de la imposibilidad. Este aserto, según Zizek, ya se encontraba plasmado en la obra filosófica del idealista G. W. Hegel, que Zizek quiere salvar del ostracismo posmoderno. 

Así lo consignó en su tesis Le plus sublime des hystériques: Hegel passe, 1988). Hegel es eel primer posmarxista conocido. Él  “abrió el campo de una fisura “suturada” después por el marxismo”.[29] En Hegel,  de acuerdo con esta recuperación zizekiana,  la reconciliación hegelesa no es para nada  la superación panlógica de toda realidad humana en el concepto que fagocita cualquier contingencia. En suma, en Hegel hay “la más enérgica afirmación de diferencia y …el reconocimiento de una cierta pérdida radical”.[30] Hasta aquí la compañía de Zizek, Laclau y Lacan. Ahora realizo un viraje relativo en términos de análisis y hermeneútica, con ellos y  en compañía de otros. 

A propósito de la interpretación y análisis de la pareja democracia y excepcionalidad, y la disputa por la hegemonía en el tiempo del capitalismo global comandado en lo económico y político por el posfordismo y la soberanía imperial; para pensar la situación transicional, de crisis orgánica que experimenta  Colombia en la reciente década, es necesario a la vez que incorporar elementos para el análisis discursivo de la política de guerra con la que se interpela a los muchos, reconocer igualmente su materialidad, y en tanto tal, su singularidad y pluralidad efectivas, no resueltas en la formación social capitalista local y global. 

Al hacerlo, no sólo se trata de una recuperación de Hegel, y de la teoría del discurso. Todo lo cual nos ayuda a asir desde la hermeneútica el plano de las superestructuras, con su lógica de lo contradictorio, de los opuestos inducida por la existencia de un antagonismo social concreto que constituye la realidad del capitalismo. También es menester aprehender la realidad de los distintos, que en su positividad dinámica determinan, condicionan en últimas el antagonismo de lo social en su historicidad, y ésta no puede ser reducida in totto en el discurso. Este nivel tiene su propia lógica y autonomía que define la complejidad del bloque histórico concreto, y de cualquier formación social capitalista, local y globalmente.

Se trata, por lo dicho, del retorno de lo común, y del comunismo como discurso y como práctica ético política. Al respecto apuntan los discursos de Hardt y Negri sobre el comunismo de la multitud, cuando los singulares, cada uno de los que constituyen el pueblo se liberan de la alienación a que los somete la forma estado para dominarlos, para interpelarlos bajo el discurso de la sujeción. 

En esa dirección apunta también la recuperación del discurso de Spinoza acerca de la democracia, en la dirección contraria a como la entendió el conservador Churchill, signado por la desconfianza del egoísta moral. Sobre esta recuperación poco habla Zizek y Laclau, a no ser, en el primero, para confrontar los escritos de Deleuze y Guattari. 

Todo es para concluir que el antagonismo social que funda el capitalismo como forma de dominación se puede resolver en el imaginario de lo común, sin que tenga como desenlace forzoso determinista el infierno totalitario. Porque, en primer lugar, no es posible el comunismo sin la liberación del trabajo humano de las relaciones de explotación, subordinación y dominio que definen la arquitectura básica de cualquier formación social regida por la acumulación capitalista. Es cierto, como lo dice Virno, que lo que conocemos es el comunismo del capital, precisamente, porque en los socialismos existentes no se liberó el trabajo, desde los tiempos de Lenin y los bolcheviques. Tal no fue, en cambio, la lectura de Antonio Gramsci, quien planteó en los escritos de la cárcel la posibilidad siempre actual, en la lucha anticapitalista de la sociedad civil autónoma, auto-organizada. 

OBSERVACIONES PRELIMINARES

Lo ya dicho abre las puertas a la discusión de las condiciones de posibilidad actuales, no del socialismo, sino del comunismo democrático, su virtualidad. Así nos colocamos en la senda de ir más allá de la insociable sociabilidad del hombre, que postuló Kant, cuyo corolario sarcástico es la perpetua búsqueda de la paz en el capitalismo por medio de la perennidad guerra, sin solución de continuidad. 

Es también tal debate intelectual y práctico la antesala para el desarrollo de la reflexión y la evaluación de las conclusiones  contenidas en el presente estudio acerca de la transición política en Colombia. Tal transición ocurre y ha ocurrido a lo largo de la década como una tensión entre democratización y de-democratización producida al interior del bloque histórico de la dominación burguesa, que una vez reconstituido contradictoriamente en el arreglo constitucional de 1991, después el antagonismo social aflora en toda su potencia transformadora dinamizado por la presencia novedosa de las multitudes, cuyo existir mismo es por supuesto ambiguo en el proceso de constituirse en verdaderos sujetos políticos.

Después de la década de-democratizadora, que calificamos así al usar la noción acuñada por Charles Tilly, asistimos en los dos últimos años, 2010-2012, que son los primeros de la presidencia de Juan Manuel Santos a un giro político fundamental. Éste nos coloca de inmediato en el horizonte de una paz posible con las Farc-Ep, con la firma del Acuerdo General para la Terminación del Conflicto, el 26 de agosto de 2012. 

Luego de 6 meses de conversaciones preliminares, y con el señalamiento de una hoja de ruta, que tendrá una segunda fase, el próximo 9 de octubre en Oslo, Noruega, está abocada Colombia a actualizar toda la potencialidad democrática antes reprimida por el régimen de la seguridad para-presidencial.


[1] La revolución  pasiva, según el estudioso italiano Giuseppe Vacca, califica en Gramsci la época histórica en las que las transformaciones impuestas por una gran revolución, la propagación de sus impulsos en otras realidades y en otros países, sucede en ausencia de iniciativas históricas de las masas populares y por lo tanto es promovida y dirigida por las viejas clases dominantes. Prólogo, en: Una introducción a los Cuadernos de la Cárcel de Antonio  Gramsci (2000). KANOUSSI, Dora. P y V. México, pp. 17-18
[2] HARDT, M, NEGRI, Antonio (2004). Multitud. Guerra y democracia en la era del Imperio. Debate. Random House  Mondadori. Argentina, p. 396.
[3] Op. cit., p. 397.
[4] VALENCIA, Luis Carlos (2010). Democracia y excepcionalidad en: “El autoritarismo de opinión”. Revista Javeriana N. 762, pp. 54-59.
[5] El episodio más reciente es la destitución de la senadora Piedad Córdoba, cabeza de Colombian@s por la Paz, ordenada por la Procuraduría, aduciendo su colaboración manifiesta con las Farc.
[6] ALOP (2001). Plan Colombia ¿seguridad nacional o amenaza regional. CEPES. Lima, pp. 37-68.
[7] Crisis orgánica es crisis de hegemonía, crisis del Estado en su conjunto para Antonio Gramsci, quien la denota como crisis de dirección del bloque histórico dominante sobre los grupos y clases subalternos, la que se manifiesta primero como crisis de representación, la que de suyo no es irreversible.
[8] Una primera aproximación al asunto del “método de investigación” que empleo, implica considerar una hibridación teórica de análisis y la hermenéutica del síntoma según lo propuesto por Michel Foucault al estudiar las técnicas de interpretación. Así lo plasmé en el breve apartado Los laberintos del método materialista, de mi libro La participación y la representación política en Occidente (2000). CEJA/UJ. Bogotá, pp. 20-22.
[9] TILLY, Charles.
[10] LACLAU, E., MOUFFE, Chantal (1987). Hegemonía y estrategia socialista. Siglo XXI editores. Madrid.
[11] FOUCAULT, Michel (1967). Nietzsche, Freud y Marx, en: El psicoanálisis en el materialismo histórico. Editorial Zeta. Medellín.
[12] FAIRCLOUGH, Norman (1994). Language and Power. Longman. London.
[13] La “operación Sodoma”, que dio de baja al Mono Jojoy, comandante militar del Bloque oriental de las Farc, es una muestra de dicho propósito, al comienzo de la administración Santos.
[14] Metodológicamente, la noción de bloque histórico permite concretar, operacionalizar los principios marxianos para entender, según Gramsci, “el problema de las relaciones entre estructura y superestructura el que hay que plantear exactamente y resolver para llegar a un justo análisis de las fuerzas que operan en la historia de un determinado periodo y determinar su relación. Hay que moverse en el ámbito de dos principios: 1) el de que ninguna sociedad se impone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes o que éstas no estén al menos en vías de aparición y desarrollo; 2) y el de que ninguna sociedad se disuelve y puede ser sustituida si primero no ha desarrollado todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones…” (MARX, Carlos. Prólogo de la Contribución a la crítica de la Economía Política). Cuadernos de la Cárcel 5, p. 32.
[15]Gramsci se refiere al tercer momento en la relación de las fuerzas políticas, “el neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas…” en: Análisis de situaciones: relaciones de fuerzas. Cuadernos de la Cárcel 5 (1999). Cuaderno 13. Editorial ERA/BUAP. México, pp. 36.

[16] Ibídem, op. cit., p. 33.
[17] GRAMSCI, Antonio (1985). Maquiavelo, la Política y el Estado Moderno. Editorial Juan Pablos. México.
[18] Op cit., ibídem, pp. 36-37.
[19] Revisar el capítulo VI, Inédito. Gründrisse (1859), objeto de estudio puntual por Antonio Negri, en su ciclo de conferencias Marx, Más allá de Marx, en París.
[20] PORTELLI, Hugues (1979). Gramsci y el bloque histórico. Siglo XXI editores. México, p. 48.
[21] ZIZEK, Slavoj (1992). Introducción, en: El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI editores. México, p. 24. Zizek nos refiere que la verdadera ruptura en la teoría de la ideología, a propósito del sujeto, la representa Louis Althusser, con su insistencia de que “es una cierta fisura, una hendidura, un reconocimiento falso, lo que caracteriza a la condición humana en cuanto tal, con la tesis de que la idea del posible fin de la ideología es una idea ideológica par excellence (Althusser, 1965)

[22] ZIZEK, Slavoj (1992). El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI editores. México. Él hace una crítica al marxismo ortodoxo, acudiendo a su lectura de Hegel vía Lacan, para advertir que “no hemos de borrar la distancia que separa lo Real que hay en cada simbolización, puesto que es este plus de lo Real que hay en cada simbolización lo que funge como objeto-causa de deseo. Llegar a un acuerdo con este plus (o con mayor precisión, resto) significa reconocer un desacuerdo fundamental (“antagonismo”), un núcleo que resiste la integración-disolución simbólica”, p. 25
[23] Zizek, S. Op cit., pp. 25-26.
[24] Es el desafío que lanzan Negri y Hardt en la escritura conjunta de la saga Imperio, Multitud y Commonwealth.
[25] HERRERA ZGAIB, Miguel Angel (2000). Op. cit., pp. 20-22.
[26] HARDT, N, NEGRI, Antonio (2002). Virtualidades en: Imperio, p. 309.
[27] Ibídem,  p. 26.
[28] LACLAU, Ernesto, MOUFFE, Chantal (1987). Hegemonía y estrategia socialista. Siglo XXI. Madrid.
[29] ZIZEK, op. cit., p. 29.
[30] Ibídem., p. 30.

VII SEMINARIO INTERNACIONAL ANTONIO GRAMSCI

DEMOCRACIA, GUERRA Y NUEVA REPÚBLICA, 1512-2012.

GRUPO DE INVESTIGACIÓN PRESIDENCIALISMO Y PARTICIPACIÓN.

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

Carlos Bohrt; Sandro Mezzadra, Justo Soto, Francisco Hidalgo, Miguel Angel Herrera